El Universal
MÉXICO, D.F.- Ese 23
de enero, a Santiago Meza López no le importó que lo vieran llorar; tampoco que
decenas de reporteros, militares y curiosos quisieran tomarle fotos, o
preguntarle cómo hacía "el pozole", o saber cuánto le pagaba el
cártel de Sinaloa. A él sólo le importaba que Dios lo perdonara.
Santiago, uno de los
narcotraficantes más buscados por el FBI, apenas podía abrir los ojos: la
golpiza que le propiciaron al momento de su detención le dejó la cara hinchada.
Llorar le dolía, pero la dosis de coca que cargaba, hacía soportable el dolor.
Al mediodía de ese
viernes, en las instalaciones del cuartel militar de Tijuana, Baja California,
el detenido -vestido con pantalón de mezclilla y un camiseta manga larga gris-
suplicaba continuamente: "Perdónenme, por favor...".
Meza López pedía
indulgencia a los familiares de las más de 300 personas que había disuelto en
sosa cáustica durante nueve años, bajo las órdenes, primero, del cártel de la
familia Arellano Félix, y después aliado a “El Chapo” Guzmán.
“El Pozolero” lo
llamaron dentro de la organización criminal, porque se encargaba de fragmentar
en pedazos los cuerpos de la guerra que se libraba en Tijuana por el control
del trasiego de droga hacia Estados Unidos.
Algunos dicen que
Santiago quizá lloraba aquel día porque no se sentía culpable: creía que la
vida lo puso ahí y era el trabajo que le había tocado. Decía que él no era
asesino, ni secuestrador. No se asumía como un narcotraficante.
Los militares
recuerdan que durante su detención, en la ciudad de Ensenada, hasta su traslado
a Tijuana, Santiago Meza rezaba en voz alta. Pedía perdón a Dios. "Perdón,
perdón", escuchaban dentro del Humvee militar donde lo transportaban.
Poco se supo de “El
Pozolero” durante más de cuatro años, hasta que a finales de diciembre de 2012
la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada
(SEIDO) decidió revivir el caso y envió a Tijuana un grupo de especialistas a
localizar los restos que disolvió. Entonces, su declaración salió a la luz.
LO DETUVIERON EN LA COCINA
Dentro de la
Procuraduría General de la República (PGR) recuerdan que la agente del
Ministerio Público esperaba ansiosa. Llegaba a sus instalaciones un sicario que
-le anticiparon- había deshecho más de 300 cuerpos en ácido.
Entró Santiago Meza,
“El Pozolero”, y no era lo que se imaginaban: apareció un hombre bajito, con el
bigote bien recortado. Temblaba, se movía con dificultad y batallaba para
respirar.
“El Pozolero”, un
sinaloense de 36 años de edad, originario de Guamúchil, trabajaba con "los
grandes" desde los 19 años. Empezó como albañil para los narcotraficantes
que operaban en la frontera. Luego se incorporó de tiempo completo a trabajar
con la familia Arellano Félix, unos de los grandes cárteles de la droga en el
país.
Según dijo esa noche
ante autoridades de la PGR, ser fiel y trabajador le valió que lo ascendieran:
se convirtió en cuidador de oficinas. Los cuidadores del narcotráfico vigilan
las bodegas y las casas de seguridad donde se almacena la droga.
Ahí conoció a quien
sería su jefe: Teodoro García Simental, conocido como “El Teo”, considerado
como uno de los sicarios más sanguinarios que han existido, según reportes de
autoridades policiales de Estados Unidos. Cuando “El Teo” se peleó con Fernando
Sánchez Arrellano y decidió traicionarlo, “El Pozolero” también cambió de
bando: se alió con Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera.
A Santiago lo
agarraron rápido. Fue una noche de fiesta en Ensenada, dentro del hotel Baja
Season. Cuando llegó el Ejército, Meza no pudo escapar; estaba tan drogado que
no alcanzó a correr. Lo agarraron cocinando mariscos.
LA RECETA VINO DE ISRAEL
El 25 de enero de
2009, Santiago Meza López compartió la receta para hacer su "pozole":
incluye dos tambos, kilos de sosa cáustica, guantes de látex, máscaras contra
gases y un par de "maestros" presuntamente traídos de Israel.
Las autoridades
refieren que por allá del año 2000, la familia Arellano Félix decidió emplear
nuevos métodos para deshacerse de sus enemigos. Antes tiraban los cuerpos en
las alcantarillas o los arroyos de la ciudad, pero era peligroso y alguien
podía detenerlos.
