jueves, 12 de enero de 2012

HURACAN LIZA


LA PEOR TRAGEDIA JAMÁS OCURRIDA EN BAJA CALIFORNIA SUR









Por Cuauhtémoc Morgan
Cada año, el recuerdo cíclico de la peor tragedia que un desastre natural ha ocasionado en Baja California Sur, golpea fuerte los corazones de miles de paceños que sintieron en carne propia al Huracán Liza.

A la fecha no hay residente en la capital de sudcalifornia, que no haya sufrido la desaparición de un amigo o familiar en los oscuros días posteriores al 30 de septiembre de 1976. ¿Fueron 600 los que murieron? Definitivamente no. La vergüenza oficial llevó a maquillar esas cifras, al igual que ocurrió con los terremotos de la ciudad de México. En realidad fueron más de 7 mil los muertos y desparecidos, ¡el 10 por ciento de la población paceña!

He tenido acceso a un testimonio muy realista, el más confiable diría yo de una testigo de este huracán.

Se trata de Gregoria Hernández, quien dice que los días anteriores al funesto evento, todo era normalidad. Se habían recibido algunos reportes sobre la inestabilidad en la zona del Pacífico, sin embargo en aquel tiempo la información era confusa, engañosa, poco clara.

La referencia que se tomaba para ubicar los huracanes era la Isla Socorro, un pequeño punto perdido en el Océano Pacífico. Los boletines transmitidos por el Servicio Meteorológico Nacional llegaban vía teletipo a las redacciones de los periódicos y eran re transmitidos “me acuerdo mucho en los cortes informativos de la HZ y de Pancho King en la XENT”.

Una lluvia finita
Relata que los días eran normales pues la cercanía de un huracán no impactaba mucho el estilo de vida de los paceños, “la lluvia finita comenzó como a las 12 del día y una hora antes fui por los niños al colegio pues los despacharon temprano”.

Gregoria dice que no existía mayor temor entre la población, “esa tarde del miércoles 29 de septiembre todavía nos dimos tiempo para ir a comer a un restaurant en el centro, aunque la luz en algunos lados ya se había ido desde las 12 del día, pero la lluvia comenzó muy persistente a las cinco y seis de la tarde, una lluvia ligera con algo de viento, era el avance del ciclón”.

“Las calles del centro de la ciudad comenzaron a inundarse, la 16 de septiembre estaba intransitable, los arroyos estaban bajando (como siempre) y fue por eso que nos fuimos a la casa para prepararnos, ya no fuimos a trabajar esa tarde el clima estaba empeorando el viento no cesaba, recuerdo que los cables de electricidad chillaban”.

La furia del Huracán “Liza”
Refugiada en su hogar de la calle Jalisco, paralela a la unidad habitacional de Infonavit “Domingo Carballo”, Gregoria Hernández y su familia colocan tablas y protecciones en las ventanas, ya eran las 7 de la noche y no había luz, el nublado hizo oscurecer el horizonte antes de tiempo y los vientos comenzaron a atacar con furia. “Ya no había carros circulando, el agua sobre la calle Jalisco subía y subía y como a las ocho de la noche fue cuando comenzamos a escuchar crujidos muy fuerte, era que varios árboles de eucalipto estaban cayendo frente a nuestra casa”.

Lo peor había comenzado, ya eran las ocho de la noche y un ventanal de la casa de Gregoria estalló en mil pedazos, “como pudimos se colocó una tabla grande de madera para que no entrara agua, pero lo que me preocupaba era ver cómo el nivel del arroyo que se hizo sobre la calle Jalisco subía sin parar y aunque la casa está en alto nunca había subido tanto ese arroyo”.

Casi todos los hijos de Gregoria ya estaban dormidos en medio del caos, pero después de las doce de la noche inicia lo peor, “eran muchos los carros que pasaban frente a la casa y se escuchaban incesantes gritos de auxilio, la gente en su interior era arrastrada por el gran arroyo que se formó… ¿qué hacíamos?, eran gritos desgarradores de hombres y mujeres llorando pidiendo auxilio, ¡rescátennos por favor!, ¡auxilio me muero!, ¡mis hijos!, todo era un verdadero caos una historia de terror”.

