sábado, 15 de octubre de 2011

TRES MUERTES, UN CLAN


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Redacción   
Martes 11 de octubre de 2011

El Ricky, el Ciego y el Chino, jóvenes que quisieron volar alto en las filas del crimen

 Con apariencia de juniors, su vida fue rápida a bordo de autos de época, lujosos, refrigerados, brillantes y únicos. Conducir un Mini Cooper cuando nadie lo hacía, o tragar pavimento con las ruedas 15 de un Mercedes Benz, aparcar abierto un Jaguar, o colocar los pies sobre el cristal de una Hummer, era cosa común, más en ese barrio polvoriento de clase media baja al cual frecuentaban como si fuera su nido cuando en realidad solo estaban de paso.
Riodoce.com.mx/Investigaciones
Sus ropas caras, de marca, de diseñador; el calzado Louis Vuitton y la colonia que usaban contrastaban notoriamente con los de imitación de Levis 501 que sus vecinos portaban, con el rechinar de las costuras de los Converse o del chancleo de la sandalias que el candidato tricolor había regalado y que eran llamativas por el verde de la suela y el rojo de los plásticos.

De entre los chavos del barrio se distinguían también por llevar siempre colgadas sus bolsos de piel grabada. Mariconeras les decía la barriada y ellos sonreían, sin molestarse, pues para pasar desapercibidos hasta las buenas noches les daban a las mujeres mayores a las que les flanqueaban el paso en señal de respeto.

Vida cara en barrio pobre, se daban aquellos muchachos que derrochaban educación ante la brutalidad callejera.

Solteros o solterones deslumbraban a cualquiera de las muchachas que a su paso terciaban. Atrapar mujeres atractivas era un pasatiempo que terminó cuando cada uno de ellos decidió casarse, pues sus apremios económicos o falta de techo seguro fácilmente se solucionaba con aquella vida que llevaban, algunos hasta antes de nacer.

Entonces llegó la guerra del narco y ellos apresuraron el paso. De ser incógnitos, de jóvenes sin malicia, de muchachos hijos de papá, pasaron a la sospecha de andar en algo chueco, movidas o drogas.

Sus paseos dejaron de ser visibles y se volvieron sigilosos. De los arrebatos pasaron a la calma; de andar diurno, al tránsito nocturno; de mirada despreocupada a ese nervioso cerrojeo de párpados. Sus pasos se volvieron silenciosos.

Y así sortearon la división del cártel de Sinaloa y se acomodaron en la ramificación de los hermanos Beltrán Leyva. Acusaron recibo y firmaron la nómina.

Comisionados para asuntos especiales del clan carnal, los tres fueron distinguidos para apagar fuegos innecesarios. Unos cumplieron cabalmente y otros no. Salieron a la luz cuando pretendieron zafar al jefe de Policía acusado de múltiples vejaciones contra la población civil. Como no consiguieron el objetivo, el jefe de Policía fue cesado. A los días, el cadáver fue localizado descuartizado en la cajuela de un Tsuru.

Los que fueron compañeros del policía descuartizado cayeron uno a uno, hasta desaparecer de la faz de la tierra a aquel grupo policial al que la vox pópuli bautizó como Los Desalmados.

Poco después de aquella frustrante misión ellos se replegaron a sus andanzas y se perdieron del barrio clasemediero.

Solo se supo de ellos cuando la Policía Federal Preventiva se había enfrentado a balazos con más de siete sujetos que se atrincheraron en una casa rentada en la colonia Scally.

De ella había escapado el Puma, reseñarían los informes oficiales; “un pesado”, contaban las leyendas urbanas.

Después una operación militar en el Best Westerns había de recordar que existían, pero entonces ya sus pasos eran conocidos tanto por la inteligencia de la milicia como por la parte operativa de la PFP. Entonces, decomisaron granadas de fragmentación, dinero, tarjetas de crédito y tiros útiles.

De los ocho detenidos que fueron consignados, algunos de ellos salieron en libertad cuando pocos se echaron la culpa de lo que cargaban. Fue el resultado de la misión militar.

La casa del barrio fue cateada por los pefepes, pero sin resultados. Los del barrio a donde ellos llegaban esporádicamente solo supieron sus nombres cuando los vieron en los periódicos.

Carlos Ricardo Romo Briceño de 30 años, apodado el Ricky o el Pantera, culichi de nacimiento, muerto el 24 de noviembre del 2009 de más de 200 balazos que un comando le disparó al salir de un gimnasio en Los Mochis; Gerardo Gómez del Castillo Castro, conocido como el Gera o el Ciego, 18 años, mochitense, recién casado, asesinado a finales de septiembre en la ranchería Estación San Luis, municipio de Huatabampo, Sonora, su cuerpo fue parcialmente quemado y desmembrado, dijo un policía sonorense, y Jesús Antonio Peñuelas López, el Chino, el Oso o el Chuyito, de raíces sinaloítas, asesinado de cinco balazos disparados a quemarrropa en la casa de sus padres, en el fraccionamiento El Parque, de la cañera ciudad.

Tres amigos, tres muertes, un mismo clan, una célula finiquitada.

Noviembre 2009. Cae el Ricky o el Pantera.
Septiembre 2010. Asesinan al Gera o el Ciego.
Septiembre 2011. Muere el Chino, el Oso o el Chuyito.


































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