“¡Señor, no me hagas esto!”, exclamó Joseph Ratzinger
al saberse elegido Papa en abril de 2005. Muy a su pesar, aceptó. Pero al cabo
de casi ocho años las responsabilidades de su ministerio lo rebasaron.
Sus declaraciones y decisiones lo enemistaron con
musulmanes y judíos; su conservadurismo alejó a millones de fieles y provocó
críticas dentro de la Iglesia Católica; su aislamiento atizó las pugnas
internas, de las que no escaparon sus colaboradores más cercanos; y sus actos
de contrición no bastaron para aplacar los escándalos de pederastia sacerdotal
que terminaron por marcar su papado.
Rodrigo Vera/ Proceso
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- Durante los casi ocho años que duró su ministerio pontificio,
marcado principalmente por los escándalos de pederastia sacerdotal, Benedicto
XVI se dedicó a frenar los vientos renovadores del Concilio Vaticano II y a
imponer un fuerte conservadurismo eclesiástico: censuró con acritud el uso del
condón, la píldora anticonceptiva y al matrimonio gay, llegando al extremo de
retomar prácticas y rituales medievales –como las misas en latín– que le
valieron fuertes críticas incluso dentro de la misma Iglesia.
Joseph Ratzinger
también provocó la indignación de los musulmanes al señalar que las enseñanzas
de su profeta Mahoma eran “malas e inhumanas”. Se enemistó con la comunidad
judía por apoyar a religiosos tradicionalistas que niegan el holocausto durante
la Segunda Guerra Mundial. Los escándalos de su breve pontificado continuaron
con la filtración a la prensa de documentos papales de carácter confidencial
–los llamados Vatileaks, que dejaron entrever la encarnizada lucha por el poder
entre algunos cardenales– y luego con la remoción del encargado del Banco
Vaticano por presunto “lavado de dinero”.
Igual de polémica
resultó su renuncia al papado, que hará efectiva el próximo 28 de febrero y que
sorprendió al mundo entero.
Lo cierto es que
Ratzinger estuvo renuente a asumir el cargo desde el mismo momento en que fue
elegido Papa, el 19 de abril de 2005. Exclamó entonces al saber la decisión:
“¡Señor, no me hagas esto! ¡Tienes a otros más jóvenes y mejores!”, según contó
el mismo Ratzinger al periodista alemán Peter Seewald, en el libro Luz del
mundo.
Ratzinger “nunca se
vio a sí mismo como sucesor del gran Papa de Polonia, nunca hizo propaganda por
su propia causa”… lo que le interesaba era “el cultivo privado de la teología,
la adquisición de nuevos conocimientos y la profundización en la reflexión
sistemática sobre la fe en las pocas horas libres que le quedaban” al terminar
su jornada diaria como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. “Su
deseo para los años posteriores era poder dedicarse totalmente a su amada
teología”, reveló Heinz-Joachim Fischer, amigo cercano del Papa más de 30 años,
en su libro Benedicto XVI, un retrato.
Pero el teólogo
alemán finalmente acató la decisión del cónclave, aceptó el cargo a sus 78 años
y eligió llamarse Benedicto XVI.
A poco más de un año
de haber iniciado su pontificado, el 19 de mayo de 2006, el Papa castigó por
sus actos de pederastia al sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los
Legionarios de Cristo. Lo condenó a una “vida reservada de oración y
penitencia”, prohibiéndole “todo ministerio público”.
La decisión causó
sorpresa, sobre todo porque, cuando estuvo a cargo de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, Ratzinger supo de los actos de pederastia de Maciel y sin
embargo lo encubrió. Ya como Papa lo castigó. Pero incluso este castigo no dejó
satisfechas a las víctimas de Maciel, que venían pidiendo un juicio formal ante
los tribunales vaticanos, cosa que no se hizo.
De ahí en adelante
el tema de la pederastia sacerdotal fue una constante en su pontificado. Fue su
sello característico. Salieron a relucir muchísimos abusos de este tipo,
encubiertos por episcopados de varios países y por el propio Vaticano. Era un
grave problema que ya se venía dando desde hacía años pero que le estalló a
Benedicto XVI, quien se dedicó a pedir perdón y a reunirse con algunas de las
víctimas.
Fue el 12 de
septiembre de ese mismo año, durante una conferencia en la universidad alemana
de Ratisbona, ante filósofos y teólogos, cuando –citando a un emperador
bizantino– el Papa atacó a Mahoma:
“Mostradme todo lo
que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás sólo cosas malas e inhumanas, como
su orden de difundir por medio de la espada la fe que profesaba”, dijo.
De inmediato se echó
encima al mundo islámico, justo cuando el pontífice tenía programada una visita
a Turquía. El presidente de la máxima autoridad religiosa de ese país musulmán,
Ali Bardakoglu, declaró no grato a Benedicto XVI.
“No creo que
obtengamos nada positivo con la llegada al mundo musulmán de un hombre con
ideas como las suyas sobre el profeta Mahoma”, dijo Bardakoglu desde el Comité
de Asuntos Religiosos, organismo dependiente del gobierno turco.
