Javier Valdez/Riodoce
Los músicos
empezaron a tocarle piezas al joven. Sabían que era matón y que andaba drogado,
y que en estas condiciones le daba, regularmente, por echar bala de manera
indiscriminada. Está bien, patrón. Nomás no empiece a disparar porque nos vamos
a poner nerviosos y así no vamos a tocar.
El hombre estaba
sentado en un sillón de descanso. Parecía hundirse en ese mueble de espuma y
cojines, de piel aterciopelada. Cruzó las piernas. Apoyó su barbilla en la mano
derecha, en preparación para el despegue y la respuesta. A su lado, un montón
de botes de cerveza, secos, tristes y funerarios.
Les dijo que ni
pistola traía. Sabían que mentía. Pero sonrió travieso y juguetón, así que no
discutieron más. Tocaron El sauce y la palma, El niño perdido, Tecateando y El
puño de tierra. Él nomás cambiaba de pierna para volver a cruzarlas: se
acostaba a lo largo, estiraba los brazos y los colocaba atrás, las palmas de
las manos abrazando su nuca o siguiendo su ritmo en la superficie relajante del
sillón.
En una de esas gritó
de gusto, sacó el arma y disparó al aire, a nadie, al techo. Los músicos
interrumpieron la canción y le dijeron, Qué pasó jefe, en qué quedamos. Él no
dijo nada. Vio el arma y a los músicos. Abrió el bleiser y guardó de nuevo el
fierro, todavía humeante. Ai muere pues, échense otra.
Los músicos se
miraron uno a otro. El de la tuba, que lideraba la banda, asintió. Tocaron otra
y otra y otra. Y de nuevo, emocionado y ya de pie, sacó la 9 milímetros y
escupió tres plomazos. Epa epa. Se pusieron nerviosos. Patrón, jefe. Así no
podemos tocar. Estuvieron a punto de guardar todo en los estuches, hacer
cuentas y partir de ahí. Unos se alejaron más que otros. Yastuvo loco. Mejor
vámonos.
El joven escuchó sus
quejas y sonrió de nuevo. Ta’bien ta’bien. Ai muere con los balazos. Sigan
tocando, por favor. Les dio un adelanto y les pidió El sinaloense y luego El
toro manchado y El palo verde.
Se echó dos líneas y
dos botes de cerveza casi de un tirón. Siguió el ritmo con los pies, esta vez
separando las suelas del piso y golpeando a ratos con sus manos las rodillas.
Estaba henchido y desbordante. Se inyectó energía en polvo y líquida a través
de sus orificios superiores. Y gritó y gritó. Los músicos lo miraban con los
ojos saltados y se lanzaban señas entre ellos.
Aquel sacó de nuevo
el arma y pum pum pum pum. Los músicos callaron. Uno empezó a dolerse de la
parte trasera. Se buscó. Palpó. Puso los dedos frente sus ojos: sangre. Sangre,
gritó. Los otros se le acercaron, espantados. Ya ve patrón, le reclamaron. El
hombre se levantó, miró la herida.
Ah, es en la nalga.
No sea chillón, chingada madre. Y con la misma sonrisa, ordenó. Llamen a la
Cruz Roja y sigan tocando.
8 de marzo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Javier Valdez/ marzo 10, 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario