Para Óscar. Gracias por estar.
Javier Valdez /Columna Malayerba
Los militares
tocaron a su puerta. Queremos revisar su casa. Por favor; con todo gusto. Se
regresó por las llaves y abrió. Adelante. Aquellos entraron entre sedientos y
timoratos, escudriñando con la mirada y con los fusiles a la mano. Conforme
avanzaba, el jefe preguntaba qué hay ahí: en cuartos, cajas, patio, muebles y
planta alta.
El señor los
acompañó a ratos y a ratos los dejó solos, para que hicieran su trabajo. Su
esposa meneaba en la cocina una cazuela grande en la que preparaba frijoles
puercos: el frijol copulaba con chorizo, queso chihuahua, aceite y chile
jalapeño, y ella no podía dejar de mover la cuchara para que la mezcla fraguara
placenteramente.
Los hombres de color
verde y capuchas negras llegaron hasta el patio. Vieron cajas que abrieron
curiosos y dieron con un estante de periódicos viejos, pero bien conservados.
Los Ríodoce estaban apilados, acomodados por fechas y atesorados amorosamente
en uno de los rincones. Los soldados dieron con ellos. El jefe fue convocado y
se sentó a un lado y empezó a leerlos. No se movió durante un buen rato.
Al hombre le
preguntaban a qué se dedicaba y los olores del guiso navegaban como estela fina
e invisible por toda la casa. Aquellos, inquietos y vigilantes, avanzaban
conquistando sala, atrincherados en el patio e incautando pasillos: esa
vivienda era ya su territorio, invadido a punta de pasos de botas recién
lustradas, unas cuantas preguntas y sin disparar una sola bala.
Allá arriba qué hay,
preguntó el jefe. Que no quería soltar los periódicos. Son los cuartos de mis
hijos. No están ahorita porque van a la escuela. Pero pásenle, adelante por
favor. No, no. Si son menores de edad mejor no. Y siguieron avanzando,
incautando paredes y muebles, en ese reducido espacio.
Uno que iba
adelante, le llamó al jefe. Jefe, jefe. Y escucharon ambos el sonido de la
pistola molecular que detecta pólvora, armas, cartuchos y droga. Pit pit. Era
un mueble viejo: una repisa de madera y puertas con ventanas de cristal,
rústica y algo empolvada, pero en buen estado. El jefe miró al dueño y preguntó
con la mirada. Aquel lo vio y le hizo señas para que continuara.
Abrieron el mueble
con cuidados quirúrgicos. En el interior y a la vista, había un cartucho de
calibre desconocido y una ojiva: recuerdos de un decomiso realizado cuando era
maestro y de un multihomicidio cerca de su casa, les explicó. Pusieron las
cosas en su lugar y cerraron todo.
Qué bien huele, dijo
alguien. Son frijoles puercos. Mmm. Sin preguntarles, les sirvió en tostadas.
Primero se resistieron. Qué tal si pasa el teniente. Pero rápido se acomodaron
y devoraron. Misión cumplida.
13 de febrero de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier Valdez
/febrero 17, 2013)
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