lunes, 4 de febrero de 2013

EXPEDIENTE: EL DESCUARTIZADOR...



Rosendo Zavala
Saltillo, Coah.- Tras arremeter con furia en la humilde vivienda, “El Curro” prendió la sierra eléctrica y cegado por el odio se abalanzó sobre sus vecinos, provocando la terrible desgracia donde uno de ellos falleció amputado mientras él quedaba en agonía al ser arrollado por sus propios victimados.

Y es que con la vida pendiendo del destino, Juan subió a su camioneta para cobrar venganza de la afrenta que le habían hecho de manera tan cruel, saldando la cuenta tras el zafarrancho que aterrorizó a toda una ciudad ante la brutalidad de los acontecimientos que estaban sucediendo.

De manera previsible, aquella noche de verano se teñiría con el rojo de lo insólito en las inmediaciones de la colonia Bellavista, cuando el rugir de la motosierra despertó a una sociedad que desconcertada sería testigo del amanecer más trágico de Saltillo en los últimos tiempos.

Viejas rencillas
Conteniendo el coraje que sentía por sus vecinos de al lado, Sergio veía pasar el tiempo ocupado en sus actividades diarias para no evocar al pasado amargo que le provocaba asco, ese que se acrecentaba cada que cruzaba miradas con sus rivales de barrio en la calle que compartían desde hace años.

Pero aquel atardecer de miércoles mataría la tranquilidad del rumbo para siempre, porque los ecos del rencor sonarían fuerte generando la reyerta donde ninguno de los implicados saldría bien librado, porque la hoz de la muerte se postraría sobre ellos de manera inevitable.

Aunque nadie conocía los motivos de tan arraigado odio, sus efectos saturaban el ambiente de la calle Reforma, que ajena a todo pasaba el trajinar de los transeúntes por sus aceras, mientras la desgracia comenzaba a tomar forma en uno de sus domicilios.

Suspirando por los tiempos mejores que nunca llegarían, “El Curro” aguardaba el instante en que pudiera sacar la ira contenida para vaciarla sobre aquellos que tanto daño le habían hecho y nada hacían por resanar las heridas sociales que habían creado.

Por su parte, Juan “La Llanta” y su sobrino Gerardo “El Playa” hacían su vida en una de las casas cercanas a la del enemigo silencioso, de quien no se confiaban por el historial de altercados que tenían entre sí como consecuencia de las encarnizadas diferencias que se vestirían de tragedia sin explicación.

Irónicamente, ese atardecer de junio se nublaría como presagiando lo peor, mientras los contendientes se perdían en la banalidad de sus actividades ignorando que el ocaso del día sería tan histórico como trágico para sus aspiraciones terrenales.

Esto porque la suerte ya estaba echada y el escenario listo para que los ríos de sangre inundaran los rincones de la Bella, donde la tranquilidad cotidiana cedió paso al caos, revolucionando lo que hasta entonces simplemente era un barrio de mercados, colombianas y estudiantes correlones.

Noche de terror
Postrado frente al televisor que no aminoraba sus penas existenciales, “El Curro” sentía que el fuego del rencor lo incendiaba lentamente, y aunque el sopor veraniego lo abrumaba prefería evadir sus imágenes mentales para no caer en la tentación de la ira.

Al paso del tiempo, el ocio reaccionó fatal en la atribulada cabeza del treintón, mientras la noche alargaba su arribo como presagiando la maldad que avistaba intangible, con el silencio de la zozobra que llega para derramarse en dolor.

Y es que en un momento de arrebato, Checo se levantó del sillón en que reposaba sus males para dirigirse al cuartucho donde guardaba la vieja sierra eléctrica con que concretaría su triste obra, la misma que pagaría con un eterno remordimiento.

Decidido a terminar con sus fantasmas existenciales, “El Curro” ideó la manera de sacarse la espina y con herramienta en mano salió de su casa para encarar a la realidad, que lo afrontaría con el presente imborrable de la añeja rivalidad que sostenía con los Hernández.

Instantes después, el vecino incómodo llegó al domicilio de sus enemigos y sin mediar palabras ingresó con la rabia por delante, sorprendiendo a los moradores que no alcanzaron a reaccionar ante tan colérica acción.

En una rápida ofensiva, el atacante intercambió puñetazos con sus rivales, pero sin dejar de lado su intención prendió la sierra y con franca ventaja se dejó ir contra Juan, rebanándole el brazo mientras Gerardo hacía lo posible por salvar la vida tirando golpes por todas partes.

Sin embargo, el momento anímico era para Sergio que al sentir liberada su presión emocional salió corriendo de la vivienda para perderse entre las calles del sector, imaginando que había cumplido su misión aunque sin presupuestar las consecuencias de su acto.

Tomando el manto de la noche como su único aliado, el agresor se daba a la fuga entre los rincones del sector para evadir sus responsabilidades ante la ley, sintiéndose seguro, pero olvidando que sus victimados también conocían los recovecos de la Bella.



