sábado, 15 de octubre de 2011

"NO HAY OFICIO SIN RIESGO EN SINALOA": ANDRES VILLARREAL


Ve la vida a corta distancia, casi siempre tan cerca que se quema. Javier Valdez Cárdenas siente arder en la punta de los dedos la historia que lo encuentra o buscó durante semanas. Y sabe que ya no habrá silencio, aun cuando sea necesario apretar el esfínter (una palabra que le encanta repetir por certera para el caso) porque siendo periodista en Sinaloa no se puede vivir de otro modo. Al fin que como dice Julio Scherer, “el riesgo le da sentido al tiempo”.

Solo que en Sinaloa, dice uno de los fundadores del periódico Ríodoce, no hay oficios de bajo riesgo, todos corremos peligro: el “agricultor” o “ganadero” —con comillas— y el ciudadano que conduce con sus tenencias pagadas y respeta la línea amarilla del estacionamiento, y sin previo aviso se topa en la trayectoria de una bala en una ejecución en las calles, donde se cometen la gran mayoría de los asesinatos en el país.

A estas alturas, Javier Valdez (Culiacán, Sinaloa, 1967-¿?) ha sido más tiempo periodista que cualquier otra cosa en su vida: más que efímero candidato a diputado federal, más que cartero, más que estudiante, más que pinta bardas con consignas políticas... Y no se trata de una valentonada, ni la búsqueda de una medalla como el Premio del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) organismo dedicado a la defensa de la libertad de expresión en el mundo y que en su emisión del año 2011 lo otorga al periodista latinoamericano, mexicano, sinaloense, culichi, Javier Valdez Cárdenas, junto a tres periodistas más: una bielorusa —Natalya Radina—, un afgano —Umar Cheema— y un bahrení —Mansoor al-Jamri— (un país en el Golfo Pérsico con población del tamaño de Culiacán).

“No lo esperaba (el premio del CPJ). He vivido estos 20 años de periodista de lo que la gente te dice, te reclama, te reconoce. Y ese ha sido un aliciente. Te dice lo qué le parecen los reportajes, los libros. Es el más importante premio que he tenido en lo personal y siento como si le estuviera, está pasando a alguien más. Me siento apabullado, noqueado como tu decías, porque del continente me ven a mí, ven mi trabajo y lo ubican como un trabajo valioso, importante, que tiene su peso en esta situación de guerra, de violencia, de riesgos para todos los que vivimos en este país y para los periodistas”.

Demasiada frialdad, quizás, para quien ha sabido que afuera de su casa permaneció estacionado un vehículo con un par de empistolados, dejándose ver, y otra vez a apretar el esfínter.

Platicamos en medio del ruido de las cucharas mezclando el azúcar en el café, interrumpidos por el saludo de conocidos que saben del trato siempre afable de Javier Valdez, siempre y cuando no se trate de alguno de esos que se rehúsan a ver la vida de cerca, prefieren la distancia al menos desde la acera de enfrente, y a esos los vomita, imperdonable para el periodista que se ruboriza todavía cuando le dicen escritor porque son tiempos en los cuales México perdió la serenidad, si es que alguna vez existió.

—Dada esta etapa del país, ¿no te parece que el premio podrían asumirlo muchos otros periodistas o ciudadanos que día a día salen a enfrentarse a la vida de guerra, que aunque se niegue existe en el país?

—También es un premio a la sobrevivencia, a la resistencia de muchos que vivimos en México, resignados o no, vivimos en este ambiente de guerra, además de los periodistas. Aunque el premio tiene mi nombre, para mí es muy importante que mi trabajo trascienda las fronteras, sea valorado. También es un premio a la colectividad, a la lucha diaria, por cubrir el narco, por hacer periodismo, por no guardar silencio, por suministrar pastillas contra el olvido, denunciar los abusos del Gobierno y del narco. Creo que al final es una presea a la sobrevivencia, a la lucha diaria de los periodistas de este país.

—De América, hay que decirlo, porque el premio es de ese nivel.

—Obviamente, México no es el único país con condiciones espinosas. Igual están Brasil, Colombia, Perú, Centroamérica... no solo por la guerra contra el narco, sino las pandillas, las condiciones de pobreza y sus conflictos, el armamentismo, toda forma del crimen organizado.

—Tú has dicho que en México son actividades de alto riesgo todas. —Me basé en realidad en una frase de Alejandro Almazán, en una de sus crónicas dice: “el peligro está vivo en Culiacán”.

Yo creo que es un peligro vivir en Culiacán y en muchas regiones del país. Es falso heroísmo decir que corro riesgo por ser periodista. Muchos nos victimizamos, creo que tiene connotaciones especiales hacer periodismo en estas circunstancias, pero vivir en esta entidad es correr peligro porque aquí el narcotráfico es una forma de vida.

Y no es necesario estar involucrado para correr riesgos o seas lesionado por una bala o seas asesinado en medio de una balacera o torturado por militares en un operativo. Eso de que el que nada debe, nada teme, no tiene vigencia en estas regiones y en estas circunstancias de belicismo.

Yo sé que el periodismo tiene sus connotaciones especiales por la labor informativa, porque se trastoca el poder, se desnuda la corrupción, pero la esencia es esa: no son lugares en los que se pueda vivir.

—Si haces una lectura de los libros Miss Narco y Los Morros del narco (ambos editados por Aguilar), así como las crónicas de Malayerba (2009 editorial JUS), parecieran piezas de un mismo rompecabezas donde una generación está perdida o quizás quitándole un grado de exageración una generación extraviada.

—Yo lo entendí después de que terminé Los Morros del narco y leí parte del material que preparó la editorial Aguilar y su editor César Ramos. Hay una generación extraviada, perdida, enferma, que está creciendo, pasando su infancia y adolescencia y lo va a ubicar en el futuro como un periodo de guerra.

Eso es matar la semilla, matar los genes de este país. Qué va a pasar con estos 30 millones de niños que viven en periodo de guerra. Cómo van a gobernar, cómo van a dirigir partidos, organismos ciudadanos, cómo van a ser profesionistas y padres de familia, cómo van a educar a sus hijos si crecieron en la guerra.

Refleja un país que se está enfermando, que está perdiéndolo todo, se está extraviando, avanzando estrepitosamente tomando atajos incluso al abismo. No veo muchas alternativas, al contrario, veo que estamos padeciendo una sociedad incapaz, resignada frente a la violencia, además una resignación como forma de seguir vivo. Pero que está matando a sus propios hijos.

Es una historia triste que se tiene que contar. Finalmente esos dos libros cuentan ese incendio, esta tragedia nacional, de una generación que es víctima de esta enfermedad y que así está creciendo y así se va a multiplicar.

El premio del Committee to Protect Journalists será entregado en la ciudad de Nueva York en noviembre.

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