sábado, 3 de mayo de 2014

LA VERDAD QUE NI PEÑA NIETO PUEDE ACALLAR: ESTADO DE MÉXICO

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¿Acaso la forma en que un hombre se proyecta frente a las demás mujeres revela cómo trata a las de su entorno? Ésta es una pregunta que me arrebató el sueño luego de leer este libro.

¿Acaso cuando un hombre deja a su paso migajas que son huellas, huellas que son atisbos, esos atisbos revelan la filosofía detrás de su poder público? Acaso gobierna como vive: con el desprecio a la vida de las otras que no son sus mujeres, sus fieles seguidoras. Las suyas como pertenencia política, cultural y física. Acaso el trato que dio en el pasado a las mujeres que consideró propias revelaba ya la importancia que como presidente daría a la violencia brutal contra niñas, adultas y ancianas.

Me atrevo a decir que sí. Que Enrique Peña Nieto, el niño bonito de la política mexicana, no ha sido develado antes como en este libro. Porque no es sólo la corrupción –la suya y la de su partido, que comparten muchos otros políticos bajo cualquier insignia–, es la elección que de manera informada llevó a cabo durante los 2 mil 190 días de su mandato como gobernador del Estado de México: eligió no mirarlas, ni vivas ni en riesgo ni muertas. Después intentó desaparecerlas nuevamente.

Eligió ignorar lo que las voces más conocedoras y prestigiadas en materia de violencia contra las mujeres le dijeron en foros públicos, en redes sociales, en sesiones privadas, en artículos periodísticos, en informes de derechos humanos: su estado, señor gobernador, se está convirtiendo en un sembradío de cadáveres femeninos. Su Estado, señor gobernador, ignora la violencia sexual que en muchos casos conlleva feminicidio. Su estado, señor gobernador, ése que usted maneja como el terrateniente de una finca propia, ha rebasado la tragedia de los asesinatos de mujeres y niñas en Chihuahua. Pero el joven político eligió repudiar las voces y ordenó, como lo hace hoy a nivel federal, que sus subalternos recortaran cifras, que fabricaran bochornosos discursos plagados de equívocos insostenibles, todo para negar la muerte: la muerte que no conviene a un político en ascenso. Esa muerte que se suma, que crece como una montaña de papel en las procuradurías, que encarna en el dolor íntimo, gélido en los refrigeradores del servicio forense.

Las mujeres no son desechables, le dijimos. Pero él siguió sonriendo.

Las niñas no son objetos de placer, le dijeron. Pero él siguió sonriendo.

Y se rodeó de mujeres lindas para que todos vieran que a él esas mujeres sí le interesan.

Una vez harto, dio órdenes: Quienquiera que sea el responsable, que se encargue de resolver este escándalo. Porque para el señor gobernador cada asesinato, cada violación, cada mujer raptada y mutilada era un escándalo: las quería acarreadas, votantes, fans, bellas y maquilladas, sólo así. Y la mayor parte de la prensa local hizo su tarea, habló de “lo importante”, retomó los boletines oficiales; hizo, vamos, lo que le pagan por hacer, bailar al son del que paga para que no le peguen, y los boletines se convirtieron mágicamente en noticia. Y la telenovela subió el rating.

Luego ya no hubo silencio y las voces regresaron. Entonces mandó traer a la “caballería buena”: sacó la chequera pública y Rosario Robles, exjefa de Gobierno del Distrito Federal, llegó con las cubetas, el trapeador y la escoba a limpiar como los anteriores afanadores las cifras reales, a borrar la sangre de las muertas.

Entonces pagaron más a los medios electrónicos para entrevistar a la experta, al fiscal, a los recientemente entrenados, para que se asimilara el discurso de las notables criminólogas que saben de violencia contra las mujeres; luego de asimilado lo mutilaron, lo hicieron confuso, lo maquillaron con lugares comunes.

Eduardo Loza, fotorreportero, hace honor a su trabajo como comunicador: este libro hace patente la mirada empática del investigador, que nos muestra en imágenes lo que ya ninguna voz puede repetir sin quebrarse. Aquí están las niñas frente a la tumba de Nena, el corrido escrito a mano para la niña asesinada; aquí los moños, los padres tristes como paisajes desolados, las madres cansadas y en pie de lucha.

Aquí las declaraciones de amor rasgadas en una pared, canto a la desesperación que no olvida el nombre ni la sonrisa de su muerta; crucifijos, ángeles, cristos piadosos, santos protectores de la infancia, moños de luto, muñecos de peluche sobre una cama fría que no volverá a sentir el peso de la pequeña cuya vida arrebataron los explotadores de mujeres. Lotes baldíos, como baldía sigue siendo la política pública para revertir el fenómeno de la violencia misógina. Baldío: despoblado, inerte, infestado de yerba mala que bajo la tierra oculta basura, basura bajo la cual se escondieron los cuerpos de ellas.

(DIARIO DEL YAQUI/ PROCESO/   Lydia Cacho  / Sábado, 03 Mayo 2014 00:10)


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