lunes, 16 de septiembre de 2013

EXPEDIENTE...EL FRANELERO

Rosendo Zavala 

Saltillo.- Con el cuerpo aún bañado por la tierra que se estaba tragando a patadas, Marcelina viró y con fuerza inaudita recogió el cuchillo que estaba en la mesa, lanzando un tajazo que destrozó el corazón del hombre, que pagó de contado los excesos de una vida escandalosa.

Aturdida por la pesadilla que vivía despierta, la bailarina tomó a su hijo de la mano para correr al taxi donde huyó de una realidad que ya estaba escrita, porque fue aprehendida por la Policía cuando intentaba esconderse en una casa cercana.

Mientras la “autoviuda” alegaba haber actuado en defensa propia, su pareja sentimental expiraba ante la incredulidad de quienes pretendían ayudarlo, cerrando una historia de agresiones, donde irónicamente su víctima se convirtió en victimaria.

VIDA MISERABLE

Suspirando por la añoranza de la felicidad que nunca llegaría, la mujer de ilusiones falsas reacomodó el espejo, y animada por una extraña sensación se observó fijamente, habían pasado ya tres años desde que unió su vida a la de Víctor, pero nada había cambiado.

Pensativa, su mente se postró en la tarde cuando por primera vez pisó Saltillo con la emoción de un porvenir que parecía común, pero que se acabó cuando el tiempo corrió haciéndole saber que viviría una triste odisea.

Y es que en su andar por estas tierras, la oaxaqueña conoció al franelero que la martirizaría por siempre, porque en un intento por crear la familia perfecta “lo atrapó”, ignorando que con ello atraía al peor de sus verdugos.

Aún así, la fortaleza de su pequeño Jonathan la animaba a seguir adelante, mientras la pobreza que sufrían la alcanzaba sin piedad para atormentarla en silencio, porque prefería callar en vez de mostrar la debilidad económica que la consumía inevitablemente.

Eludiendo el fondo de la miseria absoluta, Marcelina recurrió a los trabajos inmundos que la convirtieron en fichera de cantina, rentando su cuerpo a los borrachos que deseaban poseerla por 10 pesos la canción.

Por su parte, Víctor tomaba el estacionamiento de un centro comercial para lavar carros en un intento por agradar a su novel mujer, aunque en realidad buscaba dinero para perderse en el mundo ficticio que le producía su afición al vino.

Durante tres primaveras, la pareja vivió inmersa en la guerra de pleitos que sorprendían a los vecinos de la colonia Loma Linda, con discusiones donde los golpes se convertían en el principal ingrediente de sus feroces reyertas.

FATÍDICO ENCUENTRO

Tras una noche de parranda forzosa, la treintona salió del bar donde vendía emociones, y aliviada paró el carro de alquiler que la llevaría hasta su casa, donde la tragedia la esperaba sin que se diera cuenta.

En medio de la oscuridad de la madrugada que apreciaba común, la mujer caminó por las calles vacías hasta que en una esquina divisó lo que no imaginaba, ahí estaba su consorte sentado en el charco de sus propias desdichas.

Bañado en el hedor que le producía el licor, Víctor se detenía en la pared de la mercería donde tramitaría el principio del final, porque nublado por su adicción comenzó la gresca que lo mandó al otro mundo casi inadvertidamente.

Al verlo en pésimas condiciones, Marcelina se le acercó para cuestionarlo sobre su falta de interés en la relación, tenían varios días sin verse y la falta de la figura paterna en casa comenzaba a hacerse cada vez más frecuente.

Bajo la farola del comercio que atestiguaba sus diferencias, los amantes intercambiaron reclamos, pasando de las palabras a los puñetazos, aunque fue el franelero quien sacó ventaja de sus condiciones físicas pese a estar completamente embrutecido.

Despertando el morbo de los transeúntes que pasaban por el lugar, el escuálido borrachín tomó a su mujer por los cabellos para arrastrarla a la mitad de la calle, ante la mirada indolente de quienes presenciaban tan salvaje acto.

Ya con su presa completamente a merced, Víctor la jaló brutalmente hasta la casa que compartían con pesar, mientras la bañaba de insultos e injurias por los celos que lo atacaban al sentirse minimizado cuando pensaba en la forma como la acariciaban otros hombres.

Sacando lo peor de su instinto animal, el rijoso controló la situación mientras a su paso desfilaban los vehículos de los trasnochadores que aprovechaban el fin de semana, indiferentes a la bronca que estaba a punto de convertirse en tragedia.


