Juan Pablo Becerra-Acosta / México.- Progreso, municipio de la zona carbonífera de Coahuila, está 300 kilómetros al norte de Saltillo, donde el narcotraficante Heriberto Lazcano murió en un enfrentamiento con efectivos de la Marina el pasado 7 de octubre, y yace semidesierto tres semanas después. Durante dos días de recorrido por la zona la cabecera municipal permaneció así: casi sin vida.


del cártel que lideraba Lazcano: se corrió el rumor de que los marinos habían localizado a El Lazca debido a una denuncia anónima de los pobladores. Ellos lo niegan y reaccionan con una mezcla de temor y enojo…

—La Marina dice que fue por una denuncia ciudadana, cosa que no es cierto. De ahí el temor del pueblo. Este pueblo no está impuesto a hacer denuncias. No podemos decir que era gente (El Lazca) desconocida ni que la conocíamos (cantinflea). Son mentiras… —se queja una señora que sale de su casa para colocar sillas y mesas a la mitad de la calle vacía: tendrá una fiestecita familiar. Otra mujer y varios niños la escuchan.

—¿Lo que dijo la Marina, de que por una denuncia ciudadana lo detuvieron, es mentira?

—Son mentiras, no es cierto. Nadie dijo nada. Mucho menos los que estaban en el estadio (cuando el narcotraficante fue abatido se realizaba un partido de beisbol llanero a la entrada del pueblo). Somos gente humilde. En las ciudades la gente está con los celulares. Aquí ni señal hay…

La mujer, de unos 50 años, no oculta su preocupación por que su poblado aparezca como delator, lo que la lleva a evidenciar cierta complacencia con los criminales…

—Aquí no estamos para hacer esta clase de denuncias. Aquí todos son bienvenidos. Aquí no tenemos porqué desconocer a nadie ni decir: “Este viene a hacer mal”. Hizo mal la Marina en hacer esa clase de conversación (sic) y más en las noticias, porque eso se corrió por todo el mundo y no es cierto.

—¿Eso los asustó?

—Pues sí. Nosotros no quisimos que nos fueran a hacer una represalia y ese era el temor que había. Había mucha sicosis, mucha consternación. Por eso estamos inconformes con lo de la Marina…

—¿Ustedes sabían que vivía aquí?

—En ningún momento. Nunca conocimos que esa gente viviera aquí. Pa’ qué echar mentira. Hay gente que le gusta hablar porque tiene boca…

—Se dice que tenía una casa aquí, eso dijo el ex gobernador Humberto Moreira…

—Sólo que él se la haya dado… —responde con sarcasmo una joven que tercia en la charla.

Otra mujer que suele preparar comida en un quiosco (ayer y hoy no tuvo clientela: el lugar estuvo vacío) sintetiza las cosas a su manera, ante la mirada sorprendida de su hija y su yerno:

—Mire, si ese señor hubiese vivido aquí, hubiera sido el amo del pueblo. Y mírenos, apenas vivimos con lo que tenemos…

Los chavos que rondan por ahí son más atrevidos y uno de ellos, de unos 14 años, cuenta un secreto lejos de los adultos:

—A veces vienen las camionetas de ellos, de los señores. Vienen varias. Llegan y tocan una como sirena, se paran y nosotros ya sabemos: salimos corriendo. Nos regalan juguetes y cosas, como bicicletas o sudaderas y gorras…

Ante la cara de estupefacción de los que escuchamos, ruega: “Pero por favor, no les digan (mira a las mamás) que les conté, que me van a castigar feo…”

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El presidente de este municipio de migrantes y mineros (la mitad de los hombres se va a Estados Unidos y la otra trabaja en pozos y tajos carboníferos), Rubén Trejo, niega que el líder del cártel abatido viviera aquí, como denunció hace unos días el ex gobernador Moreira, y dice ignorar si empresarios del carbón están ligados al narco en la zona, como también afirmó su correligionario priista.

Ataviado con botas vaqueras y sombrero ranchero, el hombre robusto responde con firmeza, aunque de cuando en cuando mira con nerviosismo…

—Mis respetos para el profesor Moreira, el ex gobernador. Nos dio cosas buenas en un año, pero yo no sé en qué se fundamenta o en qué se basa. Aquí, si vemos gente extraña, tenemos que conocerla, todos nos conocemos: somos compadres, amigos y familiares el de la tienda, el de la tortillería, el de la gasolinera. Yo no vi gente extraña y no sé el fundamento del profesor para que esté diciendo esas cosas. Desconozco totalmente esa situación…

—¿Ni un ciudadano le informó que algún fuereño llegara a vivir por aquí?

—No, yo tengo mucha cercanía con la gente, y no…

—¿Y lo de los empresarios? Dice Moreira que El Lazca se hacía pasar por empresario minero…

—Yo los empresarios no sé quiénes sean. Yo te puedo decir quién es el dueño del rancho, de la superficie, te puedo decir de los ejidatarios, pero de la concesión minera no podría darles información, porque no sé. Las concesiones son otorgadas por el gobierno federal. No sabemos quién es el empresario, no trata con nosotros, no sabemos: ellos llegan y pagan a un ranchero, a un ejidatario por el terreno, por usarlo y lo explotan…

Lo que sí confirma el presidente municipal es la zozobra que han pasado sus gobernados: delincuentes llaman y los extorsionan acusándolos de haber delatado a El Lazca. Repiten esto: “Sabemos que de este número salió la llamada para denunciar a El Lazca. Los vamos a matar si no nos dan lo que les pedimos…”

—Ha habido llamadas de extorsión, es cierto. Yo he trabajado con elementos de Seguridad Pública: ponemos cartelones y explicamos que no lo crean, que hay que colgar el teléfono…

—¿Sicosis?

—Sí, tenemos que reconocer que es obvio que la gente está asustada por las llamadas de extorsión. Sí hubo un momento de sicosis, como dices tú. Estamos trabajando en ello con la gente, en las escuelas, en la iglesia, porque no podemos estar viviendo así…

Un comandante de la policía acreditable del estado, que pide omitir su nombre y ruega que solo se grabe su voz mientras patrulla Progreso, es quien está a cargo de la seguridad del municipio, ya que ningún policía del lugar ha querido hacerlo. Él confirma el miedo que ha privado en el lugar:

—Lo que pasa es que cuando se suscitó este hecho empezó una sicosis por lo mismo. Entró en pánico la población. La gente es muy humilde aquí. Cuando se dio la noticia de que había sido una llamada anónima la delatora, la gente tuvo temor de que hubiera una represalia con todo el pueblo, no con alguien en específico.

Los habitantes cuentan que cuando El Lazca fue abatido, los marinos gritaron a la gente que se tirara al piso en el campo de beisbol llanero, donde se llevaba a cabo un partido. Hubo histeria. Desde entonces los encuentros no se han reanudado: la gente aún tiene miedo. Aunque nunca falta alguien valiente…

—¿Miedo todavía? ¿De qué? El muerto ya está muerto —lanza una mujer de mirada penetrante…