La Secretaría de Desarrollo Social del
Estado ha contabilizado 185 familias desplazadas de Rosario desde 2012 hasta
abril de este año
Una noche de noviembre Celia
se preparaba para servir la cena cuando tres camionetas con hombres armados se
detuvieron frente a la puerta de su casa.
Uno de ellos comenzó a gritar
el nombre de su hija. Blanca, una veinteañera de ojos avispados, asomó su
rostro para averiguar qué es lo que pasaba.
—El patrón quiere hablar
contigo, súbete —le dijo uno de ellos.
—¿Conmigo? —respondió
asombrada la joven.
—Sí, que te subas —le exigió.
El padre de Blanca intentó
defenderla. Con sus 65 años a cuestas y las fuerzas vencidas, no pudo hacer
mucho frente a las armas largas que sostenían la decena de sicarios y que
apuntaban a los pies de su hija mientras le abrían la puerta del auto.
—Vamos a llevar a tu hija a
que de unas declaraciones con el patrón, ahorita te la traemos.
Desde la ventana, encogida de
angustia, Celia vio como el rastro de su hija se perdía entre las oscuras
calles de Cacalotán, un poblado perteneciente a Rosario, un municipio del sur
de Sinaloa. Pensó lo peor.
Una semana antes dos mujeres
fueron sacadas de sus casas por los mismos sicarios y no volvieron a saber de
ellas.
“Yo le decía a mi esposo: que me la traigan
viejo, aunque sea muerta, pero que me la traigan porque luego se las llevan y
las entierran y nunca las vuelve a ver uno”, cuenta ahora Celia mientras se
frota las manos y habla en susurros.
La mayoría de los pobladores,
como ella, se sienten amenazados y desconfían hasta de las autoridades.
Una hora y media después su
hija tocó la puerta. Su semblante era otro: no quería hablar y temblaba de
miedo.
“Me contó que la hincaron, la
esposaron y le pusieron las pistolas en el pecho. Le preguntaron si ella había
delatado a fulano, que si se comunicaba con los contras (el grupo rival al que
la secuestró) y ella les decía que no. Desde entonces se fue y no quiere venir
para acá, quedó traumada y no puede dormir en las noches”.
Días antes de que Blanca
fuera sacada de su casa, un sicario había sido detenido. Los delincuentes
comenzaron a buscar culpables e interrogaron a la gente que se sentaba en la
plaza del pueblo a platicar.
“Mi hija se iba con otras
muchachas a pasar la tarde ahí, han de haber pensado que lo delató, pero ella
no fue”, dice la madre.
Celia busca salir del pueblo
porque no quiere seguir viviendo bajo el acecho de los sicarios.
“Me da coraje encontrarlos y
saber que mi hija anda sufriendo allá y yo acá lejos de ella”.
En unas semanas se irá con su
esposo a otra localidad que no ha sido tomada por los sicarios.
O al menos eso le contaron.
“Él no se quiere ir a la
ciudad donde está mi hija porque toda su vida ha trabajado en el campo y allá
tendría que trabajar de velador, así que mejor nos vamos a otro pueblo donde él
pueda seguir en las cosechas y yo no tenga que ver a esos hombres”, dice la
señora.
Los testimonios —todos bajo
anonimato— de los pobladores de Cacalotán (1.700 habitantes) coinciden en que
hay un asedio de grupos del crimen organizado hacia ellos, pero ninguna
autoridad interviene.
“Cuando sube el Ejército
porque matan a alguien estamos tranquilos, pero esa paz sólo dura tres días,
luego volvemos a lo mismo”, dice una habitante de la localidad. Hace un par de
meses desaparecieron dos hermanos que vendían pan.
Según cuentan los vecinos,
los sicarios quisieron a obligarlos a vender droga en sus triciclos, pero uno
de ellos se negó y nadie los volvió a ver.
“Allá en el monte aparecieron
las bicicletas tiradas, de ellos no hay rastro”.
En los caminos vecinales de
Picachos, otra comunidad de Rosario, trabajaban los siete leñadores decapitados
hace un mes.
El poblado fue invadido meses
atrás por hombres armados.
Una noche llegaron a sacar a
todos los habitantes del pueblo porque los delincuentes se instalarían ahí y
tomarían las casas de guarida.
La gente tuvo que caminar varias horas por los
caminos sinuosos de la sierra para llegar al poblado más cercano.
En Cacalotán arribaron
algunos de los desplazados.
“Dicen que los sacaron Lo
Zetas, no traían ropa, nada. Llegaron con lo puesto, dejaron sus animales, sus
casas”.
Ahora esas familias buscan un
lugar donde volver a empezar.
(DOSSIER POLITICO/ Tomado de: Zorayda
Gallegos / El País/ 2016-07-13)
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