
Levantado la noche del jueves 9, fue encontrado muerto una semana después.
“Me hablas en 15 minutos, en ese tiempo llego a la casa”, le dijo.
Acompañada de su madre, Amairani le dijo que sí desde la puerta. No eran
todavía las nueve de la noche. Al poco rato le habló pero el aparato la
mandó a buzón.
Tenían once meses de novios y Jesús la visitaba en su casa, ubicada
en la colonia 4 de Marzo. La madre de la joven trabaja y aprovecha su
ruta para dejarla en la Preparatoria Central de la UAS. Así que deben
mañanear.
“Ya es hora de que te vayas, Jesús, mañana tenemos que levantarnos
temprano”, le había dicho la señora. “Chale —le respondió el muchacho
antes de irse—, yo que me quería quedar hasta las 12 para darle el
abrazo”. “Mañana me lo das”, lo atajó ella.
Jesús, que no tenía un trabajo fijo, le preguntó a su suegro, albañil
de oficio, si tendría alguna chambita de ayudante. “Ahora no, pero
saliendo algo te aviso”.
El joven no llegó a su casa, que está por la calle Ararat, en el
Infonavit Solidaridad. Era la noche del 9 de mayo. En un trayecto
completo a pie, hubiera tenido que pasar por la gasolinera Horizontes,
que está por la calzada Lola Beltrán. Luego hubiera cruzado la avenida
para internarse en el fraccionamiento Rincón del Humaya.
Le gustaban los atajos. Por eso solía cruzar el campo que está justo
en la entrada del fraccionamiento, a la derecha si se va por el bulevar
Norma Corona. A esa hora no hay noche que no se mire gente haciendo
ejercicios y a jugadores de volibol en una cancha en la que muchos de
ellos y algunos espectadores se quitan la sed con cervezas bien heladas.
A Jesús le gustaba atravesar la cancha en diagonal para aprovechar el
atajo, pero al final empieza una calle negra que parece “boca de lobo”
por la que hay que caminar para luego adentrarse al Infonavit cruzando
un vado que también es paso de automovilistas.
Pero nadie supo qué pasó con Jesús, si alguien lo esperaba en la 4 de
Marzo, saliendo de la casa de su novia o tuvo algún desencuentro con
alguien en la cancha, si es que llegó hasta ahí. O con alguien en ese
callejón oscuro. O antes de llegar a su casa, en otra canchita, también
de volibol, que está justo detrás de su cuadra, por la calle Annapurna,
donde le gustaba reunirse con sus amigos.
De apenas 18 años de edad, Jesús Rafael Medina González, fue
reportado como desaparecido ante la Procuraduría General de Justicia del
Estado el lunes 13 de mayo.
Vivía la esperanza
Apolonia González plancha ajeno para ayudar a su esposo, herrero de
oficio. Es una mujer que ronda los 60 años con la misma entereza que
ingresó a la primaria cuando ya tenía 14, después de que una tía la bajó
de la sierra de San Ignacio para que no se la tragara la barbarie.
Tiene un lote de ropa de Jesús que apenas ha planchado “para que
esté lista cuando regrese”. La soba como si fuera su hijo mientras
cuenta la tarde que lo dejó en su casa.
“Él estaba aquí en el sillón y su padre arriba, en nuestra recámara. Les dije que saldría a entregar una ropa.
Tiene cuatro hijos y Jesús es el único varón. La mayor es casada y las dos menores viven también con la pareja.
Cuado regresó el muchacho se había ido “a la visita”. Nadie reparó en
su ausencia durante la noche porque duerme arriba, en su recámara. Así
que tampoco lo extrañaron al día siguiente por la mañana, hasta entrada
la tarde. Pero fue hasta el día 11 cuando le hablaron a la novia para
preguntarle si había estado con ella y qué había pasado porque no
aparecía por ningún lado.
Jesús no era bebedor ni consumía drogas. Hace poco le detectaron
tuberculosis y para aplicarle un tratamiento le hicieron pruebas de
alcohol y drogas, de las cuales salió limpio. Trabajó eventualmente con
una empresa en la venta casa por casa de artículos para el hogar.
“Es medio alocadito”, pero nada más. No es un muchacho violento ni tiene malos antecedentes”, afirmó su madre.
Después de que puso la denuncia la ratificó. Hasta el jueves por la
noche, solo un agente de la Policía Ministerial al que solo conocen como
Rodrigo, acudió al domicilio para hacer preguntas. Pero es todo.
La novia y su familia no habían sido requeridas y entonces el caso
parecía en punto muerto, salvo porque la ruta que hubiera seguido Jesús,
de la casa de su novia a la suya, fue tapizada de carteles que compiten
con anuncios de casas que se venden o plomeros que se alquilan, con un
cabezal estremecedor: Ayúdanos a encontrarlo.
Viernes trágico
Fue la primera noticia policiaca que los portales subieron a la red
esa mañana de viernes. Jesús ya no sería parte de los más de 1 mil 300
desaparecidos que hay registrados en Sinaloa en los últimos seis años y
por los que normalmente el Gobierno no hace nada.
Los cuerpos de dos jóvenes que habían sido asesinados fueron
descubiertos al amanecer por la carretera Navolato-El Castillo, muy
cerca de la ciudad cañera.
Uno de ellos era el hijo de doña Apolonia y todavía vestía su
pantalón de mezclilla, esa camisa blanca a cuadros y sus tenis negros
con que fue anunciado en el cartel para su localización.
La familia se enteró porque a media mañana llegó a la casa de Ararat
un hombre que les habló con la rígida solemnidad con que se conducen los
creyentes ante el santo de su devoción.
–¿Ustedes habían reportado a un joven desaparecido?
–Sí…
–Es que esta mañana fue encontrado… pero no como todos hubiésemos deseado.
Era de la funeraria en turno.
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