Nueve empleadas de la
Guardería ABC cuentan cómo lucharon para salvar a los niños del fuego. Hoy un
juez decide la suerte de cinco de ellas, consignadas por la PGR
“No sé de dónde agarré valor para decir:
‘Tengo que sacar a estos niños, ¿cómo me voy a morir aquí? No me quiero morir
junto con ellos”
Araceli Moroyoqui
Empleada de la Guardería ABC
“¿Cómo creen? ¿Cómo creen que en
nosotros va a carburar la mente en que queremos dejarlos y salvarnos?”
Maribel Hernández
Empleada de la Guardería
“¡Se está quemando la
guardería!”, gritó Marina Isabel Flores cuando vio que salía humo del techo del
comedor, donde estaba tomando sus alimentos, y escuchaba cómo crujía la lámpara
por el calor del fuego.
De inmediato, ella y otras
compañeras que estaban en su hora de comida, aventaron los alimentos y
corrieron a las aulas donde les tocaba atender a los niños.
Isabel entró al área de
Maternal A y tomó a algunos menores en sus brazos para sacarlos a la calle. A
otros, los iba empujando con los pies para poder sacar a más, entre el humo y
el caos del miedo.
En su desesperación por
salir, intentó abrir varias veces la puerta principal, sin éxito. Finalmente,
metió una pierna y pudo abrir. Afuera estaba otra de sus compañeras, quien tomó
a los niños.
Isabel regresó a la sala y
sacó a más. Ya no hubo quien se los recibiera en la calle y ella cruzó para
dejarlos en la banqueta de enfrente.
En ese momento, llegaron
policías municipales gritando que se llevaran de ahí a los niños porque
explotaría el tanque de gas.
Isabel y otras personas
tomaron a los pequeños que ya estaban afuera de la Guardería y corrieron a
llevarlos a la “casa verde”, una vivienda ubicada a unos 50 metros del lugar y
que en todos los simulacros se dijo que sería el refugio a donde llevar a los
menores en caso de un siniestro.
Ahora, Marina Isabel Flores
es una de las 22 personas que la Procuraduría General de la República (PGR)
busca enviar a la cárcel acusada de homicidio culposo, lesiones culposas y
abandono de los niños de la Guardería.
Así como Isabel, las otras
maestras y empleadas de la Guardería ABC conocieron el infierno ese fatídico 5
de junio del 2009.
A pesar de que el incendio se
apagó, otro infierno sigue consumiendo sus vidas. El calvario no ha terminado
para ellas y parece empeorar cada vez más.
Amenazadas de muerte por
algunos padres de familia; rechazadas por una parte de la sociedad de Hermosillo;
con tratamientos psicológicos y psiquiátricos interminables; y, en algunos
casos, sin trabajo y sin atención médica, las maestras y trabajadoras de la
Guardería ABC han pasado cada uno de los 2 mil 631 días desde la tragedia, en
un martirio constante que nadie conocía.
En la Guardería había más de
200 niños al momento del incendio. Fallecieron 49 de ellos, a los que ya no
pudieron rescatar por el humo y las llamas que se apoderaron del lugar.
Por primera vez, nueve
empleadas de la Guardería ABC dan su testimonio sobre lo que ocurrió ese día y
cómo ha cambiado su vida desde entonces.
De ellas, cinco se encuentran
en la lista de consignaciones de la PGR. A más tardar hoy, el juez Tercero de
Distrito con sede en Sonora debe decidir la suerte de estas y otras personas
que la Procuraduría quiere enviar a prisión.
LA PERSECUCIÓN Y EL MIEDO
Las nueve mujeres tienen un
rasgo en común: el brillo de sus ojos se desvaneció.
Es difícil arrancarles una
sonrisa diminuta. Algunas tienen tics o se toman constantemente las manos con
nerviosismo. Su memoria les falla. Lloran a la menor provocación.
Todas, sin excepción, toman
medicamentos psiquiátricos para intentar sobrellevar el estrés postraumático
que tienen desde ese día.
Hablaron con miedo por las
consecuencias que pudiera tener dar a conocer su testimonio.
A algunas les han llegado a
decir que, si no las encierra la PGR, podrían ir a quemarlas a sus casas. A
ellas y a sus hijos, “para que vean lo que se siente”.
La prueba fehaciente de su
culpabilidad, según les han dicho, es haber salido con vida del incendio de la
Guardería ABC. Ni más ni menos.
Ellas han aguantado todo en
silencio.
Les ha tocado ser expulsadas
de restaurantes donde están comiendo, si llega alguno de los padres de un menor
fallecido que las culpa.
Las sacaron varias veces de
las clínicas del IMSS por la puerta trasera, si llegaba algún papá que les
reclamara no haber sacado a sus hijos de las llamas.
