La cabeza de Andrés Manuel
López Obrador siempre ha operado con una visión táctica de mediano plazo que
responde a sus intereses personales y funciona como un mecanismo de reacción
para protegerse. Así lo hizo cuando era Jefe de Gobierno en la Ciudad de
México, donde mientras públicamente descartaba tener ambiciones políticas
mayores, construía su candidatura presidencial. En tres campañas electorales
habló sistemáticamente de la mafia del poder para crear condiciones a su
protesta postelectoral en caso de perder la elección. El domingo pasado repitió
la receta en Tepic, y el martes la repitió: México está en crisis y bancarrota.
¿Qué sucedió? ¿Por qué se situó en las antípodas de lo que afirmó dos semanas
antes? Una conjetura razonable es que ya sabe que el dinero que creía estaba
escondido en el presupuesto, simplemente no existe.
La realidad alcanzó a López
Obrador. Gerardo Esquivel, futuro Subsecretario de Egresos, lo anticipó días
antes. Ni mediante la reorientación del presupuesto o recortes a gastos de
operación y administración, se podrán cumplir a plenitud los programas sociales
con los que López Obrador quería iniciar su administración. Se equivocaron en
sus cálculos o los prejuicios y lugares comunes en sus cabezas los empujaron
por un sendero falso. Entendiendo la personalidad de López Obrador, ese
diagnóstico le debe haber calentado la cabeza.
López Obrador nunca admite
equivocaciones. Busca en terceros la justificación de sus errores y omisiones.
Está atrapado entre la necesidad de mantener la política económica sobre la
misma base de los gobiernos neoliberales que fustiga, déficit fiscal cero y
control del gasto, sin gastar más de lo que ingresa ni recurrir al
endeudamiento. Por lo que dice públicamente, entiende hoy que no puede hacer
otra cosa para mantener la estabilidad y construir a partir de lo que le deje
el gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero si regresa al voluntarismo social que
lo llevó a ganar la elección y opta por acciones populares y populistas,
cumplirá con la profecía autorrealizable: las crisis económicas de los
gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, también serán suyas.
Cuando asuma la Presidencia
el primero de diciembre, llegará con una curva de aprendizaje. Sabrá que sus
arranques tienen costo. Haber hablado de bancarrota nacional provocó que
importantes inversionistas que estaban programando citas con su equipo, las
congelaran ante la incertidumbre que provocaron sus palabras. En un arranque
impulsado por la frustración, perdió la oportunidad de amarrar inyecciones
millonarias para el arranque de su administración. La bolsa de dinero en el
presupuesto, que pensaba era el botín de gobiernos corruptos, no existía. Su
equipo revisó todas las cifras que le entregó la Secretaría de Hacienda y
descubrieron con incredulidad que los recursos disponibles para el gobierno son
limitados.
Los desvíos de dinero, gastos
superfluos y mala administración que creía era lo que provocaba que las cosas
no funcionaran como debían, también estaba equivocado. La combinación de
prejuicios con ignorancia cobró su cuota en el equipo del Presidente electo. El
ejemplo de Octavio Romero Oropeza, a quien le dará la dirección de Pemex, es el
mejor. Incondicional de López Obrador, dijo que querían elevar la producción de
petróleo en 600 mil barriles diarios para el próximo año. Le explicaron que eso
era imposible, porque la falta de inversión en Pemex hacía imposible,
literalmente, alcanzar esa meta.
Entonces, dijo el equipo de
López Obrador inyecten 175 mil millones de pesos a Pemex para sus inversiones,
pero les recordaron que el modelo fiscal de la empresa hacía que el dinero se
le entregue a Hacienda. Quieren cambiarlo, cambien la ley. O cada peso para
Pemex, hay que quitarlo a las finanzas públicas, y a ver cómo mantienen
funcionando el gobierno. Entonces, pidió Romero Oropeza, hay que licitar en
diciembre para una refinería en Dos Bocas, Tabasco, deseo de López Obrador.
Imposible. ¿Cómo licitar lo que no saben qué licitar?
Las licitaciones no son de
generación espontánea. Le explicaron al futuro director de Pemex que si se
apuraban a preparar la licitación, podría salir en otoño de 2019. ¿Cómo es
posible -expresaba extrañado-, si en la India, que tomaron como ejemplo,
construyeron una en tres años? Estaban mal informados. Los estudios técnicos
duraron seis años antes de la licitación, y pasaron otros siete para que
finalmente operara. Es decir, 13 años después de comenzar el proceso.
Gobernar es más complejo de
lo que suponían, pero el coraje de López Obrador con la realidad, le debe
enseñar que va a tener costos adicionales si no se serena. A los mercados no
les gusta lo que están viendo en él. Para un hombre que sólo ve hacia dentro,
pensar en un mundo globalizado, debe ser muy complicado. Pero su equipo que
entiende de ello y es razonable, lo está conduciendo. No puede tomar decisiones
irresponsables en materia económica y financiera, porque el futuro de su
gobierno y de México depende de temas como la calificación de la deuda, atada a
la disciplina fiscal.
Muchos pueden no entenderlo,
pero él empieza a comprender. Cambiar el nuevo aeropuerto de Texcoco a
cualquier otro lado, repercutirá en la confianza de los acreedores y los
inversionistas. Cometer locuras en Pemex pensando que beneficia a las mayorías,
más. La calificación de Pemex está en el punto más bajo de lo positivo, y
cualquier alteración podría quitársela. Si eso sucede, las consecuencias
negativas comenzarán por el inevitable contagio a las finanzas públicas y la
crisis empezaría. Por supuesto que no lo quiere López Obrador. Entonces, que
tenga ahora sus exabruptos pero que aprenda rápido, y termine de descubrir que el
mundo que soñaba no existe. Bienvenido a 2018.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 20/09/2018 | 04:03 AM)
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