Desde entonces esos gritos desgarradores solicitando ayuda, siguen muy presentes en Gregoria Hernández, “impotencia por no poder ayudar a la gente, tristeza porque se trataba de familias que iban rumbo a la muerte segura, ¡que tragedia!”…

La luz revela la magnitud de la tragedia
La mañana del jueves 30 de septiembre, después de casi no dormir, Gregoria sale a recorrer su colonia, “luego luego en la esquina (Jalisco y Chiapas) encontré gente muerta, cadáveres de jóvenes, señores, caminé y caminé y en cada cuadra era lo mismo, carros semi enterrados con gente adentro, niños sin ropa, llenos de lodo, mujeres, señoras jóvenes muertas con el último lamento de dolor en el rostro… todo había terminado”.

La unidad habitacional Infonavit “Domingo Carballo Félix”, que era el último asentamiento habitacional al sur de la ciudad, tenía severos daños en muchas casas, sobre todo las de dos pisos, “pero había otras que las había afectado mucho la inundación, familias que murieron dentro de sus propias viviendas o bien, personas muertas arrastradas por las aguas depositadas ahí, por eso no dejé a los niños salir, era demasiada gente la que murió”.

Fue por el arroyo El Cajoncito que se vino el alud de agua que arrasó con el sur de la ciudad. Los mayores daños se pudieron apreciar desde la Casa de la Juventud (antes CREA hoy ISJUDE) hasta la colonia Infonavit y desde el cerro Atravesado hasta el barrio del Manglito. Prácticamente el 25 por ciento de la ciudad había desaparecido.

Dice doña Gregoria que los primeros que salieron a la calle, fueron los soldados del 14 Batallón de Infantería, acantonados en la tercera zona militar. “Ellos fueron los que vi desde el jueves haciendo recorridos a pie, los carros no transitaban las calles estaban destrozadas”.

Poco a poco se fueron incorporando miembros de grupos de rescate, como la Cruz Roja, todos ellos recogiendo los cadáveres que echaban en camiones porque desde la tarde del mismo jueves ya se estaban hinchando por el calor. “Mucha gente perdió sus casas, recuerdo que a muchos les dieron alojamientos en las escuelas, en bodegas porque no tenía a donde ir”.

También “brigadas de vacunación de los mismos soldados fueron atendiendo a toda la gente y muchos se concentraron en la zona del Palacio de Gobierno para preguntar por sus familiares, pero no había respuestas, de hecho ni siquiera el gobernador (Ángel César Mendoza Arámburo) se encontraba en Baja California Sur”.

Conforme transcurrieron los días se fue desvelando la magnitud de esta tragedia. Los muertos fueron sepultados inmediatamente con maquinaria pesada en largas fosas que están en el Panteón de los Sanjuanes. Nunca se supo a ciencia cierta cuántos muertos y desaparecidos hubo, hay quienes dicen que la cifra ascendió a 10 mil. Muchos de ellos quedaron enterrados en grandes fosas que la corriente de agua hizo en el suelo arenoso. Otros más en los manglares del barrio “El Manglito”.

Cosa curiosa, la zona centro de la ciudad de La Paz resultó casi intacta, sin mayores daños. Por eso hoy en día dicen que no fue tanto la velocidad de los vientos del huracán “Liza” los que ocasionaron las muertes, sino el violento caudal del arroyo “El Cajoncito”… Y tienen razón.

Tragedia que se pudo haber evitado
Estudios posteriores revelaron que un gavión se reventó y eso provocó que aumentara el volumen del agua que arrastró el arroyo que acabó con más de 30 colonias.

Aunque nunca se pudo probar la negligencia de las autoridades, pues en ese tiempo la cultura de la protección civil, se puede decir, era nula. La cultura preventiva era demasiado pobre, tanto como la gente que murió en las aguas del Huracán “Liza”.

La recuperación
A la semana la luz fue reponiéndose en varias zonas de la ciudad. La ayuda llegó de todas partes y el gobierno federal en ese tiempo a cargo de Luis Echeverría Álvarez envió toneladas de víveres. Se instaló un campamento donde se prestó ayuda a miles de damnificados en la zona sur de la ciudad, precisamente ese campamento dio pie a la formación de la popular y famosa colonia 8 de Octubre.

Pero el dolor de quienes perdieron a amigos y familiares en ese evento, nunca desapareció.

Yo me quedo con este relato, el más fiable y creíble para mí porque es de Gregoria Hernández… Mi señora madre, sobreviviente del Huracán Liza.






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