HERMOSILLO,
Son. (apro-cimac).- Dos historias tienen un punto en común, ambas se
suspendieron en un sitio geográfico: El desierto sonorense de Altar.
Esa
planicie agreste, con apenas algo de flora acostumbrada a la poca agua que cae
en el año, y que cobija a la fauna que sale de noche en el verano, pues de día
es imposible la sobrevivencia, es el escenario en donde Gilbert Josué Alvarez,
de Honduras, y Jackeline Morales Jovel, de El Salvador, quedaron perdidos en su
intento de cruzar a Estados Unidos.
En
el recorrido por la ruta migratoria, la XII caravana de Madres Centroamericanas
“Buscando vida en caminos de muerte”, se desplazó a diversos estados del norte
del país en busca de sus seres queridos.
A
Sonora llegaron Nohemí Yamileth Alvarez, madre de Gilbert Josué, y Lilia
Hortensia Morales, hermana de Jackeline. Uno desaparecido tres años atrás, la
otra desaparecida desde el 2007.
La
agonía emocional que invade a las personas que perdieron contacto de repente
con sus familiares, es la motivación que estas mujeres tuvieron para llegar
hasta Nogales y Hermosillo, en Sonora, para buscar ayuda, algún apoyo de
organizaciones sociales que puedan acompañarlas en la búsqueda que harán
mientras tengan vida, según manifiestan.
Nohemí
contó en rueda de prensa que su hijo Gilbert Josué, de entonces 14 años de
edad, se despidió un día de ella cuando se iba a trabajar, le dijo que la
quería mucho, y en lugar de ir al colegio tomó el camino para reunirse con sus
primos y llevar a cabo el plan para irse juntos a Estados Unidos.
Salieron
de Honduras, atravesaron México, pasaron el desierto sonorense –el segundo más
grande del mundo–, pero al llegar a Caborca Gilbert acompañó al pollero a traer
agua para el grupo que permanecía agazapado para no ser visto por autoridades,
y no volvió más.
Ni
el responsable del grupo ni Gilbert aparecieron nunca más. Los primos llegaron
a su destino logrando su objetivo, y hasta la fecha radican en Estados Unidos.
Mientras Gilbert se volvió un hueco en la familia. Ninguna señal, ningún mensaje,
nada que indique si está vivo o muerto y su ubicación.
Las
hipótesis abundan: Nohemí piensa que el ahora muchacho de 18 años está retenido
con los delincuentes que trafican con las personas, para obligarlo a trabajar
con ellos. En el peor de los casos, a veces viene la idea de que ambos pudieron
haberse desubicado y por eso no volvieron al grupo, perdiéndose en el camino de
regreso, pereciendo en el desierto.
Nohemí
Yamileth seguirá la búsqueda a pesar de que autoridades hondureñas y mexicanas
le dicen que investigarán, pero nunca ha visto algo claro, ni líneas concretas
de investigación, por lo que no hay avances para encontrar al joven.
Jackeline
por su parte también hizo todo el recorrido desde El Salvador hasta la frontera
con Estados Unidos, llegando a Altar, Sonora. Ese punto es conocido por
resguardar en hoteles y cuarterías a grupos de migrantes que aspiran a pasar
sin documentos a la parte estadunidense del desierto, guiados por polleros del
lado mexicano, y coyotes del lado estadunidense.
Pero
esa fue la última noticia que tuvo Lilia Hortensia Morales de su hermana menor
y madre de dos hijos que ahora ella cuida en El Salvador.
Tiene
nueve años que Jackeline salió de su hogar para buscar mejores condiciones
económicas para ella, sus dos hijos y para toda su familia. “Es muy duro hablar
de esto, pero hay que hacerlo”, afirma Lilia, mientras gira su vista hacia uno
y otro lado, pues siempre espera reconocer en alguna persona el rostro de su
hermana.
La
última vez que habló con ella le dijo que al día siguiente saldrían a Estados
Unidos, pero ese día ya no se comunicó, los siguientes, tampoco. Uno de los
compañeros de viaje que logró adentrarse en el vecino país, les contó que
Jackeline se fracturó un pie, por eso la dejaron, y que más adelante reanudaría
su camino. Pero eso, nunca ocurrió.
Así
que ella no se ha quedado quieta. Desde el día en que le perdió la pista a su
hermana ha vivido para buscarla, incluso a costa de las amenazas del crimen
organizado en El Salvador, que la hizo cambiarse de ciudad de residencia.
“Hablé
con el coyote y me dijo que ya no la buscara. Que él tampoco sabía en dónde
estaba y que además tampoco encontraba al guía que la llevaba. Y que si seguía
buscando me iba a matar a mí y a mi familia, que ya tenía listo a un mara que
se haría cargo”.
Lilia
está convencida de que todas las personas migrantes centroamericanas que
desaparecen lo hacen en el trayecto al pasar por México. Por eso, 42 madres y
hermanas aproximadamente participan en la caravana de madres centroamericanas.
En
ambos casos cuyas desapariciones ocurrieron en el desierto, lograron llegar
hasta el noroeste. Gilbert montado en el tren La Bestia, Jackeline por otros
medios, pero los dos llegaron con bien, hasta que estuvieron en Sonora.
Los
dos, de alguna manera, fueron separados del grupo, tal vez escogidos por su
perfil. Las grandes incógnitas son para qué y dónde están.
Ambas
mujeres con el dolor que no pueden ocultar en su rostro, claman ayuda a las
autoridades para que investiguen, que indaguen cómo es que sus familiares
desaparecieron en el desierto, hoy convertido en tierra de narcos.
Y
advierten que no descansarán hasta encontrarlos vivos o muertos. Agradecen al
Movimiento Migrante Mesoamericano y a su presidenta Marta Sánchez Soler el
apoyo para poder hacer la larga travesía que alguna vez sus familiares hicieron
con los ojos llenos de esperanza. Volverán a Sonora, para recorrer paso por
paso como lo hicieron sus desaparecidos.
(DOSSIER
POLITICO/ TOMADO DE: SILVIA NUÑEZ ESQUER / CIMAC-PROCESO/ 2016-12-05)
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