Un
caso más de pederastia sacude a la Iglesia católica mexicana: un seminarista de
Piedras Negras, Coahuila, sufrió abusos sexuales del rector del seminario
local. Y pese a que la víctima denunció ante las autoridades eclesiásticas,
nada se hizo para castigar al abusador. Para cuando el joven acudió a las
autoridades judiciales, su victimario ya estaba prófugo, aparentemente ayudado
por el arzobispo de Monterrey y el nuncio apostólico en México.
CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- En 2015, aún como rector del Seminario Menor de la diócesis
de Piedras Negras, Coahuila, Juan Manuel Riojas Martínez abusaba sexualmente de
su estudiante Javier Calzada Tamez, entonces de 16 años y quien denunció ese abuso
ante las autoridades eclesiásticas. Al comprobar que éstas protegían al
sacerdote, el joven acudió este año a la Procuraduría General de Justicia de
Coahuila, donde denunció penalmente tanto al pederasta como al obispo de
Piedras Negras, Alonso Gerardo Garza Treviño, por considerarlo encubridor.
Estos
hechos ocurren en un entramado de encubrimiento eclesiástico de muy alto nivel,
en el que participan el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera; el nuncio
apostólico en México, Franco Coppola; y algunos sacerdotes subalternos. Todos
conocían los atropellos de Riojas Martínez, conocido como el padre Meño, y aun
así permitieron que se fugara.
En
entrevista, Calzada Tamez, ya de 18 años y quien acaba de abandonar sus
estudios en el seminario, relata paso a paso los atropellos que sufrió, así
como las artimañas y presiones de la Iglesia con que intentaron acallarlo. De
entrada, detalla que entre marzo y julio de 2015 el padre Meño lo obligaba a
entrar a su habitación para cometer ahí sus abusos sexuales, valiéndose de su
autoridad como rector del seminario.
Cuenta
el hoy ex seminarista: “La primera vez que el padre Meño abusó de mí fue el 23
de marzo de ese año, día de su aniversario sacerdotal. Me ordenó que le llevara
a su cuarto una casulla. Él estaba ya ahí… esperándome… y andaba tomado.
“A
partir de entonces usó varios pretextos para jalarme a su recámara; en una
ocasión me pidió que le llevara su teléfono celular; en otra, un jarro de agua…
Llegó el momento en que me asignó un cuarto al lado del suyo para tenerme
cerca. Ahí también abusó de mí.”
–¿Y
mientras estudiabas ahí, nunca le informaste al obispo?
–No.
Tenía mucho miedo de que el padre me corriera del seminario. También pensaba
que quedaría como un mentiroso que sólo le levantaba falsos al rector y que más
bien él me culparía a mí.
“Al
único a quien entonces llegué a confesarle estos abusos fue a mi director
espiritual, el padre Jesús Martínez Compeán. Pero él me decía que
lamentablemente el seminario no tenía una estructura para afrontar este tipo de
situaciones.”
Del
Seminario Menor de Piedras Negras el adolescente pasó a estudiar al Seminario
Mayor de la arquidiócesis de Monterrey. Fue ahí donde, a mediados de diciembre
de 2016 –más de un año después de los hechos–, se atrevió a denunciar al
sacerdote ante las autoridades eclesiásticas.
Les
comentó el caso al prefecto académico y al coordinador del curso introductorio
del Seminario Mayor, los sacerdotes Arturo Garza y Anuar Canavati,
respectivamente. Éstos consideraron que la denuncia debía hacerse ante el
obispo de Piedras Negras, Garza Treviño, por tratarse del superior jerárquico
del pederasta.
Para
debatir el espinoso asunto, el 19 de diciembre Garza Treviño y Canavati
tuvieron una reunión en Monterrey en la que también participaron Pedro Pablo
González, promotor de justicia de la arquidiócesis de Monterrey, y Juan Carlos
Arcq Guzmán, rector del seminario de esa arquidiócesis.
Ahí
elaboraron una constancia –copia de la cual tiene Proceso– donde asientan haber
“recibido información de un posible acto de pederastia por parte del pbro. Juan
Manuel Riojas Martínez”.