En la calle les han gritado
“¡Asesinas!”. Se han teñido el pelo varias veces para intentar pasar
desapercibidas. Se han cambiado de casa y hasta de nombre, en lugares públicos.
Han estado internadas en
hospitales psiquiátricos por algunos periodos. Sufren de depresión crónica. Aun
así, a algunas se les ha retirado la ayuda médica y psicológica.
Hubo quien perdió a su
familia en el proceso. Ocurrieron divorcios o abandono. No solo ellas tuvieron
que buscar ayuda. También los hijos que veían a sus madres postradas por el
dolor.
A quienes después de esa
situación pudieron recuperarse un poco más, no les fue tan fácil encontrar
trabajo. El simple hecho de haber laborado en la Guardería ABC bastaba para que
nadie las considerara como aptas para ser sus empleadas.
Y si encontraron trabajo,
algunas lo perdieron porque no pudieron soportar la presión, el morbo, los
simulacros o la simple imagen del momento en que quisieron sacar a más niños y
no fue posible.
No pudieron ir a los
funerales de los pequeños, porque el repudio fue generalizado apenas unas horas
después del incendio. Solo en algunos casos se les permitió ir a llorar a “sus
chiquitos”.
Fueron señaladas porque, en
las fotografías y videos, algunas maestras aparecen con sus bolsas de mano
afuera de la guardería incendiada. Explicaron que ellas ya habían salido de sus
turnos, pero regresaron para ver en qué podían ayudar y por eso traían sus
pertenencias consigo.
Recuerdan, con indignación,
cómo algunos padres que perdieron a sus hijos ni siquiera tenían necesidad de
llevarlos a la guardería.
Una de las madres más
afectadas por la muerte de su pequeño, no trabajaba, dijeron. Lo llevaba ahí
“para socializar”.
Hubo quien esa semana estaba
de vacaciones en el trabajo y aun así llevó a su niño a la Guardería para poder
tener el día libre.
O quien llegó tarde por su
hijo y cuando fue, lo encontró muerto.
Aun así, expresaron respeto
por los padres y su dolor. Solo les pidieron recordar que, al igual que para
ellos, para las maestras y trabajadoras de la Guardería ABC cada uno de los
menores era como parte de su familia.
Recordaron que la Guardería
tenía lista de espera para recibir a más niños. Estaba por encima de su
capacidad, dijeron, porque atendía a más de 200 menores todos los días.
También recordaron que
semanas antes, habían alertado a las autoridades sobre el peligro que
representaba la lona que cubría el patio central de la Guardería, que en el
interior simulaba un circo, porque podía quemarse en caso de un incendio.
Las querían obligar a decir
que había regaderas contra incendios en el interior. Jamás las hubo.
Dijeron, además, que varias
personas se convirtieron en héroes sin serlo. Llegaron tarde y, aunque se dijo
en los medios de comunicación que sacaron a muchos niños, éstos ya estaban
muertos.
Recuerdan cómo todo se
complicó porque a esa hora, la mayor parte de los niños estaban dormidos. Era
la hora de la siesta, por lo que no pudieron llamarlos a todos para abandonar
el lugar, como pasaba en los simulacros que habían hecho antes.
Las maestras y trabajadoras
de la Guardería ABC ganaban alrededor de mil 700 pesos a la quincena –menos
impuestos- por una jornada de ocho horas.
Las liquidaron meses después
del incendio, mientras estaban incapacitadas. Les dieron una hoja donde
hablaban de las secuelas que tuvieron por “riesgo de trabajo”, pero no se
respetaron sus derechos como trabajadoras.
Inmediatamente después de ser
liquidadas, les fue retirada la atención del IMSS como afectadas del incendio.
Hoy, deben enfrentar un
proceso penal que les ha costado mucho más que dinero. Saben que, si son
aprehendidas, no tendrán la capacidad de pagar una fianza para enfrentar el
proceso “en libertad”.
Las maestras, que en otro
momento recibieron hasta reconocimientos de los padres que hoy las acusan,
tienen miedo.
Se sienten abandonadas,
dejadas a su suerte por el Estado que jamás hizo nada por aliviar su
sufrimiento. No hubo terapias grupales.
No hubo oportunidad de hacer
un ejercicio crítico de lo que pudo hacerse mejor para evitar que esta tragedia
se repita, en cualquier parte del país.
Con lágrimas en los ojos, sin
excepción, compartieron su parte de la historia y el sentimiento que tienen por
ser señaladas como culpables de un incendio que ni siquiera se generó en la
Guardería ABC y que no fue provocado por una falla de ellas.
Los verdaderos culpables,
dicen, están en otro lado. Ellas son las víctimas que nadie reconoció.
‘ME ENCERRÉ CON ELLOS EN EL BAÑO’
Araceli Moroyoqui era una de
las encargadas de cuidar a los niños del área conocida como B1, donde se
encontraban niños de 2 años a 2 años seis meses de edad.
Estaba comiendo, cuando
escuchó el grito de que la guardería se estaba quemando.Corrió hacia su aula y
tomó a tres niños en los brazos.
Frente a ella, el techo de
lona caía en pedazos ardientes. Como pudo, abrazó a los niños y los llevó
pegados a la pared hasta el área de Maternal A, donde había una puerta.
Decidió no correr hacia la
puerta principal porque, de hacerlo, la lona los hubiera quemado a todos.
Se metió a Maternal y ahí
encontró a los pequeños sin maestras, porque ellas ya habían salido con algunos
niños.
No supo qué hacer. La
disyuntiva estaba en regresar al salón B1 o quedarse con los niños de Maternal.
Desde adentro, abrió la
puerta del salón y vio los remolinos de humo negro asfixiantes en el área
central de la guardería. Los pequeñitos, de entre 1 año y medio y dos años de
edad, empezaron a llorar y a gritar con pánico. Decidió quedarse con ellos.
“La opción fue que como el
humo ya estaba entrando al salón, y que el techo era de un material muy
flamable, metí a los niños al baño de Maternal y ahí los empecé a mojar para
protegerlos de las llamas, del techo o para despertarlos. Me quedé encerrada
con ellos en el baño.
“No sé de dónde agarré valor
para decir: ‘Tengo que sacar a estos niños, ¿cómo me voy a morir aquí? No me
quiero morir junto con ellos. Yo, pensando en mis hijos. Yo pensé que ahí nos
íbamos a morir todos. Yo pensaba que no podía salir corriendo con dos nada más,
¿y los demás?”, narró Araceli.
Como pudo, se subió a una
mesa que servía para cambiar a los niños y por una pequeña ventana gritó hacia
la calle. Un grupo de hombres que se encontraban ahí lograron tirar un aparato
de aire acondicionado que estaba empotrado en la pared.
Por ahí pudieron sacar a
varios niños, ya adormecidos por inhalar el humo. Ella misma salió por el
agujero, y junto con los hombres que le habían ayudado, intentó volver a entrar
a la Guardería por la puerta principal. Pero el humo hizo imposible volver.
Intentó después entrar por el
portón que daba al patio. Pero los policías ya no permitieron que nadie
ingresara.
Araceli está en la lista de
las 22 personas consignadas. Podría ir a prisión acusada de homicidio culposo
por abandonar a los niños de su área.
Sin embargo, Araceli dice que
no se pudo hacer nada por los pequeños que fallecieron. Se encontraban en la
zona más profunda de la guardería, hasta donde no se pudo llegar por el humo y
el fuego que consumía la lona.
Aunque quería llegar hasta
ellos, ya no pudo. Lo dice, entre lágrimas.
Aun así, se dice con la
conciencia tranquila porque salvó a muchos niños cuando los sacó por el hoyo
del aire acondicionado.
‘EMPUJÉ A ALGUNOS CON LOS PIES’
Marina Isabel Flores era
asistente educativo en el área de Maternal A. En cuanto se dio cuenta del
incendio, sacó a varios niños, unos en los brazos y otros empujándolos con los
pies.
Se abrió paso entre el humo y
el fuego. Los metros que separaban su aula de la puerta principal se le
hicieron eternos. Escuchaba los gritos, el caos, el fuego haciendo crujir la
lámina del techo. Pensó que iba a morir con ellos en los brazos.
Como pudo, abrió la puerta
principal y entregó a los pequeños que llevaba en los brazos. Regresó a sacar a
otros más.
Haciendo caso a los policías
que llegaban al lugar, Isabel se llevó en cunas a los niños que había sacado a
la “casa verde”, donde se concentró a los heridos.
Para llegar ahí, arrastró las
cunas por la calle, que es de tierra. Se atoraban las piedras en las llantas y
no dejaban avanzar rápido. Finalmente llegó con algunos niños y se quedó ahí
por algunos minutos, procurándolos.
Salió de ahí para ver en qué
más podía ayudar. Pero al llegar, ya había terminado todo.
“Yo no captaba, en ese
momento, la magnitud de lo que estaba pasando, que iba a haber niños muertos,
que se estaban quemando”, narró Isabel, llorando.
Llegó al lugar Sandra Lucía
Téllez, una de las dueñas socias de la Guardería ABC, preguntando quién seguía en
turno para trabajar. Mandó entonces a las maestras a los hospitales y al
Servicio Médico Forense. Había niños que no podía reconocer por lo mal que
estaban.
“Yo no sé por qué nos están
culpando a nosotros, si nosotros hicimos todo lo humanamente posible. Todo fue
muy rápido, no fueron ni cinco minutos que tuvimos para sacar a los niños. Fue
un momento horrible. No entendemos por qué se nos está culpando a nosotros”,
dijo.
