Rosendo Zavala/ Zócalo
Saltillo.- Decidido
a espantar los fantasmas mentales que lo perseguían, Juan empuñó su machete y
sin piedad arremetió ferozmente contra Rosy, atacándola frente a sus hijos que impotentes,
veían cómo su padre los dejaba huérfanos en un ataque de celos.
Con la ropa manchada
de sangre y aullando del dolor por la afrenta que creyó saldada, el jornalero
corrió con sus pequeños hasta llegar a la carretera donde decidió abandonarlos,
mientras se perdía entre los matorrales para evadir a la policía que para
entonces ya lo estaba buscando.
Y es que la trágica
pelea de esposos sacudió tanto a la comunidad, que los lugareños dieron pronto
aviso a las autoridades para que detuviera al homicida, mientras éste se
entregaba para pagar el crimen… sabiendo que su destino estaba escrito.
PURAS PROMESAS
Apenas habían pasado
dos semanas desde que Rosy dejó a su marido, las cosas no pintaban bien y el
futuro parecía desalentador para la familia que 17 años atrás se había creado
buscando la bonanza que nunca llegó.
Por eso, la mujer de
campo que afanosa buscaba el porvenir tras la protección de su hermana María
parecía ser una nueva persona, cuidando de los tres pequeños que había
procreado con el hombre que irónicamente le quitaría la existencia en un
arrebato de furia.
Desde mucho tiempo
atrás, los novios que recorrían el pueblo buscando los escondrijos perfectos
para demostrarse afecto decidieron casarse, pese a los constantes berrinches
del galán que se sentía acosado por los enemigos invisibles con que siempre peleaba
por el amor de su dama.
Ilusionada por las
15 primaveras que la hacían sentir mujer, Rosa tomó la decisión que la llevó al
altar animada por las promesas de su esposo, cambiando su realidad de
pueblerina soltera para convertirse en la señora que poco después se llenaría
de hijos.
Con renovados bríos
que sólo sustentaba en las palabras de su amado, la niña con obligaciones de
madre recorrió el camino de la desesperanza que se fue formando a su paso por
el tiempo, donde lo único seguro que tenía era la desgracia.
Pese a todo, la
crianza de Nancy, Ana y Juanito eran el ingrediente que aderezaba sus ganas de
mantener unida a la familia Rodríguez, que se cayó a pedazos cuando las ansias
de independencia de la joven se erigieron sin saber que con eso labraría el
principio del fin.
Así comenzaría la
historia de romance ficticio que se vio acechado por la violencia familiar,
donde el jefe de la casa imponía su ley con golpes patentando un liderazgo que
no tenía, porque lejos de ganarse el respeto de la gente convertía su presencia
en odio de quienes lo veían sacudir su maldad equivocadamente.
ROJO AMANECER
Sin dejar de poner
atención en el comal, Rosa escuchaba los reclamos de sus hijas que apresuradas
le pedían de comer, ya eran las 10 de la mañana y el día comenzaba tarde para
las peques que inconscientemente pretendían cumplir con sus obligaciones del
día.
Afuera, la iglesia
repicaba sus campanas llamando a misa como cada domingo, ocasionando el estrés
de la fémina, que con la cabeza a punto de estallar por la presión que sentía
multiplicaba sus movimientos, en un intento por dejar todo listo antes de
acudir al llamado del Señor.
Y es que junto a
Mary, la idea de participar en el acto religioso era tan imperativo como
necesario, porque sin faltar a la costumbre recogieron la casa para poder estar
a tiempo en el sermón que el cura local brindaba a los feligreses cada fin de
semana.
Justo cuando las
campanadas se habían extinguido para dar paso a la oración, un fuerte toquido
se escuchó en la puerta y al abrirse ahí estaba, era su esposo que con cara de
arrepentimiento se había acercado para dialogar buscando salvar la relación que
sin saberlo había nacido muerta.
Rompiendo con sus
súplicas el bullicio de los transeúntes que pasaban por el sitio dirigiéndose a
la única parroquia del pueblo, el jornalero pidió una nueva oportunidad a la
mujer para reanudar el amor que se había perdido por su mal carácter.
Pero todo estaba
dicho, el ama de casa se había refugiado en el calor de su gente y ni las
proposiciones más frenéticas la harían cambiar de opinión, por lo que un
rotundo NO estremeció las paredes de la recámara donde se habían enfrascado en
la discusión pública.
Y es que olvidándose
del entorno, la pareja no se dio cuenta que sus hijos estaban presenciando la
reyerta verbal que subía de tono a cada instante, comenzando los manotazos que
evocaron a la desgracia repentinamente.
Al sentirse herido
en el orgullo, Juan sacó de entre su cintura el machete con que deshojaba el
campo, y acabando con el intercambio de reclamos levantó el arma dejándose ir
contra Rosy, que superada físicamente nada pudo hacer por defender su
integridad.
Con ocho tajazos en
el cuerpo que le cobrarían factura lentamente, la señora de ilusiones rotas
cayó desvanecida en el suelo, mientras un enorme charco de sangre se formaba en
el piso ante la mirada atónita de sus hijos que no podían creer lo ocurrido.
De pronto, la
portezuela se abrió de golpe y un desconocido retó al atacante para que soltara
el arma homicida, mientras a unos metros de ahí la misa continuaba pese que los
feligreses se habían espantado con los gritos de dolor que soltaba la mujer
cuando estaba siendo ultimada.
LA HUIDA
Turbado por su
instinto de libertad, el criminal empujó al metiche para derribarlo y salir
corriendo de la casa, cargando con las hijas que confundidas lloraban pidiendo
ayuda para su madre que yacía sin vida en los brazos de su hermanito.
A escasos metros, la
gritería del ataque alarmaba a los feligreses que inquietos optaban por cortar
sus oraciones dominicales, mientras los más piadosos tomaban sus teléfonos para
cruzar llamadas buscando la ayuda que pudiera evitar la desgracia.
Fue así como entre
la polvareda del ejido 6 de Enero, el sonar de una torreta le abrió paso a la
ambulancia de la Cruz Roja que acudió para brindar su auxilio, aunque cuando
los paramédicos revisaron a la macheteada la naturaleza ya le había cobrado
factura.
Pero mientras la
algarabía del zafarrancho casero mantenía ocupados a testigos y héroes
anónimos, el agresor corría entre la terracería que lo llevó hasta el asfalto
de la carretera a Torreón, donde cansado detuvo su andar mientras los gemidos
de sus nenas le taladraban los oídos agónicamente.
Resuelto a vivir en
campo abierto, Juan aconsejó a Nancy y Ana para que se portaran bien aguardando
por la ayuda que esperaba les cayera divinamente, mientras reanudaba la
escapada perdiéndose entre el monte para esconderse de la policía.
Cuando la tarde caía
acusadora sobre la maleza que cubría la humanidad del jornalero, en la casa de
los Maldonado la escena era de luto, porque para entonces una parvada de
agentes ministeriales realizaba las pesquisas en torno al crimen.
En medio del manto
rojo donde seguía inerte Rosy, los peritos maniobraron para recoger evidencias
mientras el fiscal asignado al caso ordenaba el levantamiento del cuerpo para
que fuera trasladado al Semefo, donde se establecería como causa de muerte el
shock hipovolémico.
Y ante lo evidente
de la tragedia que había provocado, Juanelo se revolcaba en su escondrijo de
hierbas mientras el calor de agosto lo azotaba con los 35 grados que dejaba
caer sobre su espalda, como dándole un anticipo de lo que le esperaba si no
cumplía con sus “deberes” éticos ante la sociedad.
Pedido entre las
marañas mentales que parecían traicionarlo, vio pasar los minutos sufriendo lo
indecible al recordar la imagen de sus hijos clamando la piedad que les negó,
traicionado por la ira que ya se había ido, aclarando sus ideas lastimosamente.
PAGANDO EL CRIMEN
Convencido de que no
podría vivir en el anonimato, el hombre de bigote norteño y ropas pueblerinas
salió de la madriguera hechiza que había fabricado, sacudiéndose las botas
aterradas para tomar el camino de regreso a la realidad, esa que resultaba
ineludible y debía afrontar para estar en paz con su gente.
Tras caminar algunos
kilómetros, el campesino llegó a las puertas de la Fiscalía General de Justicia
del Estado de Coahuila, donde con voz pausada preguntó por el encargado
manifestando que había matado una mujer y quería saldar su delito.
Al escuchar la confesión,
el cuidador del acceso se alborotó y de inmediato lo llevó hasta la oficina del
fiscal, donde narró lo sucedido paso a paso hasta dar los motivos que lo
orillaron a darle muerte a su amada , en un arranque de cólera por sentirse
relegado completamente del seno familiar.
“Me sentía muy mal
porque teníamos como dos semanas separados y ella no me dejaba ver a mi hijo
menor, yo lo único que quería es que no me lo negara porque hasta se me hacía
raro, por eso actué así y lo único de lo que me arrepiento es por mis hijas”,
dijo en una de sus declaraciones primarias.
Pagando su pena tras
las rejas penitenciarias coahuilenses, Juan reposa su maldad mientras en la
casa del terror casi nada ha cambiado, sus residentes pintaron las paredes de
la recámara maldita para borrar las huellas de sangre que atestiguaron el
crimen.
Y mientras Rosy
descansa en un cementerio donde el olvido es lo único que prevalece, sus hijos
navegan a la deriva en el hogar de sus parientes buscando la estabilidad que
nunca tuvieron, sellada por la bajeza de su progenitor que los dejó en la
orfandad cuando menos lo esperaban.
(ZOCALO/Rosendo Zavala/ 08/04/2013 - 04:08 AM)
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