El
viaje a Brasil de Jorge Bergoglio ha despertado muchas expectativas en
esa nación. La clase política supone que el jesuita le dará un
espaldarazo al cuestionado gobierno de Dilma Rousseff; el clero
conservador ansía el fortalecimiento de la presencia e influencia
religiosas; quienes protagonizaron las recientes marchas de protesta
esperan un compromiso con las causas sociales, y hasta algunos sectores
progresistas de la Iglesia desean comprobar si aquel que se hizo llamar
“Papa peronista” coincidirá con las posturas de la Teología de la
Liberación.
SAO PAULO (Proceso).- El Brasil de las
protestas populares que el mundo atestiguó el mes pasado recibirá al
Papa Francisco –quien en su primera gira como pontífice participará esta
semana en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)– y pondrá a prueba el
poder de convocatoria del nuevo jefe del Vaticano en el país con el
mayor número de católicos del mundo.
“Seguramente habrá
manifestaciones y eso forma parte de la salud de la democracia”, explica
a Proceso el secretario general de la Presidencia, Gilberto Carvalho,
mano derecha de la presidenta Dilma Rousseff en el diálogo con
religiones y movimientos sociales y exjefe de asesores de Lula da Silva.
Dilma Rousseff fue la primera jefa de Estado recibida por Jorge Bergoglio ya como Papa el pasado 23 de marzo en el Vaticano.
Rousseff
lo felicitó por ser “el primer Papa latinoamericano”; el pontífice
respondió con una frase que fue del agrado del gobierno brasileño,
preocupado por defender su sistema de seguridad social y el ascenso de
las clases bajas a medias: “También soy el primer Papa peronista”.
Durante
años el ex obispo de Buenos Aires estuvo enfrentado con los gobiernos
de Néstor y Cristina Kirchner, aunque siempre se le ubicó dentro del
movimiento nacional y popular inspirado en Juan Domingo Perón.
“El
Papa es argentino pero Dios es brasileño”, reviró Rousseff para cerrar
el intercambio de frases que dio paso a una complicidad diplomática
entre la exguerrillera encarcelada durante la dictadura y el jesuita que
eligió América Latina para marcar el rumbo de su gestión pastoral y
política.
La mandataria encontró a un Papa que –dijo Carvalho–
abrió un periodo “esperanzador” para las relaciones eclesiásticas con
Brasil luego de que en 2010 los sectores más conservadores de la Iglesia
de este país –incluidos varios obispos– hicieron una abierta campaña
contra la entonces candidata presidencial, a quien acusaban de querer
despenalizar el aborto.
Tres días antes de la segunda vuelta
electoral –en la que Rousseff derrotó a José Serra–, el entonces Papa
Benedicto XVI recibió a una misión de obispos brasileños a quienes dio
la instrucción de “orientar” el voto de los antiabortistas, “por más
impopular que suene”.
El oficialista Partido de los Trabajadores
(PT) tomó esto como una declaración de guerra. “No diría que se llegó a
herir la relación pero sí se creó un clima de indisposición en relación
con la Iglesia. Dilma no es religiosa y desde sectores conservadores, de
la nada, comenzaron a lanzar toda suerte de rumores de bajo nivel”,
dice Carvalho.
El millón y medio de personas que se esperan en Río
de Janeiro para la JMJ seguramente se contagiarán del clima de las
manifestaciones del mes pasado. El gobierno de Rousseff –que dijo no
temerle a la voz de las calles– cree que la visita papal “estará
influida por las demandas de mayores derechos, porque muchos jóvenes
católicos salieron a protestar”, señala Carvalho. “El Papa también puede
ayudar a poner énfasis en el trabajo social, que es una de las marcas
del gobierno de Dilma y del gobierno de Lula”, agrega el funcionario.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1916 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
23 de julio de 2013)
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