El
documento agrega que, junto con el arzobispo de Monterrey, todos acuerdan
“actuar de manera apropiada cumpliendo con el artículo 12 bis de la Ley de
Asociaciones Religiosas”, que exige denunciar estos ilícitos ante las
autoridades civiles. También acordaron juzgar internamente al sacerdote según
la “legislación canónica”, en concreto a “las normas de los delitos reservados
a la Congregación de la Doctrina de la Fe”.
En
suma, en ese escrito de diciembre se comprometieron a denunciar a Riojas ante
la justicia civil y eclesiástica, como lo marcan las leyes. Pero todo quedó en
el papel. No lo denunciaron ante las autoridades civiles. Más bien se dieron a
la tarea de acallar a la víctima para evitar cualquier escándalo.
Para
lograr eso, el 20 de diciembre –un día después de elaborar el documento– Garza
Treviño se reunió con el seminarista abusado, quien relata así los pormenores
de ese encuentro: “Me hizo jurar que lo que yo le contaba era verdad. Y así lo
hice. Luego me comentó que jamás le habían presentado una queja de ese tipo
contra el rector de su seminario.
“Para
ese tiempo mi familia ignoraba todavía los abusos que sufrí. El obispo me pidió
que no le contara a mis papás todos los hechos, sólo los menos graves, y que
además lo hiciera de una manera ‘atenuada’ para no alarmarlos. Me prometió
resolver el problema y me mandó hacer estudios psicológicos.”
El
diagnóstico psicológico, emitido por el doctor Omar Kawas Valle, indica que la
víctima “sufre de un trastorno de estrés postraumático. Este trastorno se
manifiesta con ansiedad severa, sensación de falta de aire, palpitaciones,
dolor de cabeza, pensamientos de minusvalía, alteraciones en el sueño e
irritabilidad. Además de recuerdos del evento traumático, lo que le impide
desempeñarse en sus actividades académicas y espirituales de manera regular”.
DENUNCIA PENAL
No
fue sino hasta enero de este año cuando el seminarista reveló a sus padres los
abusos de que fue víctima. Relata: “Estaba en un centro comercial, con mi padre
y mi madre cuando les conté lo que había pasado. Se los hice saber como me lo
pidió el obispo; de manera atenuada. Aún así mi mamá empezó a llorar. Mi papá
quedó muy confundido.
“Le
hablaron entonces a quien había sido mi director espiritual en el seminario
menor, el padre Jesús Martínez Compeán, quien supo todo desde el principio.
Éste tuvo pláticas con mis papás para tratar de tranquilizarlos. Pero siempre
intentó que el caso no llegara a las autoridades civiles.”
Después,
el 17 de enero, Garza Treviño citó en su casa a los padres de la víctima para
tratar de acallarlos a cambio de dinero. Relata el ex seminarista los
pormenores de ese encuentro: “Al obispo lo que le preocupaba era que el caso se
hiciera público. Les advirtió a mis papás que si denunciaban penalmente al
padre Meño, el asunto inmediatamente se ventilaría en la prensa, y yo sería el
más perjudicado por toda la presión que tendría encima.
“Entonces
el obispo les ofreció dinero a cambio de su silencio: ‘Pídanme lo que quieran,
lo que se les ofrezca, yo estoy dispuesto a dárselos’, les decía. Pero mis
padres no aceptaron.”
Señala
que un mes después, el 18 de febrero, el obispo le quitó finalmente la rectoría
del seminario al padre Meño. Pero no lo castigó. Solo lo cambió de puesto. Lo
nombró vicario del Santuario de Guadalupe.
Sobre
este cambio de adscripción, comenta indignado la joven víctima: “El obispo más
bien le dio un premio al padre Meño, pues el Santuario de Guadalupe es el
principal templo de la diócesis y al que concurren más feligreses. Y, por si
fuera poco, el obispo también lo dejó a cargo de una casa para migrantes aquí
mismo, en Piedras Negras.
“Luego,
a principios de marzo, durante unos días que tomé de asueto en el Seminario
Mayor para estar con mis papás en Piedras Negras, el padre Jesús Martínez me
llamó para decirme: ‘Ya te tengo una respuesta del obispo’. Me alegré
muchísimo, pensé que el obispo por fin se había decidido a denunciar a su
sacerdote. Pero al encontrarme con el padre Chuy (Martínez Compeán), éste me
entregó una carta, redactada en primera persona y en nombre mío, como si yo la
hubiera escrito. La carta decía que yo exculpaba al obispo de todo acto de
encubrimiento.”
