Rosendo Zavala
Saltillo, Coah.-
Sorprendidos porque el ingeniero aún respiraba, los hondureños encobijaron el
cuerpo y tras aventarlo en la camioneta se enfilaron a un terreno baldío, donde
le prendieron fuego, culminando la escalofriante obra con que saldarían su
deuda de honor.
Mientras Lenis
contemplaba fijamente las llamas que consumían a su rival de amores, Dulce
María vagaba en el instante que desató la tragedia inmisericordemente, porque
junto a la turba de bárbaros se había convertido en partícipe del suceso que la
marcó para siempre.
Esto porque en tan
sólo unas horas, la Policía resolvió el misterio del calcinado, que aterró a
los residentes de Landín, erigido como escenario del brutal homicidio que hasta
hoy sigue consternando a la sociedad saltillense.
BORRACHERA MEXICANA
Levantando la voz
para que todos escucharan las hazañas que lo encumbraban como profeta en tierra
ajena, Lenis Eduardo alardeaba los pasajes vividos en su andar por territorio
mexicano. Habían pasado varios meses desde que renunció a su familia para
probar suerte en los Estados Unidos.
Sin embargo, los
pesares de sortear la maldad en forma de hombre eran una constante que abrumaba
su realidad de inmigrante, por lo que el asentarse en Saltillo era la mejor de
sus odiseas y así lo platicaba en cada borrachera.
Con la mirada
enrojecida por el humo del cigarro que turbaba su realidad, “El Rocky” se
retorcía en la silla, donde postraba las ilusiones, mientras se embriagaba con
sus compañeros de andanza, que padecían el mismo trauma de haberse
autoexiliado.
Atrás habían quedado
los días en que abandonaron su casa de Centroamérica para afrontar el presente
que se avistaba complicado, tanto que por eso habían decidido claudicar en el
intento, estacionándose temporalmente en esta región.
Pese a lo similar de
la aventura forzosa que los amigos emprendieron tiempo atrás, Lenis era quien
más enfatizaba su satisfacción de haber llegado lejos, aunque fuera en suelo
mexicano, por lo que llenándose la boca de orgullo repetía sus aventuras
incansablemente cuando lo traicionaban los efectos de vino.
Y es que el fin de
semana se repetía como una copia de todos los que vivía en Coahuila, con las
bacanales de cebada que animaban su triste realidad, mientras ideaban el
momento de subir al tren que los llevara a la frontera norte, esa que los
separaba de una buena vida para mantenerlos arraigados en la pobreza
latinoamericana.
Marginado de la
bonanza que idealizaba fervientemente, Lenis confrontaba su paupérrima
condición y junto a Dulce pretendía crear el futuro que le espantara la amargura
emocional que padecía desde que salió de Honduras.
Bajo ese reto
personal, el catracho se refugiaba en el apoyo moral de sus connacionales, que
soñaban lo mismo, mientras su pareja lo veía regocijarse con las narraciones
que soltaba de memoria cada que se embriagaba.
ATRACCIÓN FATAL
En pleno domingo de
marzo, El Rocky” intercambiaba mentiras emocionales con otros compatriotas,
pero también con Sergio, el ingeniero de Campeche que habían adoptado como uno
de los suyos, por la etiqueta de foráneo que portaba desde que llegó a estudiar
en la Narro.
Con el atardecer de
primavera que lo animaba como de costumbre, el anfitrión se sentó a la mesa
junto al profesionista Jorge “El Grande” y “El Chapín”, un guatemalteco que
también se había ganado la amistad de los presentes por la afinidad que sentían
entre todos.
Ya cuando la brisa
fresca de la noche comenzaba a mezclarse con los efectos de la cerveza que
invadían a los parranderos, las historias de sobrevivencia y logros invadieron
el ambiente que hasta entonces parecía de completa lealtad.
Pero al calor del
festejo, la tragedia cruzó con forma de mujer por el sitio donde se entretenían
los reunidos, porque Sergio se atrevió a decir a Lenis que le gustaba su novia,
ocasionando el enfado de éste, que pretendió pasar por alto la ofensa ignorando
el comentario.
Ensimismado en la
atracción erótica que sentía por la fémina, el ingeniero se la comió con los
ojos durante mucho tiempo, hasta soltar la bomba que desencadenó la guerra
donde él sería el único muerto por obra de la legión extranjera que le hizo
comerse sus palabras repentinamente.
Iluminando su rostro
con una sonrisa que parecía coquetear al mexicano, Dulce pasó frente a éste,
que nublado por el alcohol estiró la mano inconscientemente, tocándole los
senos para masajearlos, mientras se perdía en el sabor de la cachondería que
pretendía llevar hasta las últimas consecuencias.
Reaccionando como
león herido, “El Rocky” se paró violentamente de su silla para reclamar al
campechano su atrevimiento, mientras “El Grande” y “El Chapín” lo emulaban,
como queriendo prender la flama de la venganza.
