Carles Puigdemont antes de un discurso
ante el parlamento catalán, el 27 de octubre Credit David Ramos/Getty Images
El drama entre el gobierno
español en Madrid y el gobierno proindependentista en Cataluña, que ha ido
escalando en tensión en particular desde el viernes, cuando las autoridades separatistas
catalanas declararon la independencia, ha incluido a dos personajes que les
resultan familiares a los estudiantes de política española: el mártir y el
dictador.
Carles Puigdemont, quien
hasta el viernes era el presidente del gobierno catalán, se ha autoasignado el
papel del mártir. En las semanas que siguieron al referendo del 1 de octubre,
en el que cerca del 90 por ciento de los catalanes que votaron eligieron la
independencia, Puigdemont ha representado el papel de la víctima de la malvada
administración madrileña. No importa que el referendo fuera inconstitucional ni
que solo el 41,5 por ciento del electorado catalán se molestara en ir a votar.
La declaración de
independencia del viernes siguió el mismo guion. La decisión de Puigdemont de permitir
que el Parlamento de Cataluña declarara su independencia fue un acto de
autoinmolación. Sabía muy bien que esa declaración obligaría a Madrid a hacer
valer el artículo 155 de la Constitución española, una provisión que permite
que el gobierno central tome el control de una comunidad autónoma.
Después de una votación en el
Senado de España de 214 a favor y 47 en contra de hacer uso del artículo 155,
Madrid disolvió el Parlament y se hizo cargo de las funciones cotidianas del
gobierno catalán, la policía autonómica, las cortes y el sistema de telecomunicaciones.
Se han programado nuevas elecciones regionales para el 21 de diciembre.
Puigdemont incluso enfrenta cargos de rebelión, lo cual podría valerle una pena
de hasta veinte años de prisión.
Eso podría quedarle bien.
Durante esta crisis, Puigdemont ha disfrutado de la historia del martirio
político del movimiento nacionalista catalán. En especial, ha invocado la
memoria de Lluís Companys, quien declaró a Cataluña independiente en 1934,
justo antes de que iniciara la Guerra Civil Española. Companys más tarde fue
capturado por los nazis, entregado al régimen del general Francisco Franco y
ejecutado. Naturalmente, el Castillo de Montjuïc, la fortaleza militar desde
donde se observa toda la ciudad de Barcelona y donde el ejército franquista
ejecutó a Companys, se ha convertido en un altar para los separatistas
catalanes, sobre todo durante este último mes.
Por su parte, el presidente
Mariano Rajoy está actuando como guardián del Estado de derecho y protector de
la nación, un papel evocador de una larga línea de personajes autocráticos en
la historia española (los caudillos), en particular del mismo Franco, quien
gobernó con mano de acero desde 1939 hasta su muerte en 1975.
En el centro del franquismo
se encontraba el mito de una España unificada y culturalmente homogénea, que se
mantenía unida gracias a la gloria de la civilización española —sobre todo al
“descubrimiento” del Nuevo Mundo y la cristianización de la península ibérica—
y a una cultura común definida por la lengua española y el catolicismo. El
Partido Popular conservador de Rajoy tiene sus orígenes en la Alianza Popular
neofranquista, partido que fue fundado por antiguos ministros de Franco después
de la muerte del dictador.
Desde 2006, cuando los
electores catalanes aprobaron el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña, un
documento que exige mayor control de sus propios asuntos, Rajoy ha luchado
contra los separatistas con cada medida legal y política de las que dispone:
desde recurrir al Tribunal Constitucional en 2010, el cual declaró nulos los
componentes más importantes del estatuto, hasta enviar a la agresiva policía
nacional el día del referéndum (unas 900 personas fueron tratadas por lesiones,
de acuerdo con funcionarios de salud catalanes).
Mediante sus impactantes
actuaciones en los papeles de mártir y caudillo, Puigdemont y Rajoy están
intentando obtener puntos políticos mientras España se abalanza hacia el
desastre político.
Pese a la declaración de
independencia, Cataluña no es más libre hoy que antes. De hecho, después de la invocación
del artículo 155 por parte de Madrid, es menos libre.
Además, los prospectos de
independencia siguen siendo sombríos: el proyecto catalán de independencia ha
obtenido poco ímpetu a nivel internacional. Unos 1700 negocios han transferido
sus sedes a otras partes de España. Lo más importante es que no hay una clara
mayoría de catalanes que pidan la independencia de Cataluña. Las encuestas
muestran de manera consistente que los electores de la región están divididos
entre la independencia y el seguir siendo parte de España.
A raíz de la invocación del
artículo 155, el martirio proporciona una plataforma útil para mantener vivo el
movimiento separatista catalán.
La agenda separatista de
Puigdemont ha sido establecida por los elementos más extremistas de su
coalición gobernante. En las elecciones regionales de 2015, pudo conformar un
gobierno solo después de crear una alianza con la Candidatura de Unidad Popular
(CUP), un pequeño grupo radical y sin líder. Para la CUP se trata de la
independencia o nada. En los días anteriores a la declaración, los líderes de
la CUP advirtieron que estaban “listos para abandonar” la coalición si no se
realizaba pronto una declaración inequívoca de independencia. La declaración de
independencia de Puigdemont ha complacido en extremo a la CUP.
Parece que Puigdemont
prefiere ser un mártir que un traidor. De cualquier manera, a raíz de la
invocación del artículo 155, el martirio proporciona una plataforma útil para
mantener vivo el movimiento separatista catalán al promover la narrativa
cuestionable de España como opresor de los derechos humanos y la libertad
política.
Para Rajoy, quien ha tenido
problemas propios en mantenerse en el poder en Madrid (necesitó dos elecciones,
en 2015 y 2016, para conservar su mandato), ser firme en cuanto a la
independencia catalana es un acto fiel a los deseos de los electores españoles
conservadores que conforman la mayoría del electorado de su Partido Popular, y
quienes no esperan menos de él.
Para la derecha española, que
a regañadientes ha llegado a aceptar la noción de una España multicultural y
todo lo que eso conlleva, como la autonomía para comunidades que tienden al
independentismo, es muy atractiva la idea de un líder fuerte que se defiende de
los extremistas regionales. Rajoy también espera que la crisis catalana sea una
lección para otras comunidades autónomas intranquilas en España, sobre todo el
País Vasco, donde los independentistas ya han recurrido a la violencia.
Activar el artículo 155, algo
que ningún líder español ha hecho antes, lleva a otro nivel de drama,
santurronería e incertidumbre política el juego de todo o nada de Puigdemont y
Rajoy.
El que más pierde es el
pueblo español, incluyendo a la mayoría de los catalanes, que a lo largo de
este calvario han hecho un llamado constante para obtener lo único que no
pueden hacer bien los mártires ni los autócratas: dialogar y llegar a acuerdos.
Omar G. Encarnación es profesor de
ciencia política en Bard College y autor, más recientemente, de "Democracy
without Justice in Spain: The Politics of Forgetting".
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ OMAR G. ENCARNACIÓN /1
DE NOVIEMBRE DE 2017)
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