Rosendo Zavala
Saltillo, Coah.-
Tras arremeter con furia en la humilde vivienda, “El Curro” prendió la sierra
eléctrica y cegado por el odio se abalanzó sobre sus vecinos, provocando la
terrible desgracia donde uno de ellos falleció amputado mientras él quedaba en
agonía al ser arrollado por sus propios victimados.
Y es que con la vida
pendiendo del destino, Juan subió a su camioneta para cobrar venganza de la
afrenta que le habían hecho de manera tan cruel, saldando la cuenta tras el
zafarrancho que aterrorizó a toda una ciudad ante la brutalidad de los
acontecimientos que estaban sucediendo.
De manera
previsible, aquella noche de verano se teñiría con el rojo de lo insólito en
las inmediaciones de la colonia Bellavista, cuando el rugir de la motosierra
despertó a una sociedad que desconcertada sería testigo del amanecer más
trágico de Saltillo en los últimos tiempos.
Viejas rencillas
Conteniendo el
coraje que sentía por sus vecinos de al lado, Sergio veía pasar el tiempo
ocupado en sus actividades diarias para no evocar al pasado amargo que le
provocaba asco, ese que se acrecentaba cada que cruzaba miradas con sus rivales
de barrio en la calle que compartían desde hace años.
Pero aquel atardecer
de miércoles mataría la tranquilidad del rumbo para siempre, porque los ecos
del rencor sonarían fuerte generando la reyerta donde ninguno de los implicados
saldría bien librado, porque la hoz de la muerte se postraría sobre ellos de
manera inevitable.
Aunque nadie conocía
los motivos de tan arraigado odio, sus efectos saturaban el ambiente de la
calle Reforma, que ajena a todo pasaba el trajinar de los transeúntes por sus
aceras, mientras la desgracia comenzaba a tomar forma en uno de sus domicilios.
Suspirando por los
tiempos mejores que nunca llegarían, “El Curro” aguardaba el instante en que
pudiera sacar la ira contenida para vaciarla sobre aquellos que tanto daño le
habían hecho y nada hacían por resanar las heridas sociales que habían creado.
Por su parte, Juan
“La Llanta” y su sobrino Gerardo “El Playa” hacían su vida en una de las casas
cercanas a la del enemigo silencioso, de quien no se confiaban por el historial
de altercados que tenían entre sí como consecuencia de las encarnizadas
diferencias que se vestirían de tragedia sin explicación.
Irónicamente, ese
atardecer de junio se nublaría como presagiando lo peor, mientras los
contendientes se perdían en la banalidad de sus actividades ignorando que el
ocaso del día sería tan histórico como trágico para sus aspiraciones
terrenales.
Esto porque la
suerte ya estaba echada y el escenario listo para que los ríos de sangre
inundaran los rincones de la Bella, donde la tranquilidad cotidiana cedió paso
al caos, revolucionando lo que hasta entonces simplemente era un barrio de
mercados, colombianas y estudiantes correlones.
Noche de terror
Postrado frente al
televisor que no aminoraba sus penas existenciales, “El Curro” sentía que el
fuego del rencor lo incendiaba lentamente, y aunque el sopor veraniego lo
abrumaba prefería evadir sus imágenes mentales para no caer en la tentación de
la ira.
Al paso del tiempo,
el ocio reaccionó fatal en la atribulada cabeza del treintón, mientras la noche
alargaba su arribo como presagiando la maldad que avistaba intangible, con el
silencio de la zozobra que llega para derramarse en dolor.
Y es que en un
momento de arrebato, Checo se levantó del sillón en que reposaba sus males para
dirigirse al cuartucho donde guardaba la vieja sierra eléctrica con que
concretaría su triste obra, la misma que pagaría con un eterno remordimiento.
Decidido a terminar
con sus fantasmas existenciales, “El Curro” ideó la manera de sacarse la espina
y con herramienta en mano salió de su casa para encarar a la realidad, que lo
afrontaría con el presente imborrable de la añeja rivalidad que sostenía con
los Hernández.
Instantes después,
el vecino incómodo llegó al domicilio de sus enemigos y sin mediar palabras
ingresó con la rabia por delante, sorprendiendo a los moradores que no
alcanzaron a reaccionar ante tan colérica acción.
En una rápida
ofensiva, el atacante intercambió puñetazos con sus rivales, pero sin dejar de
lado su intención prendió la sierra y con franca ventaja se dejó ir contra
Juan, rebanándole el brazo mientras Gerardo hacía lo posible por salvar la vida
tirando golpes por todas partes.
Sin embargo, el
momento anímico era para Sergio que al sentir liberada su presión emocional
salió corriendo de la vivienda para perderse entre las calles del sector,
imaginando que había cumplido su misión aunque sin presupuestar las
consecuencias de su acto.
Tomando el manto de
la noche como su único aliado, el agresor se daba a la fuga entre los rincones
del sector para evadir sus responsabilidades ante la ley, sintiéndose seguro,
pero olvidando que sus victimados también conocían los recovecos de la Bella.
