Rosendo Zavala/ Revista Visión Saltillo
Saltillo.- Cargando
con dificultad la bolsa negra que le pesaba más que el alma, Francisco llegó
hasta el punto donde hizo el pozo en que enterraría el producto de su amor
marital, buscando eludir a los vecinos para mantener su libertad intacta luego
de haber asesinado a su pequeña Delany.
Embelesado por la
idea de concretar tan trágica odisea, tomó una decisión y frente a su mujer
descargó la adrenalina que ya no le cabía en el cuerpo, destrozando a palazos
la propiedad que alguna vez jurara heredar a su gente.
Pero su trágica
desventura sería delatada por Lizbeth, que decidida a “no llorar” más por su
fallecida hija lo denunció ante las autoridades, ignorando que también pagaría
con cárcel su sed de justicia largamente anhelada.
PRESUROSA SALIDA
Apresurado porque no
había nada en la cocina y el fantasma del hambre lo atosigaba a cada instante,
Paco gritó con furia a Liz, que aprovechando la propuesta corrió hasta la
recámara, donde sus pequeños seguían adormecidos por la siesta de la tarde que
parecía ser como todas.
Sacudiendo la maraña
de los pelos que saturaban su peine chimuelo, la hacendosa mujer paró a tres de
sus pequeños para darles la lustrada que los dejara aptos para salir a la
calle, sabía que la oportunidad de llenar la alacena era única y no podía
dejarla escapar.
Minutos después, “El
Chicano” se detuvo en el umbral de la puerta cuidando de los niños de 3 y 2
años de edad, aguardando con impaciencia el instante en que la compañera de su
vida terminara de afinar los detalles que les impedían irse de compras.
Afuera, las calles
del fraccionamiento Los Ángeles parecían tan cotidianos con el ladrar de los
perros, que en parvadas asolaban el sector, mientras invisible, la desagracia
comenzaba a gestarse sobre el domicilio de “los vatos locos”, que lejos estaban
de imaginar lo que ocurriría minutos después.
Sacando lo mejor de
sus habilidades matriarcales, Liz aprisionó con fuerza el cuerpo de su recién
nacido entre su pecho para que no se le cayera, mientras que al mismo tiempo
palmeaba a Delany para que descansara en la cama que ya le había previsto.
Finalmente, la nena
de un año y 8 meses comenzó a respirar hondo hasta que se quedó dormida, siendo
entonces cuando una sensación de alivio invadió a la señora, que tras apagar la
tele se encaminó hacia la salida, donde un irritado Francisco la apuraba con
impaciencia.
Así, el crujir del
portón que guardaba los secretos de la residencia Medina anunció la retirada de
la familia, que se perdió en la distancia para enfilarse al centro comercial
donde harían la tan anhelada despensa que les permitiera tener un decoroso
arranque de semana.
TERRIBLE DISCUSIÓN
Mientras la infanta
reposaba su inocencia en el colchón donde pasaría sus últimos instantes
terrenales, la pareja se adentraba en el complejo que daría paso a sus
trivialidades del día, lidiando con el mar de clientes que pretendían emular la
misma escena.
Caminando
tambaleante por los efectos de la droga que desde hacía tiempo había adoptado
como una forma de vivir, el mexicoamericano de 24 años recorrió los pasillos de
la tienda empujado por la inercia, porque su mujer era quien dirigía el rumbo
de las actividades que hasta ese momento parecían normales.
Pero el panorama
cambió cuando emprendieron el camino de regreso a casa, luego de que las
diferencias maritales salieran a relucir entre la blasfemia de palabras que
intercambiaban.
Y es que a escasas
cuadras de llegar a su destino, Paco estalló en cólera, comenzando con la
avalancha de reclamos que no amedrentaron a Liz, porque lejos de intimidarse
respondió a los agravios que hicieron perder la cabeza al ofendido marido.
Una vez en la
intimidad de su vivienda, los esposos se liaron nuevamente en la feria de
humillaciones que se salió de control, mientras guiaban a sus pequeños hasta el
cuarto donde les exigieron que se quedaran para evitar alguna situación de
violencia.
La escena que
constantemente se repetía derivaba del mal carácter del drogadicto, quien por
su falta de control emocional había tenido problemas con la justicia estadounidense
en varias ocasiones, lo que le obligaba a radicar en México contra su propia
voluntad.
Aun así el sujeto,
que llevaba tatuado en su pecho el escudo nacional y la leyenda “Vato Loco” en
el cuello, no concebía la idea de ser mexicano, guardando en su ser la ira que
desfogaba arremetiendo contra su gente cada que la situación lo permitía.
Durante la tarde de
ese lunes de noviembre, Francisco fabricaría la aterradora aventura que
terminaría de la peor manera, porque lo que había iniciado como una discusión
común creció hasta transformarse en la peor de las desgracias familiares.
MORTAL GOLPIZA
Rebasado por la
circunstancia que se le había salido de control, Paco se sentía aturdido y un
llanto leve que prevenía de la recámara lo aniquiló emocionalmente, porque
instintivamente se encaminó hasta el sitio de donde provenía el gemido que
evocaría a la muerte de manera irremediable.