Así que decidieron
traer a dos personas de Israel que sabían cómo disolver en ácido los cadáveres.
Entrenaron a un grupo de hombres, entre ellos, Santiago, que por ese entonces
cuidaba la droga que sería transportada hacia Estados Unidos.
Santiago detalló que
primero compraba los tambos de 200 litros, después les vaciaba 40 ó 50 kilos de
"polvo" que compraba en una ferretería del Mariano Matamoros,
localizada al este de Tijuana. El kilo del "polvo" era sosa cáustica
y apenas costaba 35 pesos.
"Los cuerpos
que me daban a ‘pozolear' me los daban muertos. Los metía completos a los
tambos. Una vez una señora me preguntó que porqué compraba tanta sosa, a lo que
le manifesté que porque la utilizaba para limpiar casas...", refirió
Santiago Meza.
A Santiago lo
ayudaban dos "chavalos": los identificó como “El Chalino” y “El
Yiyo”, dos jóvenes de 25 años que eran sus paisanos. Los dos habían llegado de
Guamúchil a ganar dinero en la frontera. La diligencia que se les comisionó fue
aprender a hacer "pozole".
"La forma de la
entrega de los cuerpos es que me hablaba ‘El Teo’ y me decía que en tal lugar
me iban a entregar la mercancía a cierta hora. Me comunicaba por teléfono, que
en ese momento no sabía en qué vehículo se encontraban transportando el cuerpo.
Después me decían que en tal coche. Me hacían el cambio de luces y se hacía la
entrega", explicó Meza.
Santiago comentó que
trabajar con cosa cáustica no es cualquier cosa. Hay que ser precavido y él
siempre lo fue: utilizaba como equipo de protección guantes de látex y máscara
contra gases.
El lugar también
estuvo bien elegido: utilizaban un predio localizado en la carretera libre a
Tecate, una zona desierta llamada "Ojo de Agua". "Ahí se vaciaba
‘el pozole'; en ese lugar tiramos como unos 60 cuerpos ‘pozoleados'".
También les servía un ranchito en un camino rural del bulevar 2000.
"¡Pero mi única
función era deshacerme de los cuerpos!", dejaba claro Santiago y hasta
consideraba que era un "trabajo normal": le pagaban 600 dólares
semanales y le proporcionaban los "ingredientes" para "el pozole".
QUIERE DEJAR LA CÁRCEL
Fernando Ocegueda
Flores, presidente de la Asociación Unidos por los Desaparecidos, dice que los
familiares no lo perdonan. No creen en sus lágrimas. "Es un engendro del
demonio. Aunque Santiago no mató a sus familiares, creen que sólo un enfermo
mental profanaría un cuerpo", sostiene.
Con la voz entre
cortada, Fernando Ocegueda expresa: "Nosotros creemos que ese perdón lo
pidió porque todavía estaba drogado y sintió que se le caía el mundo. Cuando se
le buscó, no quiso ayudar, no quiso decirnos dónde habían enterrado a nuestros
familiares".
“El Pozolero” se
encuentra recluido en el penal federal de El Rincón, en Nayarit, y el único
cargo que pesa en su contra es por su presunta responsabilidad en la comisión
de los delitos contra la salud, en la modalidad de colaborar al fomento para
posibilitar la ejecución, posesión y portación de armas de fuego de uso
exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza Aérea.
La PGR dio a conocer
que su caso sigue abierto, "en proceso". Sin embargo, activistas
fueron informados que este año se promovió un amparo y podría salir en los
próximos meses del penal en Nayarit.
"No puede
salir, tiene que estar en la cárcel. Lo único que sabe es ‘pozolear' y seguiría
haciéndolo como antes", advierte Fernando Ocegueda.
El hombre que
disolvió a personas en ácido, aquel que lloró el 23 de enero de 2009, al
parecer ya fue perdonado por Dios. Al menos así lo dijo a los medios de
comunicación el arzobispo de Tijuana, Rafael Romo Muñoz: "Aun si se
deshizo de 300 cadáveres, tiene el perdón de Dios si está verdaderamente
arrepentido. Siempre hay perdón de Dios, no importa cuál sea el pecado".
(EL MEXICANO/ EL UNIVERSAL/ lunes, 8 de abril de 2013
07:00 a. m.)
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