sábado, 24 de marzo de 2012

LOS ARCHIVOS OCULTOS DEL VATICANO

Obispos en el Vaticano. Foto: AP

Reportaje Especial

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Una de las primeras denuncias contundentes desde dentro de la Legión [de Cristo] fue la de Federico Domínguez, quien había estudiado hasta filosofía en Comillas [España] y había fungido como uno de los secretarios de [Marcial] Maciel, además de haber sido el guardián del archivo secreto de la Legión, actividad esta última que le permitió tener acceso, por ejemplo, a los informes donde el padre Lucio Rodrigo S.J., denunciaba a Maciel y de los que éste se las arregló para tener copias.

A Federico Domínguez le fue pedido dicho informe por el vicario de la Arquidiócesis de México, monseñor Francisco Orozco Lomelí, en agosto de 1954 (Documento 113). En éste se abren por primera vez las cartas acerca de la adicción de Maciel a la dolantina (morfina) y de la rara “enfermedad” con la que justifica su consumo. Esta carta se encuentra en el archivo de la Sagrada Congregación de Religiosos como el Documento 113 que citamos.

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1956. Este año resultará decisivo para documentar tanto lo que un exjesuita va a denominar la “doble vida” de Marcial Maciel, así como su morfinomanía y pederastia. Por otra parte, saldrá a la luz la matriz básica que conformará la estructura institucional de la Legión de Cristo; me refiero al voto de caridad, que aunado al de humildad instituye la multifuncional omertá como eje fundamental en la Legión, que a su vez se articulará con las diferentes estrategias para silenciar o neutralizar datos comprometedores por parte de las diferentes instancias vaticanas.

El Documento 114, ACIVSVA-RIII, del 1 de enero de 1956, J/I, que inaugura el año, resulta significativo porque alude por segunda vez al consumo de morfina por parte de Marcial Maciel. Está firmado por el padre Callisto Lopinot, por ese tiempo consultor de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. El citado dirige su carta a la Sagrada Congregación de Religiosos.

El sacerdote afirma que un médico católico a quien conoce de muchos años, pero del que no menciona su nombre, le comunica que atendió a Marcial Maciel y le señala que “es morfinómano y que ha tenido una fuerte crisis como efecto de la droga que ha utilizado y sigue tratando de procurársela”.

Conocedor de las responsabilidades del padre Maciel con su instituto y los jóvenes que a él asisten, dicho médico se siente obligado en conciencia a hacer la citada comunicación a la “autoridad eclesiástica competente”.

A esta carta del padre Callisto le siguen dos del profesor Sabino Arnáiz, exjesuita y profesor de los jóvenes legionarios en Comillas y en Roma; en la primera, con fecha 30 de enero de 1956 –Documento, 115, ACIVSVA –RIII J/I–, acusa a Maciel ante la Sagrada Congregación de Religiosos de injusticias, mentiras y falsificación de firmas. 

En la segunda –Documento 117, fechado el 1 de febrero de 1956, J/3–, intenta un análisis más pormenorizado de la institución legionaria y de Maciel, al que dice conocer de tiempo atrás.

“Voy al fondo de mi personal opinión […].a mi entender se trata de […] un desdoblamiento de la persona [así en el texto; Fernando M. González] El padre Maciel es él la norma, la regla y todo. Estamos no ya en la “santidad” sino en el “santonísmo” (sic).

“[…] Todo se hace alfombra para que pase. Por él existe la superveneración sintomática de todas las sugestiones.

“Para su colosal ascendiente el padre Maciel tiene una cualidad en la que es un fuoriserie: la serenidad unida a un exquisito trato y formas externas (para las mujeres tendríamos que aludir a ciertas ideas freudianas que son la acentuación de lo dicho) […] en palabras más recias digamos que el padre Maciel es un ‘embaucador’.”

Arnáiz realiza otras observaciones que describe como de “desconcertante arbitrariedad”. Se refiere específicamente a la forma en que Maciel maneja sus entradas y salidas de la casa de Roma. 

De pronto se habla de que está en la enfermería “medio moribundo” y luego se le ve salir de la casa “con el mayor garbo”.

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Anexo: En este apartado me parece importante incluir dos documentos. El primero, el Documento 134, resulta un buen resumen de lo ocurrido en el periodo 1948-1956. 

Presumiblemente se trata de una síntesis realizada para la Sagrada Congregación de Religiosos y que muestra lo que ellos sabían hasta entonces respecto a las denuncias contra Maciel. 