Siniestro final

Gritando con furor, el peleonero irrumpió en el domicilio azotando la puerta mientras arrastraba a la mujer, que suplicando perdón intentaba zafarse del yugo de su victimario para no sufrir más los estragos de la violencia familiar.

Exigiéndole dinero para comprar más bebidas, Víctor escuchó el rotundo no que lo hizo estallar en odio, tumbándola al suelo para patearla con rencor, mientras las circunstancias comenzaban a fraguarse para conspirar en su contra.

Jadeando de cansancio, el tomentoso “marido” aplicó sus reservas físicas para perpetuar el maltrato que parecía interminable, mientras Jonathan lo observaba impotente por no poder intervenir en la desigual trifulca.

Aprovechando un descuido de su victimario, Marcelina se paró del suelo y con la ropa llena de tierra se aproximó a la mesa donde estaba el cuchillo que había usado minutos antes, aunque en su intento por hacerse del arma fue sometida por el desenfrenado atacante.

Soportando la lluvia de puñetazos que le estaban dando, la mujer aprovechó un descuido del lavacarros, y virando el cuerpo rápidamente tomó la daga, lanzando el tajazo que hizo blanco en el pecho de su victimario, quien cayó con la vida en suspenso ante el asombro de la fémina.

Impresionada por su triste obra, la bailarina tomó a su hijo de la mano y sin pensar corrió a la calle, donde abordó el auto en que se dirigió a la casa de una hermana para esconderse y contar su terrible experiencia.

Mientras la ama de casa rasguñaba la libertad que perdería de repente, el sacrificado salía a la calle para rogar por ayuda, encontrándose con su madre, que al verlo en un charco de sangre gritó pidiendo auxilio a los conocidos, que de inmediato se avocaron a la atención que resultaría en vano.

Exaltados porque el tiempo parecía determinante, los potenciales deudos despertaron al vecino que a bordo de su auto trasladó al moribundo, quien para entonces ya tenía los minutos contados debido a la gravedad de la puñalada recibida.

Cuando los trasnochadores encontraron una ambulancia de Cruz Roja sobre la calle Mezquite, subieron al lesionado en la unidad pero de nada serviría, porque falleció cuando era trasladado a una clínica del Seguro Social.


Fallido escape

Tras percatarse que el peleonero estaba muerto, los paramédicos solicitaron la intervención de las autoridades que minutos después arribaron al sitio, donde el agente del Ministerio Público tomó conocimiento del deceso mientras su grupo de investigadores hacía lo propio.

Convencidos de que resolverían el caso sin problemas, los sabuesos ministeriales indagaron hasta dar con la vivienda que buscaban, procediendo a la detención de la mujer que encontraron sin ganas de seguir luchando.

Durante su primera declaración ante el fiscal encargado del asunto, la homicida aseguró que actuó con violencia por sentirse amenazada, alegando defender su integridad y la de su pequeño para evitar lo que resultó inevitable.

Bajo ese panorama, el Juez segundo del ramo penal calificó el delito como homicidio simple doloso, reclasificándolo a homicidio en riña para decretar a Marcelina una condena de cinco años de prisión con un beneficio de libertad.

En medio de la euforia que pululaba en el ambiente, la abrumada mujer vio cómo su castillo de ilusiones se derrumbaba de golpe, cuando su abogado huyó con el dinero que depositaría como parte de la fianza económica que serviría para validar el “favor” de las autoridades.

Por el desacato que involuntariamente hizo ante las instancias penitenciarias, la bailarina fue reaprehendida y puesta a disposición del fiscal que avivó el proceso legal bajo el delito imputado, que continúa las diligencias hasta tomar una nueva decisión al respecto.

Aunque la presidiaria afirma haberse convertido una vez más en víctima de las circunstancias, la justicia opina otra cosa, aunque será el tiempo y el desarrollo de las investigaciones lo que indique el posible castigo al que se haría acreedora.

Mientras tanto, la mujer que se convirtió en asesina por defenderse de la maldad de su compañero sentimental ahora paga con encierro el error, esperando a que el tiempo le otorgue la razón para dejar atrás la desesperación que la ataca desde que se hizo criminal.

(ZOCALO/  Revista Visión Saltillo/ Rosendo Zavala /16/09/2013 - 04:09 AM)

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