jueves, 3 de noviembre de 2011

PRESA PICACHOS


   
Monos Bichis

José Manuel VillanuevaDel día que recalaron por aquí los representantes del Gobierno por primera vez, me acuerdo bien. Llegaron pidiéndonos que nos reuniéramos en el quiosco. Que era menester que todo el pueblo estuviera presente, porque nos traían, según eso, una noticia muy importante. Mitoteros a cual más, ahí estuvimos. Se nos quemaban las habas por averiguar el mentado motivo de aquella visita. Desde entonces, en San Marcos, ya nada fue igual.

Se soltaron, al principio, hablando de puras cosas bonitas. Que el progreso, que el futuro que nos esperaba y otras cosas por el estilo. Casi casi, que nos fuéramos despidiendo de la pobreza en que habíamos vivido toda la vida. Cuando, por fin, se dejaron de rodeos y se fueron al grano, apareció el peine. Pelamos nomás tamaños ojotes de la sorpresa al darnos cuenta, bien a bien, del verdadero interés de su presencia por estos lugares. Volteamos a vernos las caras unos a otros, sin dar crédito a lo que estábamos oyendo.

Con las jetas largas después de escuchar aquello, nos fuimos, poco a poco, yendo a nuestras casas. Unos primero y otros después, hasta que los enviados del Gobierno se quedaron hablando solos como los pericos.

Yo fui de los últimos en irse. Ya de retirada, alcancé a escuchar, a lo lejos, la voz regañona de un funcionario gritando que éramos enemigos de la prosperidad y que nunca íbamos a salir de donde estábamos. Mi mujer se había venido antes que yo, y quise darme prisa para alcanzarla.

Entré a la casa. Me dio mala espina encontrar todo tan quieto. Me asomé por todas partes buscando a la Camila, y ni sus luces. Una alharaca se oyó en el corral; me figuré que era ella batallando con los animales. Tampoco. Eran los canijos chuchos, como siempre, dándoles guerra a las gallinas. Me serví un jarro de agua y me senté en la poltrona a esperar a que solita apareciera.

Andaba en esas cuando escuché, de pronto, unos gemidos muy tristes que salían del cuarto de los tiliches. Me acerqué despacito para ver de qué se trataba. Era la Camila. Pude ver sus ojos llenos de lágrimas, cuando abrí la puerta.

—Vine a llorar aquí. Aquí, donde nadie me viera.

La abracé. La apreté con fuerza tratando de consolarla. Que no se mortificara, le dije. Que de aquí nadie nos sacaba. Que aquí habían nacido y quedado nuestros viejos. Que era esta nuestra tierra. Que aquí estaban nuestros recuerdos y que aquí queríamos nosotros también morir. Le seguí diciendo, sin soltarla de mis brazos.

—Todo acabó. ¡Date cuenta Pastor, con el Gobierno no se puede!

Afuera, las campanas de la iglesia empezaron a repicar. La gente volvió a salir de sus casas. El murmullo, cada vez más grande, se apoderó de las calles. La raza se miraba muy enchilada y dispuesta a defender lo suyo. Entrevistarse con quien hubiera que entrevistarse. Con el presidente de la República o con la corte celestial toda, si era necesario. Bloqueos de carreteras, plantones, marchas. Los sanmarqueños parecían decididos a no permitir la construcción de la presa.

¡En pescados nos convertiremos si es preciso, pero de aquí, no nos mueven!

Así pintaban las cosas, al principio.

villanueva51@hotmail.com

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