Descomunal batalla
Con la vida pagada
en abonos, “La Llanta” subió con dificultad en su camioneta para perseguir al
hombre que lo había masacrado brutalmente, mientras la existencia se le iba en
los borbotones de sangre que saltaban de su brazo casi desgarrado por completo.
Venciendo la
fatalidad de un cuerpo hecho añicos para suplirlo con la voluntad
inquebrantable de hacer justicia por su propia mano, Juan aceleró la Chevrolet
hasta dar con su objetivo que pretendía esconderse en una oscura esquina.
Antes de que eso
sucediera, el desahuciado tragó pavimento durante algunas cuadras hasta la
cercanía de Reforma y Primo de Verdad, donde le dio alcance al sujeto que
pagaría con su integridad el atrevimiento de convertirse en potencial asesino.
Sabiendo que su
destino estaba escrito, el moribundo intentó plasmar la última página con la
tinta de su sangre, por lo que sin remordimiento atropelló a su atacante,
dejándolo tirado en las inmediaciones de la fatídica esquina.
Resoplando fuerte
para arañar los últimos minutos de su sentenciada historia, Juan retornó la
calle y huyó a toda prisa, dejando atrás lo que sería su último acto defensivo
en pos de la fortaleza física que se había ido para no volver.
Metros adelante, el
conductor paró el andar de la troca y se refugió debajo de ella para esperar la
ayuda milagrosa que lo sacara del trance que estaba viviendo, mientras a
escasas cuadras de ahí el barullo de los residentes hervía hasta llegar a oídos
de las autoridades.
En cuestión de
minutos, el sur de Saltillo despertó súbitamente con el ulular de las sirenas
que anunciaban la múltiple desgracia, y es que una caravana de ambulancias se
unía a la de patullas que emprenderían las labores de ayuda a los rijosos
caídos.
Así se daría la
intervención de la justicia en el complejo asunto, donde los parientes de los
implicados defenderían la inocencia de su gente a ultranza, sin ahondar en los
detalles del zafarrancho que vistió de luto a una familia.
Caos absoluto
Apenas corrían los
primeros minutos del jueves cuando granaderos municipales se apostaron al
exterior del domicilio en conflicto sobre la calle Reforma, donde apoyados por
paramédicos de Bomberos auxiliaron a Gerardo “El Playa” para llevarlo grave al
Hospital Universitario.
Pero las
consecuencias de la reyerta se habían extendido por todo el sector, porque
mientras los técnicos en urgencias médicas hacían su labor con estoica
decisión, sus similares de Cruz Roja lo hacían en otro punto de la colonia,
donde el caos reinaba por completo al igual que en la de Reforma.
Sin tanto buscar
entre las oscuras calles, los representantes de la Benemérita institución
ubicaron a lo lejos una turba de mirones que rodeaban algo sobre el cruce de
esa misma vía con Primo de Verdad, estaban “custodiando” el cuerpo de Sergio
que yacía tirado con el rastro de las llantas que le habían pasado encima
minutos antes.
De inmediato, los de
la Roja atendieron al múltiple agresor para trasladarlo con etiqueta de urgente
al Hospital General, en donde ingresó con el futuro incierto por las múltiples
lesiones que tenía, pero con amplias posibilidades de seguir viviendo.
Al mismo tiempo, sus
similares llegaban a la calle Ayuntamiento atraídos por el bullicio que había
en torno a un vehículo mal estacionado, de donde emanaba el charco hemático de
la tragedia en su parte baja, para dar una idea a los presentes de lo que
podían adivinar sin tanto rebuscarle.
De manera casi
descriptiva, un hilillo rojo se desprendía de la mancha donde el agonizante
seguía tendido, con el cuerpo en la tierra y la mente en el inframundo, a donde
se iría tras llegar semiamputado al hospital donde nada pudieron hacer por
salvarlo.
Y es que el redoble
de maniobras efectuadas por los paramédicos que lo atendieron resultó
infructuoso, porque las acciones de reanimación no bastaron para que “La
Llanta” saliera avante del problema físico en que se encontraba inmerso.
Inexplicablemente,
otro sujeto apareció tirado en las calles aledañas al sitio de la revuelta,
siendo trasladado por efectivos militares que transitaban sobre el sector a una
clínica del Seguro Social, donde permaneció bajo internamiento médico durante
días debido a las graves lesiones que mostraba en todo el cuerpo.
El reporte clínico
emitido por la justicia arrojó que el desconocido mostraba severos signos de
atropellamiento, quemaduras y golpes, por lo que desde el principio se supuso
que también había estado inmerso en la histórica gresca.
El detalle:
Como resultado final
de la grotesca batalla campal, un hombre murió y tres más resultaron gravemente
heridos, dejando para la historia la memoria de una riña que quedará por
siempre en la mente de los vecinos de la colonia Bellavista.
(ZOCALO/ Rosendo
Zavala/ 04/02/2013 - 04:05 AM)
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