El segundo documento está escrito por un tal Antonio López y se dirige al cardenal Pizardo, secretario del Santo Oficio –Documento 135–, con la finalidad de mostrarle a dicho cardenal de qué manera el padre Maciel “consigue dinero”.

Y digo que reviste una importancia especial, ya que hace entrar en los archivos de la citada congregación una información que sólo hasta inicios de 2010 se hizo pública. 

A saber, las relaciones del padre Maciel con las mujeres y no precisamente sólo para pedirles dinero ni para dirigir su alma hacia el Creador, sino al parecer para experimentar el baile y un tipo de acompañamiento que incluía dormir con una viuda. Leamos lo siguiente:

“El dicho padre Maciel, con el pretexto de que la casa religiosa de su instituto quedaba a quince kilómetros de la capital y que por otra parte él perdería y mermaría tiempo a su apostolado en el caso de que fuera a dormir allá, adoptó la costumbre de quedarse a dormir en México en la casa de la viuda de Fernández que vivía sola en la calle de Pánuco 65.

“La señora es de unos cincuenta años pero conserva su elegancia y belleza primitivas sin perder el atractivo femenino. Es además de un temperamento muy alegre y aficionada a bailar. Así pues, se pasaban largos ratos bailando y contaminándose en conversaciones frívolas; luego se retiraban a dormir…”

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En la selección de esta parte elegimos presentar, entre otros, un texto muy significativo realizado por alguien externo a la institución legionaria. 

Se trata del informe de Manuel de Castro Pérez, vicepresidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de San Sebastián, España –Documento 170, ACIVSVA-RIII, del 18 de marzo de 1962– que le presenta al obispo de la diócesis citada. 

Documento que retoma el hilo de dos ya citados en la parte III respecto al asunto de la morfina-dolantina. Comienza con estas significativas palabras:

“Con el natural pesar causado por la exposición de malas noticias, por hechos prevenientes o causados por personas de máxima confianza, y [que] si los silenciásemos no los aliviaríamos, sino al contrario, podrían ser causa de mayores desafueros…”

Gongorescas y sabias palabras que de haber sido tomadas en cuenta a su tiempo probablemente habrían prevenido “mayores desafueros”. 

Sin embargo, las autoridades vaticanas decidieron que lo mejor era tapar y silenciar. 

Y cuando esto ya no fue posible, se le rindió homenaje a la máxima lentitud, la cual se hizo explícita en las palabras del actual papa Benedicto XVI al señalar que habían operado lentamente porque sólo hasta 2000 comenzaron a tener elementos de juicio para tomar en serio las acusaciones.

Este documento abre lo que podríamos considerar como la tercera oportunidad para que las autoridades vaticanas tomaran en sus manos de manera radical el caso del fundador de los Legionarios y de su institución. 

Pero, de nueva cuenta, Maciel opera astutamente y logra conjurar el peligro in extremis.

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Al citado documento lo completa un segundo escrito –Documento 172, ACIVSVA-RIII, 27 de abril de 1962– redactado por un antiguo alumno de Comillas y que había sido hasta hacía poco secretario del cardenal Gaetano Cicognani, cuyo hermano Amleto era por ese entonces el secretario de Estado de la Santa Sede. 

El comillense dice estar al tanto de la historia de los legionarios por las dos situaciones aludidas –exalumno de la universidad de los jesuitas y su función como secretario–. 

No está firmado y por lo tanto hasta esa altura de la documentación no sabemos su nombre.

Sin embargo, un tercer escrito, esta vez de monseñor Diego Bugallo Pita –que fungía como auditor asesor en la Nunciatura de Madrid–, permite suponer que se trata de monseñor José S. Laboa.

Monseñor Laboa afirma que lo vinieron a visitar en su casa de San Sebastián tanto el presidente de los farmacéuticos como el jefe de la policía de la ciudad. 

Añade que el jefe de la policía le informó que ya desde 1957 el mismo había denunciado al vicario general de la diócesis, monseñor Sodube, en ausencia del obispo que estaba de vacaciones, “graves hechos de la misma índole”. 

Y que el vicario le prometió informarle a su superior, pero que por circunstancias que ignora, no lo hizo. Nótese la alusión al año de 1957, precisamente cuando se suponía que Marcial Maciel estaba suspendido. 

Y añade que el farmacéutico puso en sus manos un reporte detallado de los hechos ocurrido en el mes de marzo de 1962. 

Así como una carta para el cardenal de México, es decir, el arzobispo de Guadalajara, José Garibi Rivera. 

Y que ambos documentos –170 y 172– quedaron consignados bajo juramento solemne de enviarlos al secretario de la Sagrada Congregación de Religiosos.

