CIUDAD DE MÉXICO (apro).-
Enrique Peña Nieto decidió que la economía iba a crecer y, por tanto, ejerció
un mayor endeudamiento con el apoyo del Congreso. Sin que se produjera el
esperado aumento del PIB ni, por tanto, de la masa de contribuciones, el
resultado ha sido un río de dólares que se marchan. Es por ello que el peso se
ha venido devaluando durante el sexenio.
Para hacer frente al pago de
requerimientos financieros, el gobierno quiere un superávit primario pero éste
es insuficiente y dañino. Los agresivos recortes sólo conducen a reducir un
poco el ritmo de endeudamiento pero son recesivos, es decir, llevan a un menor
crecimiento económico. Tener un sobrante de ingresos antes del pago del
servicio de la deuda no garantiza poder estabilizar las finanzas públicas ya
que con anterioridad se había elevado demasiado la cuantía relativa del débito.
En pocas palabras, el país tiene un grave desequilibrio.
El Banco de México supone que
con mayores tasas de interés se puede frenar la compra de dólares. Esa medida
eleva la prima de riesgo que paga el país a los poseedores de bonos pero sin
aminorar la salida de capitales líquidos. Por otro lado, aumenta el rédito y
obstaculiza la inversión privada. Un desastre.
En casi todos los países
pobres las deudas se han convertido en una limitante para el ejercicio de la
soberanía nacional. El capital dinero concurre a las economías en pos de
obtener seguridad y renta. Su cuantía ha servido para estabilizar las cuentas nacionales
pero cuando los ingresos por exportaciones bajan o los gobiernos hacen pésimos
cálculos, los dueños del dinero emprenden la emigración, la cual opera como una
presión para reducir el gasto público con el propósito de servir la deuda
acumulada. Así opera el capital-dinero especulativo en manos de extranjeros y
de nacionales.
El modelo de adelantar
inversiones, es decir, financiarse con débito, es impecable teóricamente pero
el capital especulativo ha demostrado que puede llegar a ser un elemento de las
crisis. El problema es mucho mayor cuando los países cubren con deuda parte de
su gasto corriente y cuando las inversiones en infraestructura no dan los
resultados macroeconómicos esperados, tal como ha ocurrido en México, donde ya
empezó el galope de aumento de la tasa de interés con lo cual se ofrecen altos
réditos ante la falta de “confianza”, aumentando con ello la sangría económica.
El mundo tiene que cambiar.
Se hace indispensable que los países pobres modifiquen el modelo de
financiamiento del desarrollo, repudien la contratación de deuda en mercados
abiertos y rescaten ingresos de sus grandes empresas y capitalistas para
promover la inversión.
Esto quiere decir que sí es
indispensable aumentar impuestos y crear nuevos. La bandera de no afectar a los
grandes ricos (en México son muy pocos pero demasiado ricos) mantiene a los
países pobres en su desdichada condición. Lo estamos viendo ahora, el gobierno
está pagando más intereses a sus acreedores con tal de que no saquen su dinero
pero lo van a seguir sacando. De esa forma trabajamos para el capital
especulativo y no realizamos las inversiones que se requieren para expandir la
economía: es el peor de los escenarios. Estamos a las puertas de otra crisis.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ PABLO GÓMEZ /7
OCTUBRE, 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario