domingo, 28 de julio de 2013

TRATA DE ÉLITE EN EL DF

Foto: Vanguardia/ Archivo

‘Esclavas’ de la prostitución cuentan cómo opera la red de explotación sexual en antros a los que acuden mandos policiacos, jueces, legisladores, empresarios y hasta ministros de culto.

MÉXICO, D.F.- Karina ya no se mueve. La pistola sobre el buró de la suite la tiene petrificada. Antes había forcejeado con el hombre de traje fino, pero en cuanto vio el arma salir del bolsillo... se detuvo, y comenzó a suplicar. 

Aún se recuerda acostada, en esa cama matrimonial donde rogó al cliente que no la lastimara, pero no paraba. Le arrancaba la ropa con la misma prisa con que Karina resumía su historia: “Tengo 29 años”, “mi acento es así porque soy centroamericana”, “obtuve una licenciatura en Gastronomía en Los Ángeles, California”, “vine por trabajo a México, pero me engañaron”. “Tengo cuatro años secuestrada”. “Me obligan a mantener relaciones sexuales con políticos, hombres de negocios y extranjeros que pagan cientos de dólares por mí”. El infierno puede caber en seis frases. 

Cuando el hombre está a punto de penetrarla, ella hace un último intento por ablandar su corazón. Entre llanto, alcanza a decir que en febrero de 2009 salió de su casa porque le ofrecieron un buen sueldo en un restaurante llamado “Cadillac”, que en realidad era un prostíbulo con fachada de table dance, ubicado en la colonia Anzures. 

Cuenta cómo la llevaron a la planta alta del local ubicado en Circuito Interior 351, donde encontró a varias mujeres desnudas vigiladas por otros hombres. Trató de huir, pero antes de bajar las escaleras un guardia de seguridad la golpeó, pese a que estaba embarazada, y la llevó a la oficina del dueño, quien la violó junto con personal de seguridad y meseros. Pero el diablo no tiene corazón, continúa con su faena. 

Cuando despertó estaba desnuda, en el suelo. Sus “dueños” le habían asignado a una madrina llamada Alma, quien le quitó el teléfono, identificaciones oficiales y no la dejó salir del “Cadillac”: a partir de entonces, le avisaron, estaba atrapada en una red de tratantes que trabajaba sólo para clientes VIP y, le aclararon, si intentaba huir la matarían. 

No vio la calle durante meses. Su jornada empezaba a la una de la tarde, justo a la hora del bufete para los hombres adinerados de Polanco. Tenía que bailar, beber alcohol, consumir drogas y acceder a todo lo que quisieran hacerle los clientes en los salones privados de la planta alta, por lo cual pagaban hasta 5 mil pesos por media hora. Si se negaba o dejaba de sonreír, clientes y personal de seguridad estaban autorizados para someterla a golpes. Así hasta las nueve de la mañana del día siguiente. Sólo le permitían dormir cuatro horas en una bodega del antro. 

No les importó su embarazo

Por las violaciones, el bebé de Karina nació prematuramente. El pequeño apenas libró la incubadora, sus captores llevaron al niño a una casa de seguridad en la colonia CTM Culhuacán, delegación Coyoacán, y amenazaron con matarlo si ella hablaba con clientes, policías u otras chicas.

Sin el vientre abultado, Karina empezó una nueva dinámica como secuestrada: pasar algunas horas en “Cadillac” y luego en otros table dance donde el dueño de este antro es socio, como “Calígula”, “Tahití” y “Royal”, donde quedaba a merced de los pactos entre proxenetas y clientes, mayoritariamente servidores públicos y empresarios que buscan noches con mujeres con apariencia de modelos de pasarela. 

Lo peor ocurre en noches como ésta, piensa Karina: cuando a algunas de las elegidas para esos recorridos les vendan los ojos, las avientan al fondo de una camioneta y las introducen, amordazadas, a suites de lujo en hoteles sobre Paseo de la Reforma, donde las esperan sus clientes. En esos lugares —con champaña, sábanas de 400 hilos y jacuzzi a la vista— es donde realmente hay que rezar, porque significa que el cliente tiene tanto dinero que se siente dueño de las personas. Una noche de estas puede ser la última de una chica. 

Por eso ruega mientras “el diablo” la embiste con fuerza, con cara de placer. Ella piensa que, como otras tantas ocasiones, lo peor ha terminado. Se equivoca. Aún faltan dos amigos del cliente, quienes ya se bajan el cierre del pantalón. 

“Les dije todo y no les importó, que estaba ahí a la fuerza, pero me decían que me iban a tratar como se trata a las mujeres”, relata la joven, quien cuenta esta historia en un restaurante en Lomas de Chapultepec, que ha sido cerrado para que pueda hablar anónimamente. “Así eran mis días”. 

Quiere contar la parte de su historia que más miedo le da, no puede. El llanto le ha provocado un ataque de asma que la obliga a buscar su inhalador en la bolsa de mano. Cuando lo encuentra, su mirada encuentra la de Elvira, del otro lado de la mesa, quien llora al escucharla. 

Esta joven, de 19 años, aprovecha la pausa para pedir turno y contar la historia de su violación en los subterráneos de la trata VIP de la Ciudad de México, mientras Karina toma aire para continuar. 

