Alejandro Sicairos
A Jonathan Salas
Avilés nadie le avisó que el Ejército iba por él. Ni sus guardaespaldas, ni los
policías a su servicio, ni los “punteros” regados en el valle de San Lorenzo.
Ni su jefe, Joaquín el Chapo Guzmán.
Nadie. Por eso
cuando al amanecer del sábado 9 de febrero al Fantasma lo despertó el ruido de
helicópteros de la Marina que sobrevolaban su casa en la colonia San Ángel de
la sindicatura de Costa Rica, lo primero que vio por la ventana fue el cerco
militar tendido alrededor de él.
No había
escapatoria. Los militares, alrededor de 200, se extendían en un radio de 300
metros sobre su domicilio con tres anillos de seguridad, todos con el propósito
de no dejar entrar ni salir a ninguna persona.
El ocaso del Fantasma
se veía venir. Su presencia se volvió incómoda tanto para el Chapo Guzmán como
para Ismael el Mayo Zambada, por traer permanente detrás un operativo militar
que lo buscaba.
En marzo de 2012,
luego de que en las inmediaciones de Oso Viejo Salas Avilés escapara de una
persecución tendida por elementos de la Marina, el Mayo Zambada le había
ordenado retirarse del área de Costa Rica y Quilá y replegarse entre Eldorado y
la zona costera de Culiacán.
Sin embargo, el Mayo
siguió recibiendo quejas de los pobladores de esas tres sindicaturas, aterrados
por la acción violenta del Fantasma, que lo mismo penetraba a fiestas
particulares armado con rifles de alto poder, golpeaba a gente pacífica o
incursionaba con sus pistoleros a las instalaciones de la Policía Municipal
para golpear a los agentes o para liberar detenidos.
Con Inteligencia
Militar pisándole siempre lo talones, Salas Avilés se había vuelto más huidizo,
lo cual hace que sus familiares y pistoleros conjeturen lo que la gente
sospecha: fue una entrega acordada, negociada, lo cual dio como resultado que
los soldados no dispararan una sola bala al detener a uno de los hombres más
aguerridos del cártel de Sinaloa.
La presunción de la
entrega pactada la apuntalan en la recomendación que en julio de 2012 el
Ejército hizo al entonces presidente Felipe Calderón para que combatiera a los
cárteles más chicos, denominados “satélites” para abatir los índices de
inseguridad asociados al narco. En el mismo informe (Riodoce 524) el Gabinete
de Inteligencia había acordado reducir su acción violenta y actuar solamente en
respuesta a los ataques cometidos por las organizaciones criminales rivales.
Lo único cierto es
que el Fantasma cayó preso de la forma más inverosímil posible. “Ni modo,
vámonos”, es lo único que dijo ante los soldados que lo identificaron y que le
informaron de la detención y rápido traslado a las oficinas de la
Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada
(SEIDO). Minutos después lo subieron a un helicóptero y lo alejaron del
territorio consentido de Ismael Zambada.
Operativo certero
Todavía una tarde
antes del día que los detuvieron, Jonathan Salas Avilés le hizo honor al apodo.
Estuvo reunido con sus escoltas bajo la sombra de un árbol de guamúchil que se
localiza en medio de un baldío ubicado entre el Infonavit San Ángel y el Centro
de Barrio Los Pintos.
Ahí se juntaba con
frecuencia con su gente, siempre con mujeres esculturales, cerveza y el estéreo
de la camioneta a todo volumen. Andaba como si nada. Pareciera no saber que el
Ejército y la Policía Federal lo boletinaban como uno de los jefes de sicarios
del Chapo Guzmán, fichado como un sanguinario gatillero temido incluso por el
resto de los sicarios del cártel de Sinaloa.
Desde que llegó al
valle de Culiacán a mediados de la década de los noventa, acompañando a sus
padres que venían de Veracruz a ocuparse de jornaleros agrícolas, se le
consideró un ser espectral que de pronto desaparecía durante semanas y volvía
para ensimismarse en un silencio sepulcral, sin decir dónde o con quién andaba.
En la zona de
Eldorado y Costa Rica se conectó con expendedores de drogas que luego lo
acercaron a gente cercana al Chapo Guzmán, de quien obtuvo la confianza al
mostrar destreza en el uso de las armas, producto de su formación militar.
Agarró fama de
escurridizo. El 18 de febrero de 2012 se esfumó ante un retén militar que lo
esperaba en El Salado y el 2 de marzo de 2012 un operativo terrestre y aéreo
tendido por la Marina creyó erróneamente haberle dado muerte en Oso Viejo.