Al abrir la puerta
del cuarto rosado, el potencial asesino vio con furia que su pequeña Delany
lloriqueaba suplicando atención, y enfadado por el ruido que hacía se abalanzó
sobre ésta para descargar su maldad sin pensar en las consecuencias.
Tras cargar de un
movimiento a la bebé, el adicto comenzó a golpearla salvajemente incrementando
el dolor de la infante, ante la mirada impotente de Liz que prefería no
intervenir para evitar sufrir la misma suerte.
Durante algunos
segundos que parecieron eternos, la joven madre se limitó a ver cómo el
producto de sus entrañas moría lentamente en las manos criminales del sujeto
que huyó de Indiana, porque no podía ejercer su crueldad como lo estaba
haciendo en suelo mexicano.
Repentinamente, un
silencio inédito invadió la pieza y el tatuado sacudió con fuerza a la niña
presagiando el infortunio, que se concretó cuando Delany quedó desvanecida
entre las garras de su padre que no podía creer lo que había hecho.
Gritando como una fiera
herida, increpó a su esposa exigiéndole que callara mientras le pedía que se
olvidara del asunto, pues no deseaba ir a la cárcel ni tampoco perder el poco
prestigio que tenía entre los residentes de la comunidad donde se habían
asentado apenas unos meses atrás.
Tratando de borrar
el “detalle” sin despertar sospechas, la pareja reanudó la comunicación, aunque
ahora con un tono diferente, acordando deshacerse del cuerpo sin sacarlo de la
casa, pues un alegato de los vecinos ante la Policía podría meterlos en graves
problemas.
Corriendo con
torpeza por el miedo que sentía, el asesino llegó a la cocina y sacando una
bolsa negra retornó a la habitación de la muerte, donde metió el cadáver de su
hijita para cargarlo como costal hasta el patio trasero, ante la mirada
confundida de su cómplice que seguía pasmada por lo que ocurría.
Durante casi una
hora, el adicto paleó con fuerza hasta que terminó la fosa donde dejó caer los
restos de la bebé, tapando nuevamente el pozo donde un montículo quedaba como
mudo testigo del crimen del que nadie se enteró.
Y es que los meses
pasaron sin que los vecinos de la familia notaran algo extraño, ocasionando que
los Medina hicieran su vida de manera común y guardando para sí los recuerdos
de un pasado tomentoso que saldría a relucir de la nada.
TRÁGICO HALLAZGO
Meses después, un
flashazo emocional recorrió el cuerpo de Liz como descarga eléctrica, y
decidida a encontrar justicia se paró de la cama para vestirse con prisa, era
temprano, pero el camino hacia su libertad emocional parecía estar cerca.
Aprovechando que
Francisco no estaba en casa, la mujer caminó hasta llegar a las instalaciones
ministeriales donde aceptando las consecuencias decidió denunciar lo
acontecido, el fin de la historia estaba cerca y no le quedaba más que aguantar
el vendaval de interrogatorios que sabía le llegarían de pronto.
Casi al momento, una
nube de patrullas inundó los alrededores de la escena del crimen, mientras el
contingente de elementos policiales ingresaba al sitio para comenzar las
investigaciones que tardarían tan sólo unas horas.
Esto porque en medio
del interés que generaba la confesión, los representantes del orden escarbaron
en el patio para extraer los restos de la pequeña Delany, desplegando una
búsqueda exhaustiva del inculpado que estaba siendo señalado por la destrozada
madre de familia.
Poco después, la
Procuraduría logró la captura de Francisco en las calles cercanas al domicilio,
trasladándolo al edifico policiaco donde comenzó a labrar el principio de una
larga condena a la que se hará acreedor por haberse convertido en filicida.
Durante sus primeras
declaraciones, “El Chicano” aceptó su culpabilidad, pero también aseguró que su
esposa estuvo de acuerdo con lo ocurrido, al permitirle que enterrara el cuerpo
de su hija en el patio, todo con tal de mantener intacta la relación que
sostenía con sus amigos de la colonia.
Ante esa
declaración, la Policía decidió arraigar a ambos durante 10 días hasta
determinar la participación de ambos en el homicidio, ya que pretendían
resolver el escabroso asunto sin margen de error lo antes posible.
Como resultado de
las diligencias, salió a relucir que Francisco dio positivo en el consumo de
drogas, mientras su mujer no había logrado pasar los exámenes psicológicos que
se le aplicaron, llegándose a la conclusión de que ésta había tenido una
implicación importante en el sádico crimen.
Bajo ese panorama,
los esposos se encuentran recluidos por el delito de homicidio calificado con
alevosía, traición por razón de parentesco y brutal ferocidad, aguardando el
momento en que el juez penal asignado al caso les dicte la sentencia a la que
se harán acreedores por ultimar a su propia hija.
(ZOCALO/ Revista Visión Saltillo/ Rosendo Zavala/
01/04/2013 - 04:08 AM)
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