Milenio
Aguascalientes.-
Desde el aire, el Cristo Roto es imponente. No hay cielo que valga, vegetación
árida ni presa que lo opaque, pues la mirada sólo puede centrarse en él con su
único brazo y su única pierna. No figura esa imagen en iglesia alguna. El
helicóptero gira alrededor de su cuerpo color dorado (de 25 metros de altura)
brillante con los destellos del sol de media tarde. Por increíble que parezca,
este Cristo mutilado y sin cruz es el que da trabajo a las familias del
municipio de San José de Gracia; parece que es lo único que logró contener
desde hace siete años la migración que muchos de los habitantes realizaban
hacia la frontera norte.
Según las cuentas
del Alcalde, que gobierna aquí desde 2010, esta figura religiosa deja una
derrama anual de 100 millones de pesos que desembolsan los 550 mil visitantes
que año con año llegan al lugar. La mayoría proviene de estados colindantes
como Guadalajara y Zacatecas, así como de otros relativamente cercanos
(Coahuila, Guanajuato, Distrito Federal).
Tras llegar a la
pequeña isla, ellos recorrerán el lugar, orarán y posteriormente consumirán
algún alimento en una de las dos tiendas que ahí se ubican; pueden adquirir
también alguna réplica del Cristo Roto, como las que venden en el único puesto
semifijo que hay en la isla. “Si a eso agregamos que a su regreso al municipio
los turistas comerán en alguno de los restaurantes o darán un paseo en caballo,
calculamos entonces que en promedio gastan 200 pesos por persona”, detalla
Hernández.
-¿Qué hace el
municipio con los 100 millones de pesos que les deja el Cristo Roto?
“No lo sé, ese
dinero no pasa por mis manos, lo administra el Patronato. Lo único que sabemos
es que de ahí viven muchas familias que pusieron su negocio de lanchas, comida,
venta de artículos religiosos, etcétera.
HISTORIA DE UN POEMA
En la isla, cada 30
minutos dos jóvenes merolicos gritan a los pies del Cristo Roto para invitar a
los turistas a escuchar la “verdadera” historia de esta monumental figura
considerada una de las más altas de América Latina. En sus chamarras azules
llevan grabado el pomposo nombre de “Guía, Isla Santuario Cristo Roto”. Inicia
la narración una chica con tono de voz agudo y un sonsonete similar al de los
vendedores ambulantes del Metro en la Ciudad de México. “Les voy a contar… la
historia… del Cristo Roto… escrita en los años 50… en Sevilla, España… por un
sacerdote jesuita…”.
El resumen es
sencillo: un sacerdote compra en una tienda de antigüedades un Cristo Roto,
mismo que desea reparar, pero Dios le contesta que no lo haga, pues sólo
permaneciendo así podrá provocar una reflexión en quienes lo observen con el
fin de ayudar al prójimo. El poema dio pie a la oración que fue grabada en
aluminio y colocada sobre la base de tres metros de la figura religiosa.
“Quiero que al verme te acuerdes de tantos hermanos tuyos que están como yo,
rotos, aplastados, indigentes, oprimidos, mutilados, enfermos. Sin brazos
porque no tienen posibilidad ni medios de trabajo. Sin pies porque les han
bloqueado los caminos. Sin cruz porque les han quitado la honra, el honor y el
prestigio. Todos los olvidan y les vuelven la espalda, aunque son como yo. Un
Cristo Roto”. Los aplausos y las lágrimas del público (en su mayoría femenino)
no se dejan esperar, señal de que es el momento idóneo para la próxima
petición: depositar una limosna en esa caja café cerrada con candado, para
apoyo del lugar y de los guías.
EMOCIONES DESBORDADAS
A los pies del
Cristo Roto los turistas demuestran su fe: rezan con los brazos abiertos, entre
lágrimas y conversaciones privadas con el Señor. Piden por alguien, pues han
dejado fotografías de pequeños, adultos, un gorro azul de bebé, cartas con
peticiones, pequeños milagros metálicos. Algunas fotos son recientes, como la
de esa niña con vestido de comunión, pero otras ya están amarillentas,
desgastadas por el clima. En esta isla es común que el viento sople fuerte, por
eso, para asegurarse de que su petición no andará volando quién sabe dónde, los
creyentes dejan cada cosa bien sujeta, ya sea con un seguro o un rosario.
Candelaria Galindo
baja de la lancha, sube las escalinatas de piedra y se persigna ante el Cristo
Roto. Es su segunda visita. “Se me hace increíble ver la maravilla con que está
parado, yo sí creo que es milagroso. Mire usted la gente que viene, es por
algo”.
La historia de María
de Jesús Huerta es diferente, pues pasó por alto su miedo al agua y viajó desde
Torreón, Coahuila, para conocer el santuario. Recién hace contacto visual con
el Cristo Roto llora de emoción. “¡Es algo impresionante! Siento que mi corazón
se va a desbordar, es algo que no puedo explicarle”, dice profundamente
conmovida ante la figura de 20 toneladas.
¿Y EL DINERO?
El Patronato para el
Desarrollo Turístico está conformado por la Secretaría de Turismo estatal, el
Instituto Nacional del Agua, la Iglesia católica, la Presidencia Municipal y un
área denominada Bienes Comunales. En teoría, ellos deben ser los responsables
de la administración de los 100 millones de pesos anuales que deja el turismo
religioso en esta isla; la realidad es que si bien el dinero entra, no hay claridad
respecto a dónde se queda la mayor parte.
“En mi opinión, hay
que modificar el reglamento para que el Municipio reciba alguna ganancia, pues
hasta ahora los únicos beneficiados son los 350 empleos que generó el Cristo
Roto”, señala el munícipe.
¿Qué hacen 350
empleados con decenas de millones de pesos anuales? ¿Cómo viven? ¿Tienen
mansiones, camionetas, escoltas quizás? El Alcalde tampoco sabe la respuesta.
-¿Cómo se dan cuenta
entonces de que el municipio prosperó gracias al Cristo Roto si nadie sabe
dónde quedó el dinero? —insisto en preguntar.
“Porque la migración
de los habitantes se redujo entre 30 y 40 por ciento -responde.
(ZOCALO/ Milenio/ 01/04/2013 - 04:05 AM)
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