Le gustó el mote del
Fantasma. Le molestaba que lo llamaran por su nombre y pedía que se refirieran
a él con el apodo. Siempre cuidó no dejar huellas, proteger su identidad, y esa
precaución la mantuvo aun antes de que los soldados lo detuvieran, porque de
pronto se esfumó en su camioneta junto con los guardaespaldas, sin que nadie de
los compañeros de parranda supiera más de él.
Pero los soldados sí
supieron que al retirarse del guamúchil hizo la finta de que salía de Costa
Rica cuando en realidad se fue a un domicilio cercano, a no más de cien metros,
a dormir. Fue la escolta la que abandonó en convoy la sindicatura.
Alrededor de la
medianoche, una columna de vehículos militares transitó por la autopista y
llegó a la entrada poniente de Costa Rica. De ahí el contingente avanzó por la
periferia de la sindicatura hasta incorporarse unos 200 soldados al cerco
tendido alrededor de Salas Avilés.
Una vez cerrada la
pinza, arribaron tres helicópteros artillados de la Marina que aterrizaron en
la cancha de futbol del Centro de Barrio. El ruido de las hélices despertó al
Fantasma y al resto de los vecinos que nunca percibieron la movilización de
tropas.
Los soldados fueron
directo al domicilio en que durmió Jonathan Salas. Tocaron la puerta y pidieron
que se entregara. Una persona abrió la puerta y negó que estuviera ahí a quien
buscaban. De nuevo, el Fantasma parecía haberse esfumado.
Jonathan Salas se
había trasladado, saltando la barda trasera, al domicilio contiguo, al parecer
habitado por su mamá. Se mudó de ropa y se acostó simulando estar dormido.
Hasta él llegaron los soldados que, a punto de declarar frustrado el plan de
captura, lo reconocieron, cotejaron datos y se lo llevaron.
Mira quién habla
La detención del
Fantasma infundió valor no solo al Ejército que había fracasado una y otra vez
en su captura, sino también al gobernador Mario López Valdez, al procurador
Marco Antonio Higuera Gómez y hasta al alcalde de Culiacán, Aarón Rivas Loaiza,
que, reacios anteriormente a tocar el tema del narcotráfico, ahora reconocieron
el éxito del operativo y aventuraron que contribuiría a mayor tranquilidad y
seguridad pública.
Luego de la
confirmación de la detención que hizo el comandante de la Tercera Región
Militar, general Moisés Melo García, Malova se apresuró a declarar que no
esperaban reacciones del crimen organizado por la aprehensión del Fantasma.
Negó que fuera a
pedir más refuerzos federales para garantizar la seguridad de los sinaloenses
porque —dijo textualmente— “mi general Melo no me ha dado una instrucción que
se sienta rebasado, tendría que esperar por parte de ellos la señal, en virtud
de que estoy agradecido por el trabajo que nos presenta, no quiero faltarle el
respeto a los mandos superiores tocando puertas en la Ciudad de México sin que
ellos me lo digan”.
El gobernador habló
en el mismo sentido en que lo hizo el 2 de marzo de 2012 cuando la Marina creyó
haber abatido al Fantasma. Aquella ocasión, sin siquiera haberse confirmado la
muerte de Jonathan Salas, externó que ello “traerá a Sinaloa un poquito de paz
y tranquilidad”.
“Es uno menos que va
andar cometiendo delitos”, aventuró.
Pero el
envalentonamiento de las autoridades también alcanzó la semana pasada al
procurador Higuera Gómez, quien asumió que la detención de Jonathan Salas demuestra
el interés que se tiene por frenar la violencia en Sinaloa.
“Dicha persona
estaba causando graves índices delictivos en las zonas norte y centro de la
entidad y con la detención se estaría dando un gran logro a los índices de
seguridad que van a la baja en los últimos dos años”, dijo el fiscal estatal.
Ya entrado en un
tema que había sido tabú para los gobiernos estatal y municipal, el alcalde
Aarón Rivas Loaiza declaró que espera que aumente la tranquilidad en Culiacán
con la aprehensión del supuesto jefe de seguridad de Joaquín el Chapo Guzmán.
“Yo espero que la
tranquilidad de Culiacán venga todavía mejor, que no haya ningún problema
porque hayan capturado a este personaje, yo espero que no cambien las cosas”,
remarcó.
El gobernador, el
procurador y el alcalde le habían perdido el miedo a sus propios “fantasmas”.
Cacería sin balas
En Sinaloa se ha
vuelto habitual que el Ejército detenga a integrantes de las bandas del crimen
organizado en operativos pacíficos, sin que se den enfrentamientos entre el
cazado y el cazador. Al tratarse de objetivos difíciles de ubicar y atrapar, el
sentido común indica que debieran ser aprehensiones realizadas en medio del
fuego disparado por soldados y capos.
El 27 de enero de
2004 la Secretaría de La Defensa Nacional dio a conocer la detención de Javier
Torres Félix en un operativo que no registró mayores incidentes en el sector
Colinas de San Miguel, en Culiacán. Pese a que el entonces titular de la
Sedena, Ricardo Clemente Vega, lo comparó con Joaquín el Chapo Guzmán, el JT no
opuso resistencia y muchos de los vecinos del lugar en que la milicia realizó
el despliegue ni siquiera se enteraron del “pez gordo” del cártel de Sinaloa,
quien fue extraditado a Estados Unidos en abril de 2006, país donde está a
punto de salir en libertad.
Algo similar ocurrió
el 21 de enero de 2008 al ser detenido Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo, en la
colonia Burócrata de Culiacán. La movilización policial sorprendió en este
domicilio a quien era considerado hombre clave en la organización liderada por
el Chapo Guzmán.
Debido a las
atípicas características de la aprehensión, los hermanos Arturo, Héctor, Carlos
y Mario Beltrán Leyva acusaron al cártel de Sinaloa de haberlo entregado e
iniciaron una guerra despiadada contra Guzmán Loera e Ismael Zambada.
Más recientemente,
el 13 de octubre de 2012, el Ejército informó haber abatido a Manuel Félix
Torres, el Ondeado, sin que hubiera reportes de enfrentamiento entre los
militares y quien era considerado el jefe de sicarios y escolta personal del
Mayo Zambada.
En todos estos
casos, al ser hechos marcados por la captura pacífica de renombrados personajes
del crimen organizado, se ha especulado que fueron “puestos” al alcance del
Ejército y que las detenciones fueron negociadas entre los altos mandos
castrenses y los líderes del cártel de Sinaloa.
El miedo de sol a sol
En Costa Rica el
miedo ya es un modo de vida. Encerrarse al caer el sol y salir hasta que el
alba alumbre es una especie de toque de queda que los mismos habitantes se han
impuesto por la presencia de gatilleros del narcotráfico que han tomado el
control de la región.
La Policía, lo dicen
todos en voz baja, está coludida en su mayoría y los pocos buenos elementos no
se animan “a jalarle la cola al león”. En el valle de San Lorenzo cualquiera
sabe quién anda mal y quién anda bien.
“Ya no hay
tranquilidad, se acabó todo eso que hacía que la gente viviera en paz, que
saliera a la calle sin el temor a ya no regresar”, resume Guadalupe Rivera
Valenzuela, presidenta del Consejo para la Defensa de los Derechos Humanos de
la Sindicatura de Costa Rica.
Luchadora social en
tierra de nadie, ella espera lo que las familias de bien también desean. Que
con la detención del Fantasma, o la de cualquier otro delincuente, vuelva la
tranquilidad y se acabe el estado de indefensión y terror que a unos quita el
sueño y a otros la vida.
En Costa Rica no hay
partida de la Policía Ministerial desde hace dos años y la Policía Municipal
frecuentemente es humillada por los gatilleros. Es por ello que la incursión
militar durante la madrugada del 9 de febrero ha reanimado la esperanza de que
la paz sea restablecida.
Es cuestión de
entrar a las colonias y barrios para otear el miedo que domina el ambiente. En
el rezago en servicios públicos y el abandono de la seguridad pública se
camufla la congoja de que cada desconocido que llega sea un gatillero. El
instinto de supervivencia los ha enseñado a callar, a no dar señas, nombres o
detalles de aquellos que los tienen atemorizados.
Guadalupe Rivera
dice que mientras los militares no cometan abusos contra la población civil,
sus operativos son bien recibidos por la gente. “Lo que queremos es
tranquilidad, la ponga quien la ponga. Tranquilidad para que acaben los
atropellos, los asaltos, los asesinatos”.
Tiene fe en que la
detención de Jonathan Salas traiga calma para los costarricenses. Aunque luego
recuerda una frase que Ismael el Mayo Zambada dijo en la entrevista que le
hiciera Julio Scherer: “Encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya
andan por ahí”.
(RIODOCE.COM,.MX/ Alejandro Sicairos /febrero 17, 2013)
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