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El texto del exsecretario de G. Cicogniani­

–junto con el del farmacéutico– estuvo a punto de tener un efecto substancial sobre la carrera de Marcial Maciel, pues es posible constatar que la Sagrada Congregación de Religiosos tenía pensado presentar en la audiencia que debería haberse celebrado el 18 de mayo de 1962 ante el papa Juan XXIII la petición formal de destituirlo al parecer de manera definitiva. 

Pero Maciel fue rescatado un día antes gracias a la nunciatura de Madrid, y la audiencia se suspendió.


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En el Documento 171 fechado el 28 de mayo de 1962, encontramos lo siguiente en el apartado B:

“Acusaciones graves. Últimamente, durante los días 18 y 23 de marzo de 1962, han ocurrido nuevos hechos graves en la ciudad de San Sebastián, España, donde el padre Maciel ha pernoctado junto con algunos discípulos de su instituto. Tales hechos, que han sido señalados incluso a la policía local, deben ponerse en relación con la afanosa búsqueda de droga efectuada por el padre Maciel y sus condiscípulos en varias farmacias.”

La acusación escrita y jurada proviene del doctor Manuel de Castro, que forma parte del Colegio Oficial Farmacéutico de Guipúzcoa.

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Si hasta ese momento el archivo sólo contenía las denuncias desde el interior de la Legión –las de Federico Domínguez y de Luis Ferreira en las que se habla con toda claridad de drogadicción, pederastia, usos de la confesión y transgresiones al sigilo de la confesión y a la cuenta de conciencia, y otras–, esta vez nos encontramos con el testimonio y la denuncia de alguien que perteneció al circulo rojo de Maciel y que en 1956 había colaborado activamente a mantener el cerco del silencio.

En una carta de renuncia a la Legión decide ajustar cuentas con su fundador. Se trata de Juan José Vaca, quien fue abusado desde diciembre de 1949. 

Entre otras cosas, escribe una lista que incluye a los 20 jóvenes legionarios, de los cuales a él le consta que “usted [Maciel] cometió los mismos abusos sexuales y de cuyos nombres pongo a Dios por testigo”. 

Nombres en los que no incluye, entre otros, los de José Barba o de José A. Pérez Olvera.

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Vaca revela cómo operó Maciel con sus fieles cuando se presentaron los visitadores enviados por la Sagrada Congregación de Religiosos, a finales de 1956:

“Llega el mes de septiembre de 1956 y sale a la luz el escándalo de su adicción. Usted teme que se descubran también sus actividades homosexuales y manipula hábilmente nombrándonos asistentes de las comunidades del Colegio de Roma a los que más lo queríamos y mayor fidelidad le habíamos guardado.

“[…] Deja a Jorge Bernal como asistente de teólogos, a Alfonso Samaniego, de filósofos, a Cristóforo Fernández y a mí, asistentes de novicios; nos instruye para que no revelemos absolutamente nada negativo de la vida íntima de usted a los visitadores apostólicos.”

Escribe Juan José Vaca:

“[…] En febrero de 1958 usted es rehabilitado por la Santa Sede. No obstante, continúa nuestra angustia por sus renovados abusos sexuales contra nosotros. […] Cuantas veces nos obligó, no sólo ya a uno sino a dos religiosos a intercambiar mutuamente las aberraciones que usted nos hacía”. (Números 22 y 24.)

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En el inicio de su pontificado Juan Pablo II tenía a la mano un dossier listo para ser analizado y para saber con quién se las tenía que ver si lo quería entronizar, como en efecto hizo años más tarde aduciendo que [Maciel] era un “ejemplo de la juventud”. 

Más aún, no sólo tenía a su disposición la información si la hubiese requerido, sino que también contaba con varias maneras de elaborarla, eufemizarla o silenciarla.

Un ejemplo nítido de esto último lo tenemos en una carta contenida en el Documento 184 ya citado, y en el cual se puede ver cómo fue filtrada la información enviada por monseñor McGann en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. 

De nuevo vamos a observar una neutralización de las acusaciones. Ésta va a ser la tercera vez en que una información comprometedora como pocas será atenuada al máximo por las autoridades vaticanas. 

Se trata de la carta de Jesús Correl C., del 30 de septiembre de 1979, que tiene el sello de la Congregación Para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. l

*Fragmentos del capítulo II (“La sonoridad de algunos silencios. 

Los documentos secretos, 1944-2002”) de La voluntad de no saber. 

La redacción del capítulo corrió a cargo de Fernando M. González.

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