MÉXICO, D.F.
(apro).- A pesar de que desde hace rato, las fuerzas armadas le seguían los
pasos, Jonathan Salas Avilés, El Fantasma, el presunto jefe de sicarios de
Joaquín “El Chapo” Guzmán, detenido el pasado 9 de febrero en la sindicatura de
Costa Rica, Sinaloa, apostó a su bien ganada fama de escurridizo y echó al
cesto de la basura las recomendaciones de sus superiores de replegarse.
“Ni modo, vámonos”,
fue lo único que dijo a los uniformados el día que lo capturaron en un
operativo en el que no hubo un solo disparo.
Según la
reconstrucción de los hechos que da a conocer el semanario sinaloense Riodoce,
El Fantasma dormía en su casa de la colonia San Ángel de la sindicatura Costa
Rica, cuando elementos de la Marina, unos 200, lo tenían literalmente cercado.
“No había
escapatoria. Los militares, alrededor de 200, se extendían en un radio de 300
metros sobre su domicilio con tres anillos de seguridad, todos con el propósito
de no dejar entrar ni salir a ninguna persona”, dice el semanario.
Y añade que el ocaso
de El Fantasma se veía venir. De un día para otro, refiere, su presencia se
volvió incómoda para El Chapo y para Ismael El Mayo Zambada, por traer ‘cola’.
En marzo de 2012,
luego de que en las inmediaciones de Oso Viejo, Salas Avilés escapara de una
persecución tendida por elementos de la Marina, El Mayo le había ordenado
retirarse del área de Costa Rica y Quilá y replegarse entre El Dorado y la zona
costera de Culiacán.
Sin embargo, dice el
reportaje, El Mayo siguió recibiendo quejas de los pobladores de esas tres
sindicaturas, aterrados por la acción violenta del sicario, que lo mismo
penetraba a fiestas particulares armado con rifles de alto poder, golpeaba a
gente pacífica o incursionaba con sus pistoleros a las instalaciones de la
Policía Municipal para golpear a los agentes o para liberar detenidos.
Con Inteligencia
Militar pisándole los talones, Salas Avilés se había vuelto más huidizo, lo
cual hace que sus familiares y pistoleros conjeturen lo que la gente sospecha:
fue una entrega acordada, negociada, lo cual dio como resultado que los
soldados no dispararan una sola bala al detener a uno de los hombres más
aguerridos del cártel de Sinaloa.
La presunción de la
entrega pactada la apuntalan en la recomendación que, en julio de 2012, el
Ejército hizo al entonces presidente Felipe Calderón para que combatiera a los
cárteles más chicos, denominados “satélites” para abatir los índices de
inseguridad asociados al narco. En el mismo informe (Riodoce 524) el Gabinete
de Inteligencia había acordado reducir su acción violenta y actuar solamente en
respuesta a los ataques cometidos por las organizaciones criminales rivales.
Lo único cierto es
que El Fantasma cayó preso de la forma más inverosímil posible. “Ni modo,
vámonos”, es lo único que dijo ante los soldados que lo identificaron y que le
informaron de la detención y rápido traslado a las oficinas de la Subprocuraduría
Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO). Minutos
después lo subieron a un helicóptero y lo alejaron del territorio consentido de
Ismael Zambada.
Todavía una tarde
antes de su detención, Salas Avilés le hizo honor al apodo. Estuvo reunido con
sus escoltas bajo la sombra de un árbol de guamúchil que se localiza en medio
de un baldío ubicado entre el Infonavit San Ángel y el Centro de Barrio Los Pintos.
Ahí se juntaba con
frecuencia con su gente, siempre con mujeres esculturales, cerveza y el estéreo
de la camioneta a todo volumen. Andaba como si nada. Pareciera no saber que el
Ejército y la Policía Federal lo boletinaban como uno de los jefes de sicarios
del Chapo Guzmán, fichado como un sanguinario gatillero temido incluso por el
resto de los sicarios del cártel de Sinaloa.
Desde que llegó al
valle de Culiacán a mediados de la década de los noventa, acompañando a sus
padres que venían de Veracruz a ocuparse de jornaleros agrícolas, se le
consideró un ser espectral que de pronto desaparecía durante semanas y volvía
para ensimismarse en un silencio sepulcral, sin decir dónde o con quién andaba.
En la zona de
Eldorado y Costa Rica se conectó con expendedores de drogas que luego lo
acercaron a gente cercana al Chapo Guzmán, de quien obtuvo la confianza al
mostrar destreza en el uso de las armas, producto de su formación militar.
Agarró fama de
escurridizo. El 18 de febrero de 2012 se esfumó ante un retén militar que lo
esperaba en El Salado y el 2 de marzo de 2012 un operativo terrestre y aéreo
tendido por la Marina creyó erróneamente haberle dado muerte en Oso Viejo.
Le gustó el mote de
El Fantasma. Le molestaba que lo llamaran por su nombre y pedía que se
refirieran a él con el apodo. Siempre cuidó no dejar huellas, proteger su
identidad, y esa precaución la mantuvo aun antes de que los soldados lo
detuvieran, porque de pronto se esfumó en su camioneta junto con los
guardaespaldas, sin que nadie de los compañeros de parranda supiera más de él.
Pero los soldados sí
supieron que al retirarse del guamúchil hizo la finta de que salía de Costa
Rica cuando en realidad se fue a un domicilio cercano, a no más de 100 metros,
a dormir. Fue la escolta la que abandonó en convoy la sindicatura.
Alrededor de la
medianoche, una columna de vehículos militares transitó por la autopista y
llegó a la entrada poniente de Costa Rica. De ahí el contingente avanzó por la
periferia de la sindicatura hasta incorporarse unos 200 soldados al cerco
tendido alrededor de Salas Avilés.
Una vez cerrada la
pinza, arribaron tres helicópteros artillados de la Marina que aterrizaron en
la cancha de futbol del Centro de Barrio. El ruido de las hélices despertó al
Fantasma y al resto de los vecinos que nunca percibieron la movilización de
tropas.
Los soldados fueron
directo al domicilio en que durmió Jonathan Salas. Tocaron la puerta y pidieron
que se entregara. Una persona abrió la puerta y negó que estuviera ahí a quien
buscaban. De nuevo, el Fantasma parecía haberse esfumado.
Jonathan Salas se
había trasladado, saltando la barda trasera, al domicilio contiguo, al parecer
habitado por su mamá. Se mudó de ropa y se acostó simulando estar dormido.
Hasta él llegaron los soldados que, a punto de declarar frustrado el plan de
captura, lo reconocieron, cotejaron datos y se lo llevaron.
(PROCESO/Redacción/18 de febrero de 2013)
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