En las oficinas donde se
toman las decisiones de verdad sobre lo que se hace en el Gobierno y en el PRI
se tienen muy presentes las palabras que a varios de sus inquilinos ha dicho
Miguel Ángel Yunes, cuando le preguntan por qué quiere ser un gobernador de
Veracruz de dos años, por el ajuste que se hizo para empatar con la
presidencial en 2018. Para meter a la cárcel a Javier Duarte, responde, sólo
necesito cuatro meses. Yunes, muy probable candidato del PAN, confiado en ganar
la elección en Veracruz el próximo año, tiene dictada la sentencia de muerte
política y legal contra Duarte, quien durante cinco años heredó el conflicto de
su antecesor Fidel Herrera y Yunes y lo profundizó. La violencia en el estado,
la enorme deuda estatal y la sospecha de corrupción, revivió la discusión estos
días si se le desafuera y procesa.
La definición sobre el futuro
inmediato de Duarte está directamente vinculada al proceso electoral de 2016,
cuando 12 gubernaturas se pondrán en juego. Nueve de ellas las gobierna el PRI
y Veracruz es la más importante, por cuanto a padrón electoral. Veracruz tiene
el 6.6% del electorado, igual que Jalisco, y sólo detrás del Estado de México y
el Distrito Federal. La idea generalizada en el Gobierno y el PRI es que en las
condiciones actuales, Veracruz caerá en manos del PAN, con lo cual dejaría al
partido en una situación de vulnerabilidad y riesgo rumbo a las elecciones
presidenciales en 2018. De ganar el PAN y si Duarte es procesado, la percepción
de impunidad que empapa al priismo del presidente Enrique Peña Nieto tendría
otro ejemplo.
En las elecciones de 2010
Duarte le ganó a Yunes por 79 mil 472 votos, en condiciones políticas
distintas, respaldado con la operación política de Herrera y el voto distractor
de la izquierda, que les arrebató 401 mil 839 votos. Yunes asegura que en esta
ocasión la izquierda no irá por su lado, sino en alianza con él. De perder
Veracruz, el presidente y el líder del partido, Manlio Fabio Beltrones,
tendrían que garantizar las victorias en el Estado de México y Jalisco –otro
estado con focos rojos en 2017–, y quitarle Puebla al PAN el próximo año, si
quieren llegar en condiciones de competencia a las elecciones presidenciales en
2018. Si esos números no se dan, su derrota en 2018 estaría perfilada.
En este contexto, Duarte se
ha convertido en un lastre, no sólo para Veracruz o para el PRI, sino para el
Presidente mismo, que en el estado político –la creciente desaprobación a su
gestión impulsada por la sospecha de corrupción en su Gobierno– en que se
encuentra, junto con el bajo rendimiento –que se acentuará en 2016 dadas las
condiciones globales–, y el malestar social que no encuentra paz, sólo podría
dormir con relativa tranquilidad en su séptimo año de gobierno si un presidente
priista le cuida las espaldas.
La idea de proceder contra
Duarte ha estado circulando desde hace varias semanas, pero el ambiente
negativo contra él en el Gobierno tiene meses, por el manejo de las finanzas
públicas. El Gobernador reconoce que la deuda estatal asciende a 44 mil
millones de pesos, aprobada por el Congreso. Sin embargo, funcionarios de
Hacienda aseguran que el número negro es más de 80 mil millones. Incluso,
agregan, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, dice que Veracruz es el
único caso donde se puede afirmar que el Estado está quebrado.
No es lo único. La forma como
reaccionó tras el asesinato en la Ciudad de México, en agosto, del
fotoperiodista, Rubén Espinosa, aglutinó a sus críticos en su contra, mientras
que la frivolidad como respondió al fenómeno de los candidatos independientes
–“creando muchos independientes”, como a su exsecretario de Gobierno, Gerardo
Buganza–, y la negativa al cambio porque siente que las cosas van bien en su
Gobierno, sólo han fortalecido los argumentos que para salvar a Veracruz, al
PRI y al Presidente, necesitan deshacerse de Duarte.
El Gobernador trae cruzados a
todos aquellos que toman las decisiones, empezando por Peña Nieto. No pasó
desapercibido entre los observadores que cuando terminó su discurso del Tercer
Informe de Gobierno el 2 de septiembre y saludó a los gobernadores, el
Presidente frenó la intención de Duarte de darle un abrazo, como en años
anteriores, y le mantuvo fijo el brazo para que no se acercara. A los que
estaban junto a él, los trató con calidez. El lastre se venía arrastrando.
Dirigentes del PRI comenzaron a hacerle vacíos, mientras Duarte, que estuvo
lejos del partido durante su gobierno, ha buscado llevar a la dirigencia –sin
éxito– para que le den legitimidad. En el Gobierno y el PRI ya están en el
análisis del desafuero y el proceso legal.
No se ha llegado aún a una
decisión, pero el tiempo obliga a que, la que sea, se tome rápidamente. La
caída de Duarte, sin embargo, no sería el único “respiradero” electoral para el
PRI y el Presidente. Ni siquiera se sabe si aún sin Duarte, el daño que hizo en
Veracruz podría ser reparado para las elecciones del próximo año. Lo que sí
tienen claro es que si las cosas se recompusieran en Veracruz, no todo el
panorama mejoraría. Aguascalientes, Chihuahua y Durango, los otros grandes
focos rojos para 2016, serán analizados más adelante.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
/ twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA”ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 14 DE OCTUBRE
2015)
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