A una sola voz,
Lenis Eduardo sujetó a Sergio por los brazos, mientras el guatemalteco se le
abalanzaba sobre las piernas para inmovilizarlo, ahorcándolo e infringiéndole
la paliza orquestada por Jorge para aplacar sus ansias sexuales de una vez por
todas.
Creyendo que lo
habían matado, los victimarios salieron corriendo de la casa para subir en el
auto que rompió la tranquilidad de la noche, arrancando a toda prisa para
perderse entre las calles de La Aurora, buscando evadir el ataque que acababan
de perpetrar.
A FUEGO LENTO
Cobijados por el
manto de la madrugada, los ilegales regresaron a la escena del dolor ajeno para
constatar su mala obra y observando con terror que el egresado de la Narro se
quejaba tendido en el suelo, decidieron actuar con presteza.
Redoblando
esfuerzos, los rijosos tomaron un cobertor que sacaron de la recámara para
envolver a su rival de ocasión, cargando el bulto que con dificultad subieron a
la camioneta, donde nuevamente emprendieron la huida, ante la indiferencia de
la sociedad local que dormía esperando el arribo de la nueva semana.
Tras devorar el
asfalto del periférico con prisa justificada, los hondureños interrumpieron su
andar en el área de Landín, donde bajaron la mortaja que arrastraron hasta el
terreno baldío, perdido entre la inmensidad de la noche.
Con el jarioso a su
merced y resueltos a cobrar justicia por cuenta propia, uno de los ofendidos
sacó de entre sus ropas el encendedor que guardaba, dando algunos pasos,
mientras lo prendía, para luego dirigir la lumbre hacia el bulto humano que ya
tenía los minutos contados.
De la nada, un grito
ensordecedor mató la tranquilidad reinante, mientras los artífices de la muerte
lo veían consumirse lentamente, saltando de júbilo porque la ofensa sufrida por
Lenis se había cobrado, según ellos, correctamente.
Convencidos de que
el destino ahora sí le había cobrado factura al campechano amoroso, los
montoneros se despidieron para tomar caminos diferentes, aspirando a mantener
su libertad intacta, fugándose de Saltillo lo antes posible.
Bajo ese propósito,
los asesinos esfumaron su presencia de Landín, dejando calcinado el cuerpo de
quien amenizó sus parrandas durante mucho tiempo, pero que por cuestiones de
dignidad se transformó en el enemigo que resolvieron eliminar, sin pensar en
las consecuencias.
Debido a que el sol
estaba por salir, “El Rocky” apresuró su paso junto a Dulce, tratando de llegar
a su casa de La Aurora, aunque las prioridades habían cambiado y sólo deseaba
juntar algo de ropa para continuar la nueva odisea que prometía convertirse en
suplicio.
CASO RESUELTO
Tras el amanecer del
día, el sur saltillense fue otro, porque caminantes descubrieron con terror los
despojos de la antorcha humana, notificando el hallazgo a las autoridades, que
sin perder el tiempo desplegaron una cantidad importante de operativos policiales.
Mientras
representantes de la milicia sumaban esfuerzos a las diligencias ministeriales
que tomaban conocimiento del crimen, los enamorados hacían por su
independencia, viajando en el autobús de paso que los llevaría a San Luis
Potosí, donde comenzarían una nueva etapa en su relación.
Pero la expectación
que para entonces había creado el asesinato en Coahuila traspasó fronteras al
instante, porque de manera sagaz los agentes investigadores se enteraron de la
forma cómo sucedieron los hechos y también de quienes lo materializaron con un
encendedor.
Abrazados para
espantar a los fantasmas de la justicia, Lenis Eduardo y Dulce dormitaban
recargados en el asiento del camión que los transportaba hacia el en nuevo
futuro, pero un brusco enfrenón los despertó, enterándose con tristeza que la
realidad los había alcanzado.
En el poblado Los
Núñez, un policía local detuvo la marcha del “gallinero” y subió para efectuar
una revisión de rutina, parando su andar frente a los prófugos, al detectarlos
con actitud sospechosa, cuestionándolos sobre su presencia en el autobús,
mientras generaba la incertidumbre que enrareció el ambiente.
Presionados por las
taladrantes preguntas del oficial, la pareja aceptó estar huyendo por el
terrible homicidio perpetrado en Saltillo, quedando a disposición de las
autoridades locales, que pronto los canalizaron ante sus similares
coahuilenses.
De vuelta en la
escena del crimen, los matones recrearon el tétrico pasaje, aunque ya ante las
instancias penales encargadas del caso, que luego de intensas actividades
determinaron dictarles una sentencia de 26 años de prisión a los implicados,
bajo el delito de homicidio doloso.
A un año de
distancia, los incendiarios conocieron la resolución de la juez primero de
Instancia Penal, que con la decisión recién tomada dio un paso importante en la
impartición de justicia en el expediente del acontecimiento que quedó marcado
como uno de los más atroces en la historia de esta ciudad.
(ZOCALO/ Rosendo Zavala/ 22/04/2013 - 04:08 AM)
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