En los demás países
musulmanes también se desencadenaron las protestas contra el máximo líder de la
Iglesia católica, al que tildaron de “hostil”, “provocador”, “ignorante” y
“lleno de prejuicios”.
El Papa tuvo que
pedir perdón a los musulmanes, a través de su secretario de Estado, Tarcisio
Bertone, quien lanzó el siguiente mensaje conciliador:
“El santo padre está
muy triste porque algunos de los pasajes de su discurso pueden haber sido
ofensivos para la sensibilidad de los creyentes musulmanes y porque se hayan
podido interpretar de una manera que no corresponde en absoluto a sus
intenciones.”
Y en julio de 2007
el Papa publica el decreto mediante el cual permite a los sacerdotes oficiar
misas en latín, que habían sido suprimidas durante la reforma litúrgica
progresista promulgada en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con la finalidad
de promover las misas en los idiomas locales para que los fieles las
entendieran.
Esta medida fue
vista como una regresión incluso por altos jerarcas católicos, como el obispo
Luca Brandolini, miembro de la comisión litúrgica de la conferencia episcopal
italiana, quien dijo:
“Este es el momento
más triste de mi vida. Es un día de luto no sólo para mí, sino para mucha gente
que ha trabajado por el Concilio Vaticano II. Ha sido cancelada una reforma por
la que mucha gente trabajó con gran sacrificio e inspirada sólo por el deseo de
renovar la Iglesia.”
Con estos
antecedentes, Benedicto XVI tenía programada, para el 17 de enero de 2008, una
visita a La Sapienza, la principal universidad pública de Roma. Pero 67
profesores de ese centro de estudios le pidieron al rector, Fabricio Guarini,
que impidiera la visita papal por ser “incongruente” con la laicidad de la
investigación científica.
En una carta, los
profesores agregaban que la postura de Ratzinger era incluso ofensiva para los
científicos, pues apoyaba el juicio de la Iglesia contra Galileo. Y citaron
textualmente la siguiente aseveración que Ratzinger había hecho tiempo atrás:
“En la época de Galileo, la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el
mismo Galileo. El juicio contra Galileo fue razonable y justo”.
Entre los firmantes
estaban algunos de los más prestigiados científicos de Italia. Su postura
encontró eco entre los estudiantes de La Sapienza, que organizaron
manifestaciones de protesta contra la visita del Papa a su universidad. “¡Fuera
Papa!”, “El Papa está contra la universidad”, decían las pancartas estudiantiles.
Benedicto XVI se vio obligado a cancelar esa visita.
Las polémicas
desatadas por el conservadurismo papal no paraban ahí; en marzo de 2009,
mientras viajaba en avión rumbo a Camerún –era su primer viaje a África–,
Ratzinger aseguró a los periodistas que el uso del condón agravaba el problema
del sida.
“No se puede
solucionar el problema del sida con la distribución de preservativos. Al
contrario, su uso agrava el problema”, dijo el pontífice.
Tales declaraciones
provocaron indignación a nivel mundial, sobre todo porque el Papa visitaba
justamente el continente más afectado por el sida. Se calcula que en África han
muerto más de 25 millones de personas por esa epidemia, desde la década de los
ochenta.
El Fondo de Naciones
Unidas para la Infancia (Unicef) rechazó las aseveraciones del Papa, señalando
que el condón sí es efectivo para impedir la propagación del virus, por lo que
“adultos y jóvenes deben saber las formas de contagio y cómo protegerse del
sida”.
Ese mismo 2009,
Benedicto XVI les quitó la excomunión a cuatro obispos que hace más de 20 años
habían sido consagrados como tales sin permiso papal, por el controvertido
arzobispo francés Marcel Lefebvre, quien no aceptó el Concilio Vaticano II y
abandonó la Iglesia católica. Esos cuatro obispos pertenecían a la agrupación
disidente Sociedad de San Pío X.
Uno de esos obispos
rehabilitados, el británico Richard Williamson, siempre mantuvo una
controvertida postura antisemita, pues negaba que hubieran existido las cámaras
de gas nazis y que hubieran muerto 6 millones de judíos durante la Segunda
Guerra Mundial. El llamado Holocausto –decía– es sólo una invención que resultó
útil para crear el Estado de Israel.
El espaldarazo de
Benedicto XVI a Williamson y a sus compañeros le acarreó enemistades dentro de
la poderosa comunidad judía. Desató la peor crisis católico-judía de los
últimos años.
El mismo año se
dieron a conocer dos importantes informes sobre abusos sexuales contra menores
de edad, cometidos por sacerdotes irlandeses: el Reporte Ryan y el Reporte
Murphy.
El primero fue
producto de una investigación de nueve años en la que se asegura que, en
Irlanda, hubo más de mil menores abusados por sacerdotes. El Reporte Murphy, de
720 páginas, es muy preciso; documenta 320 casos de abusos cometidos de 46
sacerdotes de la arquidiócesis de Dublín, entre 1975 y 2004.
Eran abrumadoras la
cantidad de pruebas que documentaban la pederastia sacerdotal. Y no sólo en
Irlanda, sino en muchos otros países. Benedicto XVI estaba obligado a
solucionar el problema y tomar medidas para resarcir el daño a las víctimas.
