El municipio, impávido; la PGJE, cómplice; el
Gobierno, aval
Luis Fernando Nájera/ Riodoce
En Los Mochis,
civiles siguen desapareciendo a manos de policías municipales, como en un
maltrecho guión de una película fúnebre llena de barbarie, desenfreno bestial
en el que queda oculto el desenlace de la carnicería de inocentes.
La historia reciente
de desesperanza de tres familias habría comenzado a escribirse la tarde del
jueves 31 de enero, cuando circunstancialmente, en Juan José Ríos, se reunieron
cuatro jóvenes: los primos hermanos Efrén Ulises Valenzuela Muro, jornalero, de
22 años y recién llegado de Cabo San Lucas; Luis Carlos Acosta Muro, de 23,
comerciante de fierro viejo; Irving Jared Blanco Rodelo, de 21 años, trabajador
mortuorio y estudiante de ingeniería en sistemas computacionales en la
Universidad de Occidente, campus Los Mochis, y un turista, amigo del primero,
conocido del segundo, y desconocido para el tercero.
Estos, después de
organizar la parranda, en honor de encontrarse, designaron a Irving Jared como
conductor responsable, además de que el auto Neón, blanco, modelo 1995, con
placas VMV-7381 de Sinaloa era de su propiedad, y por lo tanto andaría con
cuidado
Luego de dotarse de
cervezas, se enfilaron a Los Mochis, en donde anduvieron sin rumbo fijo. Entre
las 22:30 horas y 23:00 horas, todos decidieron retornar, y enfilaron sobre el
bulevar Macario Gaxiola, al norte, pretendiendo llegar a la carretera
Internacional. Justo después de pasar los moteles, el turista pide una escala
técnica, para orinar. Irving detiene la marcha, y rueda lento para poner una
distancia prudente que los salve del aroma a caño.
El turista es
cobijado por la oscuridad, y permanece oculto a la vista. Es el único que a la
distancia observa el arribo de una patrulla, una de la Policía Municipal de Los
Mochis. Piensa que es una revisión de rutina. No traemos nada y se irán pronto.
Decide agazaparse. Luego llega otra patrulla. Ya son dos. Luego otra más. Ya
son tres. Algo pasa, se pregunta para sus adentros y se mantiene oculto.
Escucha montar cartucho y gritos. Se asusta. El aire arrastra los ¡ay! de dolor
de sus amigos. Luego, la fiereza policial se agrava. No quiere hacerlo pero
saca la cabeza, abre sus ojos y ve cómo sus amigos son montados en las
patrullas.
Se retiran “en fila
india”, en convoy, y se pierden entre el monte y el caserío del fraccionamiento
Montebello. Espera y sale de su escondite. Revisa el auto de sus amigos y está
cerrado. Cruza el bulevar, se oculta en una gasera, se esconde en las faldas
del cerro de La Memoria. Los detuvieron, piensa, y pronto pagarán la multa y
regresarán. Sigue esperando, espera y espera. El sueño lo vence y cuando
despierta, ya el auto desapareció. Escala el cerro, rodea la ciudad, aguarda a
que amanezca y toma un camión para Juan José Ríos. Al llegar, avisa a los
padres de los muchachos que estos fueron detenidos por la Policía Municipal, y
que a él no, porque estaba orinando.
Eso es lo que
recuerdan y narran Érika Blanco Rodelo, Rosa Amelia Muro Rábago e Hirám
Mendívil Soto, familia de los tres muchachos, de la declaración ministerial del
turista, único testigo del arribo de los policías de Los Mochis a donde estaban
esperándolo sus amigos.
Ellos, los jóvenes,
no lo sabían entonces, pero minutos antes en que los muchachos aguardaban en el
auto, en lo alto del cerro de La Memoria, justo a los pies de la virgen María
Reyna del Valle, un “cholo” asesinó de un tiro al novato policía preventivo
Aarón Gutiérrez Martínez, de 32 años de edad. El agente fue asaltado cuando
“noviaba”, y en un aparente descuido del delincuente, lo encañonó con su arma,
solo que el hampón disparó primero y lo mató. El lugar se llenó de policías
sumamente furiosos, que buscaban vengar a su compañero. En el perímetro de la
búsqueda se encontraban los cuatro muchachos.
Érika Blanco y Rosa
Amelia Muro, recuerdan que la noche del jueves tomaron sus celulares para
llamar a los muchachos. Irving Jared nunca contestó. El celular de inmediato
enviaba al buzón. Rosa Amelia escuchó por el auricular que la voz que le
contestaba no era la de su hijo Luis Carlos, y cuando preguntó con quién
hablaba le colgaron. Luego el móvil envió al buzón. Separadas por varias
calles, pero hermanas por la misma angustia nocturna, las mujeres sintieron
cómo el vacío se alojaba en sus entrañas. Y así aguardaron el amanecer.
Muy temprano, las
familias se reunieron para buscar a sus muchachos. Llegaron hasta el pórtico y
un guardia les dijo que los muchachos no estaban detenidos. Que había patrullas
clonadas y que los buscaran en otro lado. Entonces, la angustia se anidó en el
alma.
Durante el viernes,
dicen, recorrieron cuanta policía sabían que existían, y nada. En hospitales,
tampoco. A los muchachos se los había tragado la tierra. Con la esperanza de
verlos vivos aguardaron 24 horas. Quisieron denunciar la privación de la
libertad a manos de la Policía, pero en las agencias de guardia les dijeron que
tendrían que esperar 72 horas, tres días. No lo hicieron, y en Guasave
reportaron la desaparición de Irving Jared. El sábado denunciaron el hecho. El
domingo aguardaron, y el lunes, se movilizaron, protestaron, acompañados de
amigos de los muchachos.
No fue la única
movilización, pues esa misma mañana, el procurador, Marco Antonio Higuera
Gómez, voló en helicóptero desde Culiacán hasta el estadio Centenario y de ahí se
trasladó a la Subprocuraduría y en la banqueta recibió a los denunciantes, y
luego a cinco familiares directos.
Fiel a su estrategia
de estorbar, dilatar, obstaculizar, entorpecer, obstruir, detener, frenar y
complicar las denuncias contra policías de Ahome, el procurador tomó en sus
manos la averiguación previa y se la llevo a su despacho para encerrarla bajo
llave, mantenerla en el limbo.
Su primera
intervención oficial en el caso fue dudar de la versión del testigo. “Hay
inconsistencias” les dijo. Y al día siguiente obligó a los familiares de los
desaparecidos a que gastaran en el traslado del testigo a Culiacán, para que
ampliara la declaración. Y así lo hicieron, dice la familia, porque “tenemos
confianza en el procurador y en el gobernador, Mario López Valdez, que
prometieron aclarar el caso”.
El mismo discurso
La misma confianza
en las mismas autoridades y en los mismos personajes la mostró Zurrís Adai
Verdugo Velázquez, cuando en diciembre del 2012 denunció que su esposo,
Victorino Solís Luna, reconocido líder pesquero de El Colorado, había
desaparecido en medio de un operativo de la Policía Municipal de Los Mochis, y
que un día después fue encontrado asesinado y calcinado parcialmente, en el
panteón de El Colexio, Choix, a unos 250 kilómetros de donde comenzaron los
hechos.
Y finalmente, ella
fue traicionada y abandonada por los mismos funcionarios que le ofrecieron
justicia, cuando la narcomenudista, Wendy Patricia Álvarez Valdez,
sobreviviente en un enfrentamiento a balazos y convertida en testigo a modo
porque lo fue de oídas, dijo a la Policía que había escuchado que quien había
matado a Victorino fue Abraham Isabel Valdez Valencia, el Patato, residente de
San José de Ahome, y su célula de Los Mazatlecos.
El caso del pescador
contra la Policía fue archivado, porque el Patato y cuatro de sus secuaces
murieron en un tiroteo con los genízaros. La viuda perdió interés en buscar
justicia.
