Cuando
renunció Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia del PRI el año pasado, la
decisión unipersonal del Presidente Enrique Peña Nieto para sustituirlo fue
Enrique Ochoa. La razón, lo decía en privado, era para mandar un mensaje claro
al interior del partido, que entendería que cuando hablaba Ochoa, hablaba él.
En estos últimos días, la encomienda se ha cumplido. En una entrevista con El
Financiero el miércoles, Ochoa definió las virtudes que debe tener quien
represente al PRI en 2018: trayectoria muy positiva, experimentada y probada en
el ejercicio de la administración pública; honestidad comprobada, y un proyecto
convincente e inteligente a la ciudadanía. Era preámbulo de lo que pasaría el
jueves en Campeche, donde el PRI eliminó los candados para candidaturas
presidenciales y estableció que cualquier militante, simpatizante o ciudadanos
puede representarlo en 2018, sin restricciones, siempre y cuando goce de “buena
fama pública”.
La
decisión del PRI abrió los cerrojos que tenía Peña Nieto para escoger a su
sucesor, con lo cual la definición del candidato, o candidata, pasó a otro
estadio, el de los atributos esbozados por Ochoa. Entonces, ¿qué es la fama
pública? El concepto está claramente definido en materia jurídica, pero es más
subjetivo en el contexto político. Sirve, sin embargo, el Código de Ética y
Conducta de los Servidores Públicos de la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, que establece como deberes el respeto a las leyes; la ética, entendida
como los valores que ayuda a distinguir lo bueno y lo malo de las acciones; la
honestidad y la honradez, que no son iguales, al significar la primera la
demostración de una actitud responsable hacia su persona y hacia los demás,
mientras que la segunda consiste en el reconocimiento y fama pública que se
reputa como honesta.
¿Quiénes
entre los aspirantes a la candidatura en el entorno de Peña Nieto no gozan de
buena fama pública? Se puede argumentar que uno muy claro es el Secretario de
Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, quien carga como un pesado lastre un
tema objetivo, el del conflicto de interés sobre su casa de descanso en
Malinalco, que nunca pudo responder en términos éticos al enfocarse solamente
al aspecto legal. Otro es el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio
Chong, al que mancha justa o injustamente como él sostiene, la percepción de
que uno de sus hermanos está involucrado en actividades poco transparentes.
¿Quiénes sí? Los alfiles del Presidente, Aurelio Nuño y José Antonio Meade,
secretarios de Educación y Hacienda, llenan ampliamente ese casillero, como
también el caballo negro de la sucesión, José Narro, Secretario de Salud.
Ninguno de estos tres ha sido cuestionado en términos de su integridad o
desapego a la ley. ¿Pero es suficiente?
En
el perfil dibujado por Ochoa, donde se establecieron las fortalezas y
debilidades que analiza el Presidente para escoger a quien abandere el PRI,
¿tiene Nuño una trayectoria muy positiva, experimentada y probada en el
ejercicio de la administración pública? La meteórica carrera de Nuño en el
servicio público elimina la especificidad del requisito de la “trayectoria”,
que sí pueden presumir en sus palmarés Meade y Narro. ¿Tienen un proyecto
convincente e inteligente para la ciudadanía? Eso falta por aclararse, porque
al querer Peña Nieto extender hasta enero la decisión sobre su sucesor, con la
exigencia de control y contención que ha pedido a su gabinete para que no alteren
sus tiempos, ninguno de los tres puede aún trazar la visión que tiene sobre el
país.
Intramuros,
Peña Nieto tiene sus propias evaluaciones sobre cómo han trabajado y qué
resultados han dado, que debe incorporarse en el capítulo de los atributos.
Para él, como lo dijo este miércoles, Nuño logró la culminación de la Reforma
Educativa, que fue la iniciativa más aplaudida por todos desde el inicio de su
administración en 2012. Los maestros, particularmente en la cuenca del
descontento en el sur del país, podrán tener una opinión diferente, pero en
términos de resultados ante los ojos del Presidente, Nuño cumplió la
encomienda. A Meade le podrán echar en cara el gasolinazo y la mediocridad del
crecimiento económico, pero en la valoración del Presidente, él fue quien
rescató al Gobierno al entrar al relevo de Videgaray, el verdaderamente
responsable que no haya habido el despertar económico prometido, y quien diseñó
la liberación de los precios energéticos. Narro no se ve tanto por lo que hace,
sino por lo que no pasa: una crisis en el sistema de salud, lo que habla
positivamente de su trabajo. De los tres, es el más experimentado en lo
político y el de mayor sensibilidad sobre la realidad del país, a decir por los
discursos que como rector de la UNAM pronunció.
Ninguno
de los tres figura entre los priistas más conocidos, pero la ecuación sucesoria
no debe pasar por el tema del conocimiento sino de la variable de quién sería
el más competitivo para ganar. El conocimiento, como dijo el año pasado Peña
Nieto, se gana en una campaña presidencial, donde la presencia en medios puede
lograr elevar los puntos porcentuales en las encuestas de una manera explosiva.
Pero para ganar se requiere incorporar otros factores: ¿quién es el que más
cohesiona dentro del PRI? ¿quién es el que más puede sumar fuera del PRI?
¿Quién puede apelar al mayor número de votantes en el segmento de los switchers
que son los que modifican el rumbo de una elección? Las variables para la
sucesión son amplias, pero recordando las palabras de Ochoa, Peña Nieto ya
tiene definida la matriz. Sólo falta que escriba finalmente el nombre.
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/11/08/2017 | 01:00 AM)
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