Descomunal batalla
Con la vida pagada en abonos, “La Llanta” subió con dificultad en su camioneta para perseguir al hombre que lo había masacrado brutalmente, mientras la existencia se le iba en los borbotones de sangre que saltaban de su brazo casi desgarrado por completo.

Venciendo la fatalidad de un cuerpo hecho añicos para suplirlo con la voluntad inquebrantable de hacer justicia por su propia mano, Juan aceleró la Chevrolet hasta dar con su objetivo que pretendía esconderse en una oscura esquina.

Antes de que eso sucediera, el desahuciado tragó pavimento durante algunas cuadras hasta la cercanía de Reforma y Primo de Verdad, donde le dio alcance al sujeto que pagaría con su integridad el atrevimiento de convertirse en potencial asesino.

Sabiendo que su destino estaba escrito, el moribundo intentó plasmar la última página con la tinta de su sangre, por lo que sin remordimiento atropelló a su atacante, dejándolo tirado en las inmediaciones de la fatídica esquina.

Resoplando fuerte para arañar los últimos minutos de su sentenciada historia, Juan retornó la calle y huyó a toda prisa, dejando atrás lo que sería su último acto defensivo en pos de la fortaleza física que se había ido para no volver.

Metros adelante, el conductor paró el andar de la troca y se refugió debajo de ella para esperar la ayuda milagrosa que lo sacara del trance que estaba viviendo, mientras a escasas cuadras de ahí el barullo de los residentes hervía hasta llegar a oídos de las autoridades.

En cuestión de minutos, el sur de Saltillo despertó súbitamente con el ulular de las sirenas que anunciaban la múltiple desgracia, y es que una caravana de ambulancias se unía a la de patullas que emprenderían las labores de ayuda a los rijosos caídos.

Así se daría la intervención de la justicia en el complejo asunto, donde los parientes de los implicados defenderían la inocencia de su gente a ultranza, sin ahondar en los detalles del zafarrancho que vistió de luto a una familia.

Caos absoluto
Apenas corrían los primeros minutos del jueves cuando granaderos municipales se apostaron al exterior del domicilio en conflicto sobre la calle Reforma, donde apoyados por paramédicos de Bomberos auxiliaron a Gerardo “El Playa” para llevarlo grave al Hospital Universitario.

Pero las consecuencias de la reyerta se habían extendido por todo el sector, porque mientras los técnicos en urgencias médicas hacían su labor con estoica decisión, sus similares de Cruz Roja lo hacían en otro punto de la colonia, donde el caos reinaba por completo al igual que en la de Reforma.

Sin tanto buscar entre las oscuras calles, los representantes de la Benemérita institución ubicaron a lo lejos una turba de mirones que rodeaban algo sobre el cruce de esa misma vía con Primo de Verdad, estaban “custodiando” el cuerpo de Sergio que yacía tirado con el rastro de las llantas que le habían pasado encima minutos antes.

De inmediato, los de la Roja atendieron al múltiple agresor para trasladarlo con etiqueta de urgente al Hospital General, en donde ingresó con el futuro incierto por las múltiples lesiones que tenía, pero con amplias posibilidades de seguir viviendo.

Al mismo tiempo, sus similares llegaban a la calle Ayuntamiento atraídos por el bullicio que había en torno a un vehículo mal estacionado, de donde emanaba el charco hemático de la tragedia en su parte baja, para dar una idea a los presentes de lo que podían adivinar sin tanto rebuscarle.

De manera casi descriptiva, un hilillo rojo se desprendía de la mancha donde el agonizante seguía tendido, con el cuerpo en la tierra y la mente en el inframundo, a donde se iría tras llegar semiamputado al hospital donde nada pudieron hacer por salvarlo.

Y es que el redoble de maniobras efectuadas por los paramédicos que lo atendieron resultó infructuoso, porque las acciones de reanimación no bastaron para que “La Llanta” saliera avante del problema físico en que se encontraba inmerso.

Inexplicablemente, otro sujeto apareció tirado en las calles aledañas al sitio de la revuelta, siendo trasladado por efectivos militares que transitaban sobre el sector a una clínica del Seguro Social, donde permaneció bajo internamiento médico durante días debido a las graves lesiones que mostraba en todo el cuerpo.

El reporte clínico emitido por la justicia arrojó que el desconocido mostraba severos signos de atropellamiento, quemaduras y golpes, por lo que desde el principio se supuso que también había estado inmerso en la histórica gresca.


El detalle:
Como resultado final de la grotesca batalla campal, un hombre murió y tres más resultaron gravemente heridos, dejando para la historia la memoria de una riña que quedará por siempre en la mente de los vecinos de la colonia Bellavista.

(ZOCALO/ Rosendo Zavala/ 04/02/2013 - 04:05 AM)

No hay comentarios:

Publicar un comentario