Red de antros 

La trata de personas VIP es tan común que se disemina en 44 antros de la Ciudad de México donde se ejerce explotación sexual, según un análisis de la Coalición Regional y Contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe. 

Obedece a la demanda de servicios sexuales por parte de altos mandos policiacos, jueces, legisladores, hombres de negocio, empresarios y hasta ministros de culto que pagan miles de pesos por fantasías con mujeres que parecen salidas de las pasarelas de moda. 

No se trata de las usuales víctimas de trata, enamoradas o atraídas con joyería de fantasía por hábiles proxenetas que se aprovechan de su vulnerabilidad. Las víctimas de esta modalidad de trata son, en su mayoría, mujeres y hombres de clase media, de edad indistinta, quienes suelen tener estudios profesionales. Muchas vienen de otros países. 

El rapto es distinto: dado que en sus casas tienen un buen nivel de vida, se les engancha con promesas de trabajos bien remunerados que terminan en negocios de giros distintos. Principalmente, se esconden con la fachada bailes eróticos, pero la mayoría de estos negocios cuentan con cuartos ocultos donde se puede tener relaciones sexuales con las bailarinas. 

También hay casas, departamentos, hoteles, falsas oficinas y negocios como el recién clausurado “Club Douss”, en el municipio de Tlalnepantla, Estado de México, donde se rentan limusinas con vidrios polarizados que funcionan como hoteles rodantes a un precio de 6 mil pesos el viaje. 

Su red es amplia y bien organizada, según María Ampudia, directora de la asociación “¿Y ahora quién habla por mí?” Incluye hoteleros con franquicias de cadenas internacionales que ignoran el ingreso de mujeres amordazadas, empleados que encubren a sus jefes a cambio de sexo gratis, policías que no atienden denuncias, funcionarios delegacionales que no clausuran giros negros, vecinos que no reportan actividades sospechosas y una larga lista de omisiones. 

Todo para que cientos de hombres con dinero elijan entre 786 mil anuncios en internet de masajes exclusivos, 3 millones 980 mil ofertas de “escorts” o 44 antros capitalinos, donde gastan hasta 10 mil pesos por pasar unos minutos con una niña secuestrada. 

Ley inservible 

La panista Rosi Orozco como diputada presidenta de la Comisión Especial de Lucha contra la Trata de Personas (de 2009 a 2012) invirtió más de mil 200 días de trabajo para que sus compañeros legisladores aprobaran en el tercer trimestre del año pasado una ley contra la esclavitud sexual. 

“Fue un trabajo arduo. Sí han existido casos de políticos, hasta diputados y senadores, que contratan servicios sexuales relacionados con la trata. Gente que ha llegado al Congreso ha sido cómplice de este delito. Las víctimas de esta modalidad de trata hablan frecuentemente de que entre sus clientes están los diputados”, contó Orozco, ahora presidenta de la ONG Unidos Contra la Trata. 

A pesar de que la ley se aprobó, en la práctica es como si no existiera. Los actuales diputados tienen un retraso de diez meses en la publicación del reglamento para la ley. Sin reglamento no hay presupuesto. Sin presupuesto no hay programas sociales. Y sin programas sociales la ayuda no llega a las víctimas, quienes siguen esperando.

19 años, parece de Secundaria 

> A simple vista, Elvira parece una estudiante de Secundaria, aunque tenga credencial de elector. Es delgada, bajita, con rasgos aniñados y voz susurrante. Llegó al “Cadillac” en marzo de este año porque un hombre, que identifica como gerente del antro, se enteró que la habían rechazado de un trabajo en la colonia Condesa y le ofreció trabajar para él. 

Al llegar al table dance le pidieron esperar al encargado de contrataciones. Mientras, le sirvieron dos whiskys y un tequila, que la marearon hasta que la vista se le nubló. Sólo recuerda que varios la llevaron a un salón privado, donde la violaron durante horas. Cuando todos terminaron, el mismo gerente la llevó a un hotel, donde siguió el abuso. 

“Sólo pregunté ‘¿por cuánto me vendieron?’”, recuerda Elvira y evoca su imagen desnuda y desorientada sobre la cama. “Me dijo que por nada, que estaba probando la mercancía para los clientes”. 

Para amedrentarla, el hombre la llevó en su auto hasta la puerta de su casa en el oriente de la ciudad. Le dijo que la llamaría al día siguiente para que se presentara en el antro o contaría a sus familiares lo que sucedió. Ella dijo que sí, pero en lugar de callar denunció la violación en la agencia 50 de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, donde la ignoraron. 

“No hicieron nada, fue en la Fiscalía para Prevenir la Trata de Personas donde me creyeron y vieron que sí había sido violada”, acusa Elvira, cuya denuncia provocó un operativo que el 29 de junio clausuró el “Cadillac” y rescató a 46 mujeres presuntas víctimas de trata. 

Elvira, sin saberlo, frustró una lista de espera con nombres de varones adinerados que ofrecían más de 4 mil pesos por unas horas con ella. Quisiera o no. Todo porque parece de 14 años. 

(VANGUARDIA/ El Universal /domingo, 28 de julio del 2013)



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