
A 35 días de la fuga del Chapo Guzmán
A la tercera semana de la fuga del Chapo Guzmán se acabó la
fiesta. Desde aquella madrugada del domingo 12 de julio, cuando la
noticia del escape por el túnel del Altiplano se esparció globalmente, y
los días que siguieron el festejo fue como un triunfo con música,
alboroto y hasta declaraciones ocultas. Ahora lo que piden es bajar el
perfil.
El mensaje fue llegando como una orden, no como sugerencia, a
distintos niveles de la Organización Sinaloa. Podría tratarse de
miembros o solo de trabajadores indirectos.
“No oiga, de ese tema ya nada. Ya nos comentaron que no. Mas
delante”, dice un trabajador que brinda servicios a personajes ligados
al cártel más poderoso del mundo. Otro más, encargado de la venta de
drogas al menudeo, comentó que les advirtieron que “nada de desmadres”
en estos días. Que se interpreta como mantener tranquilidad completa.
Si después de la fuga de Joaquín Guzmán los corridos musicales se
propagaron por las redes sociales, en la apología de la hazaña del Chapo, a algunos de esos grupos norteños también les llegó la orden: el silencio. Especialmente en comentarios a la prensa.
En realidad la orden se resume en unas cuantas palabras, mensajes
cortos, pero precisos. Se van pasando de boca en boca. Sin discusión.
Nadie sabe quién los envía o desde qué nivel en realidad podría llegar
la orden, pero se va acatando. Nadie habla.
Obtener cualquier indicio ahora sobre lo que sucede es casi
imposible. Lo mismo pasa en la Sierra Madre, en las comunidades del
municipio de Badiraguato.
En las dos primeras semanas posteriores a la fuga, cuando la prensa
internacional se volcó a la cuna de Joaquín Guzmán Loera, llegaron a
estar en Sinaloa hasta dos docenas de corresponsales extranjeros, todos
ellos en posibilidades de obtener testimonios de los pobladores.
En Badiraguato y sus comunidades aledañas era posible platicar con
los pobladores sobre lo ocurrido y el impacto del narcotráfico en sus
economías y en su vida diaria. Incluso aquellos que se adentraron hasta
La Tuna, donde aún vive Consuelo Loera, madre del capo, obtuvieron
testimonios de sus habitantes.
Luego, los corresponsales rezagados en la cobertura que llegaron a
ser en total hasta medio centenar de periódicos, televisoras y radios
del mundo, empezaron con las dificultades para los testimonios. Hasta
llegar a la negativa total de ahora.
Otras versiones indicaron que los integrantes del grupo que comanda
Guzmán Loera fueron concentrados en alguna región de Sinaloa o de fuera
de la entidad, por “órdenes de arriba”. Entre los que acataron esta
disposición hay pistoleros, pero también operadores de mediano nivel y
superiores.
La ausencia de narcotraficantes de nivel de este grupo criminal no
permitió que se desarrollaran negociaciones entre altos directivos de la
Procuraduría General de la República (PGR) y de otras instituciones del
gobierno federal que realizan operativos en esta entidad, cuando éstos
buscaron acercarse y obtener dinero a cambio de evitar cateos y otros
operativos.
“No se puede hablar, ahorita es peligrosísimo. Es la línea que se ha
girado entre toda la gente que anda metida en esto. De hecho ha habido
reuniones de carácter social, familiar, de gente metida en el negocio, y
nadie pregunta ni comenta nada. Es parte de esto, de estarse cuidando”.
Cuando detuvieron a Joaquín Guzmán, en febrero de 2014, la estructura
apenas se cimbró. Impactó el hecho, desordenó los mandos de la
organización por unos días, se hicieron algunos ajustes, pero en esencia
todo siguió igual. El Chapo, se sabría después, seguía al
mando de su poderosa nómina desde el Altiplano, bajo la operación de sus
hijos, “Los menores” Iván y Alfredo Guzmán Salazar, y de su hermano
Aureliano.
“¿Qué va a pasar ahora que el Chapo se ha fugado?”, es la
pregunta que con frecuencia hacen los periodistas que vienen de fuera.
Es posible que nada, como casi nada pasó cuando lo detuvieron.
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