Indigentes, repatriados y adictos, hacen pozos para
guarecerse en la canalización
Luis Alonso Pérez Chávez
Literalmente bajo
tierra, hombres y mujeres sin oportunidades se ocultan no solo de los elementos
de la naturaleza, sino de la Policía, del gobierno que no los apoya. Con desperdicios
han hecho refugios húmedos en los cuales peligra su vida, fuera de la ayuda de
activistas locales, el Estado no los rescata; los acorrala con redadas
Así es como se debe
sentir estar muerto. Bajo tierra, acostado dentro de una gran caja de madera,
en la penumbra total, con un olor nauseabundo de agua de lluvia estancada que
mantiene el ambiente húmedo. Una madriguera humana que en su interior genera un
extraño sentimiento de serenidad, pero que a los pocos minutos provoca ansiedad
y claustrofobia.
De esta manera viven
cerca de 200 personas en la canalización de Río Tijuana, en agujeros que cavan
sobre los grandes montículos de arena arrastrada por la lluvia, reforzados con
madera y láminas que recogen de la basura. Los llaman pozos. En ellos se resguardan
de las inclemencias y se esconden de las redadas policiales, en las que agentes
se llevan detenidos a cuanto indigente o mal vestido tengan en la mira.
A simple vista es
difícil detectar los pozos, porque los camuflan muy bien, cubriéndolos con tierra
y basura, pero existen más de 30 enterrados dentro de un gran banco de arena
acumulada al costado del canal encementado que se extiende por más de un
kilómetro, paralelo a la valla que divide a México de los Estados Unidos.
Por décadas, esta
zona aledaña al puerto de cruce internacional ha sido refugio para migrantes
que aspiran a internarse sin documentos a los Estados Unidos, o que fueron
deportados en su intento por cruzar ilegalmente. Con los años también se ha
consolidado como uno de los puntos de mayor venta y consumo de drogas
inyectables de la ciudad, atrayendo a centenares de adictos a la heroína que
levantan sus campamentos temporales donde viven y se drogan.
Por lo regular, las
precarias viviendas son construidas por su morador para uso individual, pero
terminan siendo compartidas y ampliadas para albergar a varios. Los más
pequeños son llamados tumbas, otros son tan amplios que se llegan a unir con
los pozos de a un costado. A esos los bautizaron como duplex.
“Aquí hemos dormido
hasta siete”, sostiene “El Gallo”, constructor y residente de un pozo,
orgulloso por la rigidez, buen tamaño y sigilo de su escondite. “¡Pásenle a mi
residencia!”, invita gustoso, mientras levanta un raído tapete cubierto de
tierra y devela la entrada a su guarida. El “marco” de su puerta es el cascarón
de una vieja televisión de veintitantas pulgadas, el borde del aparato aún
conserva la pintura estilo madera que recubre el plástico.
Por dentro, el pozo
es redondo como un iglú polar, pero las tiras de metal y madera que recubren el
espacio, lo hacen lucir como una mina. Mide poco más de dos metros de diámetro
y menos de un metro de altura. Para hacer el espacio más acogedor, “El Gallo”
ha tendido sábanas y cobijas en el suelo y en las paredes. Al otro extremo de la
entrada cavó un pequeño orificio que hace las veces de ventana que deja entrar
la luz del día, y por las noches sirve para vigilar lo que está pasando afuera
sin tener que asomar el torso.
Noches atrás, la
Policía Municipal había implementado un operativo de limpieza en la zona, pero
el camuflaje de su pozo fue tan efectivo, que pasó desapercibido por los
uniformados que incluso caminaron sobre el techo, sin darse cuenta que había
siete personas escondidas bajo sus pies.
“Todos tuvimos que
levantar las piernas para detener el techo con los pies, para que no nos
cayeran encima”, atestiguó “El Gallo”.