Fechada
el 8 de marzo, la carta dice textualmente: “Expreso que no es mi voluntad que
el Sr. Obispo Alonso Gerardo Garza Treviño sea acusado de no actuar en el orden
civil, en lo referente al caso de mi persona. Lo exculpo totalmente de que no
proceda él ante la autoridad civil, pues sé que él nunca aceptaría complicidad
en una situación así”.
En
la carta aparece el nombre del seminarista abusado. Sólo faltaba su firma para
exculpar al obispo. Cuenta ahora el joven: “El padre Chuy me instaba a firmar
esa carta. Le respondí que lo pensaría y que me la llevaría. Se la mostré a mis
papás y jamás la firmé. Fue una maniobra del obispo para intentar protegerse,
utilizándome a mí”.
–¿Recurriste
a otra autoridad eclesiástica para pedir ayuda?
–Sí,
le pedí apoyo al nuncio Franco Coppola. Le escribí una carta donde le relaté
los hechos. Se la envié a mediados de marzo. Ya para entonces había comprendido
que el obispo de Piedras Negras jamás denunciaría a su sacerdote.
“Por
otro lado, mi familia y yo también decidimos denunciar penalmente al padre
Meño. Lo hicimos el pasado 24 de marzo, ante la Procuraduría de Justicia de
Coahuila. Un día antes le avisamos al padre Martínez Compeán que pondríamos la
denuncia porque la diócesis no hacía nada.
“Nos
llevamos una gran sorpresa; el mismo día que pusimos nuestra denuncia, la
diócesis también denunció a su sacerdote ante la procuraduría. ¿Cómo sucedió
esto? El padre Chuy le había dado el pitazo al obispo de que interpondríamos la
denuncia, por lo que la diócesis, para cubrirse, también puso inmediatamente la
suya.
“Fue
un error nuestro haberle avisado a Martínez Compeán, porque esto además provocó
que la diócesis alertara al padre Meño para que ese mismo día se diera a la
fuga.”
–¿Y
el nuncio Coppola finalmente intervino? ¿Respondió a tu petición de apoyo?
–En
abril recibí su carta de respuesta. No me sirvió de nada. Ahí sólo me dice que
al padre Meño se le abrió un proceso en el Vaticano, y que el obispo de Piedras
Negras lo había suspendido de sus funciones sacerdotales, cosa totalmente
falsa. Lo único que hizo el nuncio fue proteger al obispo.
Fechada
el pasado 4 de abril, la carta de Coppola –este semanario tiene copia– le
informa al seminarista: “A finales del mes de enero pasado, S.E. Mons. Alonso
Gerardo Garza Treviño, obispo de Piedras Negras, remitió tu denuncia a la Santa
Sede, la cual actualmente está siendo considerada por la Congregación para la
Doctrina de la Fe, institución encargada por el Papa Francisco para tratar
estos dolorosos casos. Tengo entendido, además, que Mons. Garza Treviño dispuso
diversas medidas cautelares al p. Riojas Martínez, incluyendo la suspensión
temporal, por ahora, del ejercicio del ministerio sacerdotal”.
Esta
carta del nuncio le llegó al seminarista a través del arzobispo de Monterrey,
quien lo mandó llamar para dársela personalmente.
Cuenta
el joven sobre ese encuentro: “Al entregarme la carta, el arzobispo Cabrera me
pidió que se la leyera en voz alta. Se la leí. Me recomendó mucho que no me
metiera con el obispo de Piedras Negras, porque quien cometió el abuso fue el
padre Meño. Para entonces ya todos protegían al obispo, querían impedir que lo
acusara de encubridor”.
–¿Y
finalmente te atreviste a denunciarlo?
–Sí,
lo denuncié penalmente el pasado 8 de mayo, en la misma procuraduría. Dos días
después me salí del Seminario Mayor. Ahí ya todos me veían mal por haber
protestado.
–¿Y
del padre Meño qué se sabe?
–¡Nada!
La procuraduría dice que lo sigue buscando. Y la Interpol ya puso, por su lado,
la ficha roja… No sabemos dónde se esconde.
Este reportaje se publicó en la edición
2128 de la revista Proceso del 13 de agosto de 2017.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ RODRIGO
VERA/ 18 AGOSTO, 2017)
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