Isabel ha estado tres veces
en el Hospital Psiquiátrico Cruz del Norte, en Hermosillo, y otras tantas en el
Psiquiátrico de Monterrey, Nuevo León, a cientos de kilómetros de su familia,
buscando aliviar el dolor. Aun así, ella sigue viviendo el momento como si
fuera ayer. Reconoce que jamás será la misma.
‘¿CÓMO CREEN QUE QUERÍAMOS DEJARLOS AHÍ?’
Maribel Hernández Jaime
recuerda como si fuera ayer el momento en que vio las caras de horror de sus
compañeras cuando le dijeron que la Guardería se estaba quemando.
Ella estaba encargada de la
sala de Lactantes A y B, donde estaban los niños de 43 días hasta un año de
edad.
A esa hora, Maribel estaba
sentada en el suelo, arrullando a un bebé para que se durmiera. De repente, la
paz de la jornada –y de la vida- se acabó para siempre.
Al escuchar que la Guardería
se estaba quemando, tomó al niño que tenía en los brazos y salió a la sala de
Lactantes C, donde había una puerta que daba a la calle.
La maestra de esa área quiso
abrir la puerta y, cuando eso ocurrió, un huracán de humo negro las expulsó
hacia afuera del edificio.
Sacó al bebé, fue el primero
o el segundo en salir, y regresó a la sala de Lactantes C. Ya no pudo entrar a
su salón porque el humo no la dejó pasar.
Se agachó y a tientas, con
pies y manos, fue localizando a más bebés en Lactantes C. Trató de salvar a
todos los que pudo.
“Pisé a algunos”, dijo con
voz entrecortada. “A los que pisé, los agarré y así los fui sacando, a unos con
las manos y a otros con los pies. Fui sacando, hasta que llegaron los policías
y ya no nos dejaron regresar”, narró.
La policía ya no las dejó
entrar porque comenzaron a escucharse explosiones. Eran los vidrios que no
soportaron el calor del incendio.
Como ya no la dejaron entrar
por más niños, ayudó a llevar a los menores que estaban en la acera de enfrente
a la “casa verde”. Estaba en shock.
“Le di auxilio a una de las
maestras que salió muy mal. De hecho, una señora me sacudió y me dijo: ‘Hija,
¡tu compañera!”. Estaba muy mal. Entonces se la llevaron los paramédicos.
“Regresé (de la casa) y
estaba una maestra que no encontraba a su niño. Los papás, como locos
preguntándonos todos: ‘¡Maestra, mi hijo!’, ‘¡Maestra, mi bebé!’. Y yo, ¿qué
cara les ponía? ¿Qué les decía? No sabía qué decirles. ‘No sé, no los he
visto’. ‘Maestra, dígame que mi bebé está afuera’”, relató Maribel.
Otra maestra también estaba
muy mal porque no encontraba a su hija. Querían entrar por ella, pero ya no las
dejaron.
Vio cómo otras personas
sacaban a los niños muy quemados, sin saber si estaban vivos o muertos, y los
colocaban en la parte trasera de los pick-ups para llevarlos a algún hospital.
Minutos después, Maribel fue
llevada, junto con otras compañeras, a declarar al Ministerio Público. Las
subieron a las patrullas y se las llevaron. Esa tarde estuvieron custodiadas.
Luego, fueron a los hospitales.
“En ese momento no piensas.
Lo único que piensas es en salvar a los niños, agarrar a los que puedes, a los
que tienes a tu paso (…) La gente no sabe, no pregunta, nos cuestiona nada más.
Nosotros, para todo mundo en esos momentos, éramos las malas, las que no
sacamos a los niños, las que se los dejamos tirados.
“¿Cómo creen? ¿Cómo creen que
en nosotros va a carburar la mente en que queremos dejarlos y salvarnos? Lo
único que quiere uno, es que salgamos todos. En ese momento, es muy difícil,
porque la verdad en ese momento no piensas en ti, en que tienes hijos, en nada.
Es un pánico de que nos vayamos a morir”, reflexionó.
De la sala de Lactantes A y B
solo falleció una bebé. Todos los demás salieron con vida.
A Maribel le cambió la vida.
Tiempo después se divorció de su esposo. Duró mucho tiempo sin trabajar, hasta
que los dueños de un supermercado le ofrecieron un empleo.
Ahora, Maribel teme ser
llevada a prisión. Forma parte de la lista de consignaciones hechas por la PGR.
Le parece una injusticia porque, ella que lo vivió, dice que no fue posible
hacer más, aunque hubiera querido en el alma poder salvar a todos.
(REPORTE INDIGO/ IMELDA GARCÍA7 Martes
18 de agosto de 2015)
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