
Pasó ileso después de una intensa balacera en Guasave, donde
murieron un policía y tres sicarios, entre el hedor de la pólvora y el
pánico colectivo, sangre regada en el asfalto y vehículos siniestrados.
Nada lo inmutó. Su propósito era demostrar que la diabetes no tiene
porqué postrar al que la padece. Había partido del sur de Argentina el
primero de enero y su objetivo era Alaska. Pero el destino lo atajó en
Sonora.
Santa Rosalía o Guaymas, ¿qué es más seguro a mí?, preguntó Mauro
Talini antes de reiniciar su viaje a Alaska, vía pedaleo, con un
espanglish que era perfectamente entendible.
—¿De qué seguridad preguntas?, ¿violencia?
—No, viento, calor, desierto.
—Ahh, pues Sonora, porque hay más comunidades, más personas en tránsito por el desierto, y te pueden auxiliar en un imprevisto.
Entonces lo decidió: “Por Guaymas. Ciao”.
Luego montó su bicicleta roja y comenzó a pedalear. En pocos minutos
ya se había alejado más de un kilómetro. Parece que va en moto, bromeó
el Vaquero, mientras yo conducía. Al alcanzarlo, las cámaras
lanzaron sus últimos disparos. Gritos de aliento, saludos al viento y
nos separamos.
Cuatro días después, Mauro Talini dejaba de rodar, estaba muerto. Su
cuerpo y su bicicleta quedaron destrozados. Un tractocamión lo embistió
más de 100 metros, medio kilómetro antes de la caseta de cobro entre
Santa Ana y Caborca, Sonora, en una comunidad conocida como Trinchera,
250 kilómetros al norte de Hermosillo, Sonora.
Había llegado lejos, pero no lo suficiente para completar su carrera
en solitario de 25 mil kilómetros, que inició el 1 de enero en Ushuaia,
en la Patagonia Argentina y que pretendía terminar el 30 de junio en
Prudhoe Bay, en Alaska.
Talini, originario de Viareggio, Italia, tenía 39 años de edad y diabetes. Emprendió el proyecto Una Bici Mil Esperanzas (Una Bici Mille Speranze),
con el patrocinio de la Federación Italiana de Ciclismo, la Iglesia
Católica, y otros organismos que le proveían lo suficiente para mantener
su carrera, información que suministraba a su propio portal, que
recaudaba dinero para mantener informada a la población sobre la forma
de vivir con la diabetes, sin que esta sea una enfermedad incapacitante. Él era el ejemplo de esa mentalidad.
Ese mismo ímpetu le había hecho pedalear antes desde su natal Italia a
Jerusalem y ahora de Argentina a Alaska, “y nunca un problema, salvo
las pinchadas”.
Nunca un ataque, jamás arrollado por vehículo, ni mucho menos
asaltado en los campamentos que armaba para dormir, cuando la noche lo
asaltaba en carretera.
“Una noche en tienda, otra en hotel, y así vas”, explicaba en esa
tienda de conveniencia en la que paró para hidratarse, a las afueras de
Ruiz Cortines, y en donde fue descubierto por reporteros, mientras comía
bimbuñuelos acompañados por una Coca.
Parecía un ciclista trotamundos, de esos que vagan solo por placer,
sin una causa que lo justifique. Nada más errada era esa primera
impresión, pues en realidad era un italiano, diabético, clase uno, que
se había echado a pedalear por el mundo para proveer información a la
población sobre los riesgos de la enfermedad.
“Es mucho problema, en Italia, Argentina, México, Estados Unidos, en el mundo”.
En ese momento, el ciclista era uno de los sobrevivientes ilesos del
tiroteo en donde se emboscó al jefe de la Policía Municipal de Ahome,
Jesús Carrasco Ruiz, y en el que un policía y tres sicarios murieron.
Por el lugar por donde Talini pasó sin inmutarse, quedó calcinada una
patrulla blindada. Los escuálidos neumáticos de la bicicleta no se
pincharon con los centenares de cascajos regados sobre el pavimento ni
con las esquirlas de las granadas que se detonaron, ni tampoco sintió si
una bala le pasó o no rozando por el cuerpo.
Talini no se inmutó con las incontables patrullas y policías armados
que estaban sobre la carretera. A él le pasó desapercibida la histeria
colectiva y la furia de la Policía. No escuchó ni vio nada de la
violencia que a diario se vive en Sinaloa.
Para él, lo más importante, y así lo hacía ver, era comunicar que la
diabetes no es incapacitante y que con el adecuado ejercicio y quema de
azúcares se podía controlar. Por eso recomendaba el ciclismo, por eso
pedaleaba.
“Lo importante es que no te ates, no te venzas, no te sientas, sino
que con diabetes pueden llevar una vida normal, plena, llena. Mírame, yo
soy la prueba”, decía.
En minutos, contó su historia a Ríodoce, quizá en la última entrevista concedida a un medio de comunicación y única en Sinaloa.
Dijo no sufrir por la diabetes, y que aunque pedaleaba solitario, no
se sentía solo, pues la lleva a ella, desde los seis años de edad.
En esta nueva misión, pedaleaba 150 kilómetros diarios, y hasta
entonces no había sufrido incidente digno de comentar, aunque hubiese
atravesado ya Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia Panamá, Costa
Rica, Guatemala, Honduras y El Salvador.
Le faltaban solo unos kilómetros, un último estado de México para
llegar a Estados Unidos, y de ahí a Canadá y luego Alaska, el fin de su
viaje.
Pero el destino lo atajó. La tarde del lunes 13, un trailer lo
arrastró más de cien metros junto con su inseparable bicicleta, en un
impune “pega y huye”.
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