VIVOS Y ENTERRADOS
La idea de vivir
bajo la tierra derivó de la vieja práctica de enterrar las escaleras metálicas
utilizadas por los “polleros”. Los guías de los migrantes que se internan
ilegalmente a Estados Unidos escalando los dos muros fronterizos que dividen a
la Zona Norte de Tijuana de la zona comercial de San Ysidro. La manera más
antigua, económica, y en ocasiones efectiva, para cruzar al otro lado.
Primero enterraron
las escaleras para que no se las quitara la Policía, después ocultaban bajo
tierra la basura que recolectan para vender a las recicladoras, pero a partir
de 2011, cuando la Secretaría de Seguridad Pública comenzó a dispersar a los
indigentes quemando sus campamentos hechizos, ellos mismos comenzaron a
refugiarse en agujeros en la tierra.
La activista Micaela
Saucedo ha sido testigo de estos operativos policiales que violentan los
derechos humanos de los indigentes, captando con su cámara de video casera las
redadas masivas que concluyen con la destrucción y quema de los “ñongos”, como
apodan a las viviendas improvisadas.
Ahora que los pozos
prevalecen, Micaela se preocupa que las personas que ahí se esconden, se puedan
ahogar durante las lluvias, que puedan ser enterrados por las máquinas
retroexcavadoras que periódicamente extraen arena del lecho del río, o que
queden atrapados en las llamas si los policías prenden fuego a sus guaridas.
“No podemos cerrar
los ojos y decir que no pasa nada”, admitió el secretario de Seguridad Pública
de Tijuana, Alberto Capella Ibarra, consciente de que la corporación a su cargo
no está exenta de que alguno de sus elementos “se pase de listo”.
“Nosotros entendemos
que en cada uno de estos cientos de miles de individuos que han llegado a
Tijuana, hay una tragedia personal”, indicó Capella, y aunque sabe que no es
sano estigmatizar a los migrantes repatriados, asegura que “no todos son
angelitos”.
Los mapas delictivos
de la Policía Municipal marcan una clara tendencia a que la zona cercana al
puerto de cruce fronterizo, es donde se registra la mayoría de los robos de la
ciudad, incluso se ha notado un incremento sustancial en el índice de robos en
la zona durante los días que no se realizan los operativos “intensos”.
En contraste con la
visión del titular de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal (SSPM), los
habitantes del canal, como “El Gallo”, cuestionan por qué los operativos se
enfocan en la captura de indigentes y no los vendedores de droga. “Vienen aquí
y arrestan a todos los vagos, pero no le hacen nada a los de arriba”, expresó
enfadado, al referirse a la impunidad de la que gozan los vendedores de droga,
a quienes considera el verdadero origen del problema.
“El problema del
consumo de drogas no es de oferta, es de demanda” aclara Alberto Capella,
basándose en su experiencia, ya que la Policía Municipal recientemente
desmanteló a la banda más importante de venta de droga al menudeo en la zona,
conocida como Los Chamulas, pero lo único que ocasionó fue que al poco tiempo
vinieron otros grupos a vender droga en el mismo sitio.
“Es un problema de
salud pública y social, por la falta de oportunidades que hay para los
migrantes repatriados a Tijuana”, detalló el funcionario, “entonces la solución
no puede ser policial”.
Asimismo, opinó que
ésta debe venir del Gobierno Federal, ya que la Canalización del Río Tijuana es
jurisdicción de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA).
Entre las propuestas
planteadas por la SSPM, se contempla el desarrollo de un programa conjunto con
las dependencias de Salud y Desarrollo Social para retirar a los indigentes del
canal, así como gestionar ante CONAGUA la declaración como área restringida que
permita la construcción de una reja perimetral para evitar que regresen.
“El problema es que
estamos muy lejos del centro del país, y hay muy poco entendimiento de lo que
pasa en las ciudades fronterizas” concluyó Alberto Capella.
(SEMANARIO ZETA/ Luis Alonso Pérez Chávez/ abril 1,
2013)
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