En esa búsqueda de
justicia, continúan ahora los padres, tías y tíos de los muchachos
desaparecidos. Y con esa intención acudieron a la Comisión de Derechos Humanos
de Sinaloa, en donde interpusieron la décima queja en contra de gendarmes
preventivos de Los Mochis, al menos en los primeros 35 días del 2013.
De haberse esperado
algunos momentos, se hubieran cruzado con el evangelista, Raúl Aguilar
Valenzuela, que obligado por las circunstancias ahora tiene que andar a salto de
mata, escapando, sin saber por qué, de la Policía Municipal de Los Mochis.
Y es que él sabe que
cuando la Policía Municipal de Ahome se encapucha, la cosa termina mal para una
familia, sea de delincuentes o de inocentes, como en su caso, y en el cual desaparecieron
a su hermano Christian Alberto Aguilar Valenzuela, de 22 años, el Piolo y
Viridiana Guadalupe Martínez Valenzuela, de 14 años, respectivamente.
La última vez que
los vieron, testigos dijeron que quedaron en medio de dos patrullas, en el
tramo carretero entre Las Grullas Margen Izquierda y El Colorado.
Luego vieron pasar
las dos patrullas a Los Mochis, y en la caja de una de ellas, la motocicleta. A
los muchachos, se los tragó la tierra.
Raúl dice que la
Policía ya había ido a su casa a buscar a su hermano, y a la de sus padres, y a
la de los hermanos. “Por eso no duermo en una casa, porque cuando la Policía te
busca, desapareces. Y ya estamos desesperados. Buscamos a mi hermano y a la
cuñada, pero nadie responde nada. Por eso venimos aquí, a la comisión”.
La queja contra la
Policía Municipal por la desaparición de ambos jóvenes fue la onceava del 2013.
María Aracely
Sepúlveda Sauceda, visitadora zona norte de la Comisión Estatal de Derechos
Humanos calificó de preocupante la gran incidencia de quejas por detenciones
arbitrarias, malos tratos y desapariciones que particulares le atribuyen a la
Policía Municipal.
“Lo malo es que son
reiterativas. En el 2013 ya van 11, y durante el 2012, más del 80 por ciento
fueron para esa corporación”.
Y lo peor, dijo, es
que el Ejecutivo municipal ha sido reticente para atender y cumplir cuatro
recomendaciones en favor del mejoramiento de Seguridad Pública. “Las acepta,
pero no las atiende, y la reincidencia de abusos en contra de civiles va en
aumento”.
Dan la cara… y se enojan
Obligados por la
andanada de quejas en contra de la Policía Municipal, el secretario de la
Comuna, Zenón Padilla Zepeda y el jefe interino de la Policía Municipal, Jesús
Carrasco Ruiz, dieron la cara, este viernes. Pero más tardaron en salir que en
enojarse.
Padilla Zepeda,
aclaró que estaban dando la cara porque el alcalde, Zenén Aarón Xóchihua Enciso
y el Departamento de Comunicación se lo habían pedido, no por voluntad propia,
ni por rendirle cuentas a la sociedad.
Y contra la
sociedad, ambos funcionarios la arremetieron. Lo menos de que la calificaron
fue de ingrata, injusta, inculta e impreparada, para reconocer los logros que
en materia de seguridad pública se habían conseguido, en menos de dos años.
Carrasco Ruiz fue parco.
Respondió preguntas y mantuvo su respuesta. “No levantamos, detenemos. Las
denuncias son por familia de delincuentes. Todos esos están en la cárcel”.
Afirmó que en el
caso Juan José Ríos, no tuvieron participación, aunque en los alrededores
realizaron un operativo. “Hay un testigo, que identifique las patrullas, todos
traen números y placas. Tenemos el rol de servicio, sabemos quienes andaban en
ellas. Que la Procuraduría investigue”.
(RIODOCE.COM.MX/ Luis Fernando Nájera/ febrero 11,
2013)
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