viernes, 3 de octubre de 2014

MILICIA Y JUSTICIA / RESPONSABILIDADES EN CASO TLATLAYA


¿Dónde quedó la responsabilidad del alto mando del Ejército que aseguró en dos comunicados oficiales que la muerte de 22 personas en Tlatlaya, Estado de México, había sido originada por un tiroteo entre soldados y presuntos secuestradores?

¿Dónde quedó la responsabilidad de los mandos superiores, desde el coronel que era su comandante hasta el comandante de la Región Militar en esta cadena de desatinos y errores?

¿Quién es el responsable de que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) mantuviera durante casi tres meses un discurso público de que la actuación de los soldados estuvo apegada a derecho y que no había delito qué perseguir?

En este asunto, alguien mintió o alguien fue omiso en investigar hechos que, desde que se hicieron del conocimiento público el 30 de junio pasado, llamaron la atención de propios y extraños por el elevado número de muertos.

Mandos castrenses admiten que antes de que la revista estadunidense Esquire publicara el testimonio de una presunta testigo, quien afirmó que los soldados ajusticiaron a 21 personas, después de haberse rendido, al interior de las fuerzas armadas había la inquietud de que algo raro había sucedido. Y sin embargo la Sedena mantuvo el discurso oficial de que todo se hizo conforme a derecho.

En aquel momento, el alto mando castrense no dudó en mantener su postura, pasando por alto irregularidades obvias como el incumplimiento de los Protocolos de Actuación que rigen la actividad de los militares en operativos y los Protocolos sobre uso de la fuerza.

La Procuraduría del Estado de México tampoco cumplió con su obligación de llevar a cabo una investigación profesional sobre lo que ocurrió, porque los peritos mexiquenses no se dieron cuenta que la escena del crimen fue alterada y que en lugar de tiroteo ocurrió un ajusticiamiento, si nos atenemos a la versión de los hechos dada a conocer por el procurador Jesús Murillo Karam cuando informó que tres de los ocho militares involucrados serían acusados de homicidio doloso "y lo que resulte".

Lo menos que se puede decir es que hubo omisiones e incapacidad de autoridades militares y civiles en este asunto y que, por lo tanto, hay mandos y autoridades que no cumplieron su deber y que también deben ser llamados a cuentas.

Porque sería impensable que el alto mando hubiera tenido conocimiento de todo y hubiera ocultado los hechos.

DESCONTENTO DE LA TROPA

Un elemento adicional y preocupante es la reacción de elementos de tropa y de sus esposas y familiares por la detención de los ocho soldados.

Las redes sociales se convirtieron en el foro de denuncia, en el que miles de personas (gran parte vinculadas de alguna u otra manera a las fuerzas armadas) consideran que el alto mando del Ejército traicionó a los soldados, que los dejó solos y, sobre todo, que no ha asumido ninguna responsabilidad ni auto crítica por lo sucedido.

El otro blanco de las quejas es la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) la cual, señalan los quejosos, se limita a defender a los delincuentes y restringe los derechos de los militares que cumplen con la encomienda, impuesta por gobiernos panistas y priístas, de asumir labores de seguridad pública que no les corresponde y para las cuales no fueron entrenados ni capacitados.

Pareciera que la tropa se siente desamparada, que está entre la espada y la pared porque siente que no tiene apoyo de sus superiores, quienes no asumen responsabilidad alguna.

A qué grado llegó el descontento que algunos inconformes convocaron a una marcha para el 11 de octubre próximo para exigir la libertad de quienes llaman "héroes", por combatir a la delincuencia que azota al país.

Pareciera descabellado, pero al interior de las fuerzas armadas hay quienes consideran que, aun y cuando los soldados en cuestión fueran declarados culpables de homicidio, y otros agravantes, el Ejército Mexicano tiene la obligación moral de velar por las esposas y los hijos de éstos, de no dejarlos desamparados.

De lo contrario, afirmaron, el golpe moral que sufriría la tropa sería enorme y, en consecuencia, la moral al interior del Ejército Mexicano que costó tanto levantar en los últimos años, sufriría un impacto negativo incalculable.

NUEVO FRACASO DEL CJF

Después que sólo dos de 53 secretarios de Estudio y Cuenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) pasaron la primer etapa del Concurso de Oposición para la Designación de Jueces de Competencia Mixta con el que se pretendía elegir a 25 jueces, el Consejo de la Judicatura Federal (CJF) se vio obligado a emitir una nueva convocatoria para tratar de cumplir con el mandato de designar a los primeros jueces de competencia mixta que se especializarían en el nuevo sistema penal.

El resultado fue pésimo, de un número similar de aspirantes que habían tomado parte en el primer Concurso, sólo 16 superaron la calificación mínima requerida de 8.5.

En total, 18 secretarios de Estudio y Cuenta (los dos del primer examen y los 16 del segundo) pasaron a una segunda etapa del Concurso de oposición.

La situación obligó al CJF a bajar sus pretensiones, ya no serán 25 los juzgadores elegidos, ahora serán únicamente 15, porque por disposición interna, el número de aspirantes debe ser mayor que las los lugares en juego.

Pareciera que la única salida para elegir jueces es la de bajar los estándares de calidad, ¿será?

LA AUSENCIA DEL MINISTRO SERGIO VALLS

La ausencia recurrente del ministro Sergio Valls en las sesiones de pleno y de la segunda sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) debe hacer reflexionar al Congreso de la Unión sobre la necesidad de que reducir la votación calificada para determinar la invalidez de una norma.

Durante las sesiones en las que el pleno resolvió 60 acciones de inconstitucionalidad en contra de la legislación electoral de más de una docena de entidades, fueron muchos los casos en los que la mayoría que consideraba inconstitucional un precepto se quedó a un voto de lograr su objetivo.

Es difícil adivinar cómo hubiera votado Valls -quien en los dos últimos meses ha asistido de manera esporádica a las sesiones de pleno y sala, debido a una enfermedad- en esos casos. Pero es evidente que al no estar presente, las posibilidades de anular una norma fueron menores.

En la segunda sala hay asuntos cuya resolución se ha aplazado por que falta el voto decisorio de Valls, incluso, en más de una ocasión, un ministro de la primera sala ha tenido que ir a votar a la segunda sala para desempatar una votación.

No es la primera vez que la Corte sufre por la ausencia prolongada de alguno de sus miembros. En años anteriores pasó algo similar con el extinto Humberto Román Palacios.

El Congreso debe modificar la ley para que la mayoría calificada que determine la invalidez de una norma dependa del número de ministros presentes, no de ocho votos como lo establece la ley actualmente.

O de lo contrario, debe ajustarse las tuercas para que cuando un ministro no esté en condiciones para continuar con el cargo, exista un mecanismo ágil para sustituirlo en sus funciones, ya sea de manera temporal o definitiva.

La intensa labor que desarrolla la Suprema Corte exige la presencia de 11 ministros de tiempo completo.


(LA JORNADA/ JESÚS ARANDA/   VIE, 03 OCT 2014 09:02)

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