MÉXICO, D.F. México-Adicciones.- El
consumo de drogas, alcohol y tabaco en los centros laborales de México va en
aumento. Tan sólo en la industria manufacturera se detectó que de mil
trabajadores 60% era adicto, de acuerdo con información de la Confederación de
Trabajadores de México (CTM). RML. Foto: Archivo Agencia EL UNIVERSAL
Déjate de chingaderas, le
dijo doña Mari. Le había encontrado al negro pequeñas porciones de mariguana y
chuqui y no era la primera vez. Cuando se dio cuenta, meses antes, que no solo
consumía sino vendía, casi se desmaya en la sala de la casa, que también es
cocina y comedor.
Ella sentía que su gobierno
en esa familia iba en picada. Hacía dos años que su esposo había muerto y
poquito después sus dos hijas se casaron apresuradamente. Siempre pensó que
había sido por lo mismo: la incertidumbre, la falta de dinero, el sálvese quien
pueda porque el barco se hunde, y su falta de autoridad. Desde entonces, doña
Mari lavaba y planchaba ajeno y aun así no le alcanzaba.
Déjate de chingaderas, le
repitió. Pero su hijo no parecía escucharla. Se agachó a juntar el guato de
yerba y luego caminó hacia el rinconcito donde dormía. Cerró abruptamente,
sellando el intento de diálogo. Él no levantaba la cabeza ni respondía a los
reclamos. Tal vez un sí, amá. No amá. Doña Mari no quería decirle a su hija
mayor, para no preocuparla. Pero aquello se le salía de las manos y se sentía
débil, cansada: las ojeras eran norias profundas, había bajado de peso y la
diabetes arreciaba. Le daba miedo la muerte, dejar a su hijo a la deriva y con
esa droga. Al fin optó por comentarle a la hija.
La hija se preocupó y el
sábado fue a buscar a su hermano. Oye, negro. No la chingues. Mi amá se desmaya
por ti, no duerme de las preocupaciones. Ta enferma, cabrón. Agarra la onda. Tú
muy a gusto, vendiendo chingaderas y metiéndotelas por quién sabe dónde. O
dejas esto y te vas de la casa. Sí, sí, pinche amargada. Le prometió que el
lunes dejaría todo, que para entonces ya habría vendido lo que tenía. No quiero
ver a mi amá lavando ajeno. Quiero ponerle un changarrito, aunque sea chiquito,
pa que venda chuchulucos o ponga una cenaduría. Para eso quiero el dinero de la
droga.
Pobre de ti, pinche Negro.
Vengo el lunes y si veo algo de esto, te vas a la chingada. El Negro la miró
con coraje, pero hasta ahí. Asintió levemente. Salió de ahí enojada, frustrada.
Vio al Negro de niño, travieso y juguetón. Con muy pocos años ya se iba a la
tienda y luego sin permiso sus pasos alcanzaron más allá de la esquina, de la
cuadra y la colonia. Rebelde. Volvía transformado de esos trajines y con la
escuela no pudo.
Se alejó. Entre la rabia, la
tristeza, el dolor. Su madre enferma, frágil, y el Negro desorientado, enfermo
y delincuente. No quiero que lo maten, pensó. El lunes ella iba camino a la
escuela, a dejar a sus hijos. Bajaron los morros de la camioneta y prendió la radio.
El conductor daba las noticias de última hora. Esta madrugada, un comando entró
a una casa y mató a una mujer de setenta años. Iban por uno que llaman El
Negro, pero ella se metió.
(RIODOCE/ COLUMNA “MALAYERBA” de Javier
Valdez/ 3 octubre, 2016)
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