Están
predestinados para ostentar el poder, sean cuales sean sus capacidades
profesionales o intelectuales. Son los cachorros de los cachorros, no
sólo de la Revolución sino de la contrarrevolución, integrados a una
estructura burocrática hereditaria. Ahora se enquistan en la
administración de Enrique Peña Nieto, heredero él mismo de esa élite.
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Si el poder en México se configuró a partir del
reparto del botín revolucionario y se prolongó en los “cachorros de la
Revolución” –la identificación que Vicente Lombardo Toledano dio a
Miguel Alemán Valdés en 1946 y sirvió para referirse a los herederos de
la hegemonía política–, en el siglo XXI todo sigue en manos de las
descendencias: Los cachorros de los cachorros de la clase política.
Entre
los nuevos funcionarios federales hay parientes de expresidentes, hijos
de exsecretarios de Estado o de extitulares de las paraestatales,
integrantes de familias con poder caciquil en los estados por vía
política o empresarial.
El caso paradigmático tiene un nombre, el
que designa a una ciudad muy pequeña –de menos de 100 mil habitantes–
pero que es centro de convergencia de un puñado de familias unidas por
relaciones políticas y consanguíneas, al estilo feudal, que son núcleo
del poder y la riqueza del régimen priista: Atlacomulco.
Con seis
décadas ostentando el poder en el Estado de México, los integrantes del
llamado Grupo Atlacomulco han sido secretarios de Estado,
subsecretarios, titulares de paraestatales y gobernadores, y sin
menoscabo del poder local alcanzaron en 2012 un añejo anhelo: la
Presidencia de la República.
(Fragmento del reportaje principal que se publica en Proceso 1908, ya en circulación)
/25 de mayo de 2013)
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