Con la familia, no.
Voy y te parto toda tu madre. Ya te dije: a mí lo que quieras y si me
encuentras pues ya veremos quién cae primero, pero con la familia no te metas.
Ahí sí no. No te metas porque hasta donde estés, te encuentro puto. Y por dios
que te va a llevar la chingada.
El comandante
escuchó la voz en su celular. Estaba acostumbrado a las amenazas. De todo tipo
y de polis y militares, políticos, periodistas y narcos. Todos decían que eran
pesados, que no se la iba a acabar, que ni cuenta se iba a dar cuando le
entrara el balazo entre sien y sien. No sabes con quién te metes. Bah, le respondió,
rezongando. No te tengo miedo, Rana.
Y sabes qué, yo ando
haciendo mi chamba. Estoy investigando quién fue. No sé si fuiste tú y los
otros. No me importa quién haya sido. No voy contra ti. Ahorita no. Pero si
sale tu nombre, pues agárrate porque te voy a atrapar. Si se puede, pues vas al
bote. Pero si no, si todo se enreda, vas a aparecer embolsado. Te voy a
machacar.
El rana se lo dijo
tres veces. Sé que andas investigando, que estás encabronado. Pero no molestes
a mi familia. Si tienes pedos conmigo, aquí estoy. Encuéntrame. El comandante
había salido del hospital. Diez días internado, dos de ellos en terapia
intensiva. Le habían cortado medio metro de intestino y los balazos le habían
entrado en brazos, piernas, abdomen y cuello. El del cuello fue un beso,
bromea. Un chupetón de la flaca.
Una línea de
investigación lleva al grupo del batracio. Va a la casa de él y sale su esposa.
Él le dice que no quiere molestar, que está buscando a su marido. Ella le dice
nerviosa que tiene días que no va, que si qué se le ofrece. Nada, nada. No se
preocupe. Dígale que lo ando buscando. Este es mi nombre y mi teléfono. Dígale
que estoy averiguando. Averiguando qué. No más dígale eso.
El rana supo, por
eso le llamó. No molestes a mi familia, comandante. Mis respetos para ti. Pero
de esa raya no pases porque entonces te topas conmigo. Le contestó está bien.
Pero sí tú fuiste, estás sentenciado.
A los cuatro días le
avisaron. El rana está escondido en su casa. Consiguió un cerrajero de mano
fina y bisturí en vez de ganzúa. Cinco policías con el comandante, otros
afuera. La noche esa es más negra. Abrieron la reja, luego la puerta principal.
Entraron a la sala, aluzando con linternas de mano. Luego una recámara y
después la otra. Una mujer dormía enredada en cobijas y dos niños.
Con parsimonia
amenazante, sigilosamente, penetraron el manto de luto de la vivienda. Rasgaron
la oscuridad: armas en mano, dos recámaras y el patio. Falsa alarma. Salieron
de ahí sintiendo que la goma de los zapatos se pegaba al vitropiso. Ruido de
insecto. No está, digo el comandante, ya afuera. Menos mal que le dijo que no
se metiera con su familia. Vámonos.
Columna publicada el 13 de octubre de 2019 en la
edición 872 del semanario Ríodoce.
(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ MALAYERBA/ OCTUBRE 15, 2019, 7:02
AM)
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