De ahí que –en marzo
de 2010– haya dado a conocer la famosa carta para los católicos de Irlanda, uno
de los documentos más significativos de su pontificado porque es un mea culpa
en el que acepta los graves pecados de la Iglesia y asume como Papa sus
responsabilidades.
“Las víctimas
–admite Benedicto XVI en esa carta– han sido envueltas en el muro del silencio,
porque en primer plano ha sido colocada una preocupación fuera de lugar para el
buen nombre de la Iglesia y para evitar escándalos.”
En noviembre de 2010
aparece el libro Luz del mundo, la extensa entrevista en la que da atisbos de
su futura renuncia, al señalar que cuando un Papa reconoce que física y
mentalmente “no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en
ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”.
A finales de 2011 le
estalla el escándalo de los Vatileaks, las cartas secretas del pontífice que
son sacadas a la luz pública y ponen en evidencia la corrupción y las luchas de
poder dentro del Vaticano. Las cartas empiezan primero a circular en la prensa
italiana. Después, más de 100 de esos documentos, se reproducen en el libro Las
cartas secretas de Benedicto XVI, del periodista milanés Gianluigi Nuzzi.
Son documentos que
tratan sobre diversos asuntos: la evasión al fisco en el caso del presidente
del Banco Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi; reuniones secretas del Papa con el
presidente italiano Giorgio Napolitano con el fin de bloquear temas de
eutanasia; el encubrimiento a Marcial Maciel y a los Legionarios de Cristo;
corrupción en el palacio sacro, etcétera.
Hasta antes de los
Vatileaks Ratzinger había tenido un refugio seguro en sus apartamentos papales,
donde pasa buena parte del día, suele tocar el piano y se olvida por un rato de
las intrigas vaticanas, acompañado por la llamada “familia del Papa”, su
pequeño círculo de allegados que le ayudan en su correspondencia y en labores
domésticas: el sacerdote alemán George Gänswein, su secretario personal; el
sacerdote maltés Alfred Xuereb, que funge también como secretario; cuatro laicas
consagradas –Carmela, Loredana, Cristina y Rosella—, y su mayordomo Paolo
Gabriele, al que cariñosamente llamaba Paoletto y quien lo ayudaba a vestirse y
a celebrar misa. A todas partes lo acompañaba solícito.
Esta tranquilidad
hogareña se desbarató por completo al descubrirse que el querido Paoletto era
quien estaba filtrando los documentos secretos. Se le llevó a juicio y en 2012
se le condenó a un año y medio de prisión, pero luego el Papa lo perdonó. Quedó
la duda sobre si el mayordomo tuvo cómplices. El mismo periódico del Vaticano,
L’Osservatore Romano, publicó un editorial en el que describió al Papa como “un
pastor rodeado por lobos”.
A finales de marzo
de 2012 Benedicto XVI viaja a Guanajuato, donde celebra una misa multitudinaria
al pie del Cerro del Cubilete. A diferencia de otros países, donde sostenía
encuentros con víctimas de sacerdotes pederastas, aquí no recibió a las
víctimas mexicanas, que con antelación habían solicitado audiencia. Querían
informarle al Papa sobre la grave situación de la pederastia sacerdotal en
México, provocada por el encubrimiento y la complicidad de la cúpula
eclesiástica.
El joven Joaquín
Aguilar, quien encabezó al grupo de víctimas, dijo:
“¡Ni hablar! ¡El
Papa nos dio el portazo! No quiso recibirnos como lo está haciendo con las
víctimas de otros países. Para la Iglesia, simple y sencillamente las víctimas
mexicanas somos víctimas de tercera. ¡No existimos!” (Proceso 1848).
De México el Papa
viajó a Cuba, donde pidió al presidente Raúl Castro que declare fiesta nacional
el Viernes Santo. Según L’Osservatore Romano, el pontífice tomó la
determinación de renunciar al papado al concluir su periplo por estos dos
países.
Pero antes de
renunciar, todavía tuvo que afrontar otra situación difícil y embarazosa ocurrida
en mayo de 2012: El Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como
el Banco Vaticano, destituyó a su presidente, el italiano Ettore Gotti
Tedeschi, “por no haber desarrollado funciones de primera importancia para su
cargo”. No se especificó cuáles son esas “funciones”, pero trascendió
ampliamente que Gotti estaba implicado en una red de “lavado de dinero”.
Cansado de tantos
problemas y con una salud muy mermada, el pasado lunes 11 Ratzinger sorprendió
al mundo al anunciar su renuncia porque dijo que ya no tiene fuerzas para
ejercer el cargo.
Hará efectiva su
dimisión la noche del próximo jueves 28. Entonces dejará el trono papal para
llevar una vida de retiro. Se mudará al convento Mater Ecclesiae, una
construcción de cuatro pisos circundada por los amplios jardines.
Ahí, por fin, el
teólogo alemán que no quería ser Papa podrá dedicarse apaciblemente a
reflexionar sobre Dios.
(Proceso/ Rodrigo Vera/ 18 de febrero de 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario