lunes, 5 de noviembre de 2012

EXPEDIENTE: EL LOCO...

Revista Vision Saltillo/ Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Traicionado por el miedo que sentía, Jesús forcejeó con Candelario hasta desarmarlo para vapulearlo sin piedad, siendo entonces cuando se percató de que su compadre ya no se movía… lo había matado a golpes.

Inmerso en su mundo de aparente locura, “Chuy” había cometido el crimen que jamás hubiera imaginado, atentar contra el hombre con quien malpasaba sus emociones diarias y se embriagaba para olvidar los pesares terrenales que sólo logró agravar.

Ese sería el principio del fin para un ejidatario, que al no soportar la ausencia de su mejor amigo cayó en la depresión que lo orilló a la tragedia, ahorcándose bajo la rama de un árbol para alcanzar a su compañero de parrandas en el más allá.

Una borrachera salvaje 
Absorto en las rarezas de su universo personal, Jesús salió de “El Pantano” y sumergido en las tinieblas del alcohol deambuló durante horas, retando al sol abrasante de septiembre que caía como plomo sobre su espalda.

Con pasos lentos que alzaban la polvareda del camino terregoso por donde andaba, el hombre de mirada triste y barba costrosa se detuvo en las cercanías de Hipólito, ahí se encontró con el compañero de juergas que tomaría como objeto de sus frustraciones en un momento de ira incontrolable.

Y es que de entre la maleza del pueblito emergió la figura de Candelario, que ignorando lo trágico de su destino se fundió en un abrazo con su cómplice de borracheras, quien llegó para invitarlo a beber el elixir de Baco que lo traicionaría de manera casi instintiva.

Mientras la tarde cubría con su manto a los teporochos que gastaban la vida rociándola de vino barato, la tragedia empezaba a posarse sobre ellos inadvertidamente, porque las anécdotas que intercambiaban les hacían olvidarse del mundo y sus maldades.

Pero el destino estaba escrito y sería ineludible, porque se encargó de unir a los amigos tan sólo para enfrentarlos con el saldo mortal con que terminaría la última de las parrandas en que se vieron la cara… y todo por rayarse la madre.

Sentado en la piedra donde acomodaba sus emociones, Jesús se sacudía la pereza para entrar en calor lo antes posible, mientras Cande lo acompañaba emocionado por vivir una noche que parecía ser diferente, y es que su día había estado aderezado con el amor de otro hombre que lo había complacido hasta la saciedad.

Animados por la inmundicia del sitio que eligieron para volar imaginariamente, los vagos sin oficio hicieron desfilar las botellas de mezcal que habían comprado en una colorida tienda del perdedizo Hipólito, fue así como los alcanzó la madrugada que venía cargada de muerte y dolor.

Ya con los efectos del licor en la sangre, los “incondicionales” comenzaron a subir de tono las pláticas donde los insultos se fusionaron con los recuerdos amargos de sus azarosas vidas, dando paso a los resentimientos sociales que cristalizarían de la peor manera.

Y es que de la nada la maldad se convirtió en una realidad tangible que los alcanzó sin que pudieran evitarlo, matándolos con el veneno de la furia que los alteró cuando más entretenidos estaban gozando de la vida.

Brutal golpiza 
Junto a otros briagos que espontáneamente se unieron a la borrachera, el sábado se hizo más ligero para los amigos, que convencidos de su alegría atendieron al instinto de embrutecerse, sin pensar en las consecuencias que eso traería a su desangelado futuro.

Sorteando los chorros de viento que amagaban con refrescar la llegada del nuevo día, Jesús se movió de la piedra donde reposaba y en una rápida acción se enfundó la chaqueta mugrosa que cargaba para mitigar el frío que azotaba al rancho.

Esbozando una sonrisa de triunfo por haberse sacudido el repentino embate de la naturaleza, “Chuy” ocupó nuevamente su lugar mientras el resto de los borrachos que lo acompañaban seguían intercambiando experiencias de manera poco sociable.

Repentinamente, un grito abrupto le zumbó las orejas maltratando la honra que creyó perdida en voz de su propio amigo, que traicionado por el vino se atrevió a retarlo sin saber que esa sería la última afrenta que haría en la tierra.

Aturdido por las palabras de Candelario, Jesús se paró de su lugar y postrándose frente a él, le pidió que repitiera los insultos dichos, encontrando eco en su petición, ya que el entrañable camarada soltó nuevamente las maldiciones que calaron como ácido en lo más hondo de su corazón.

Decidido a todo, el ofendido arremetió contra el otro brindándole una andanada de golpes que lo mandaron al suelo, haciéndole ver su suerte con la tanda de patadas que lo dejaron inconsciente y le arrancarían la existencia instantes después.

“Lo maté porque él me rayaba la madre y ya no se lo iba a seguir permitiendo, tenía que hacer algo porque me puso un cuchillo en el cuello y me enojé bastante, por eso lo agarré a golpes hasta que me cansé.

“Estábamos echando unas cheves y la verdad es mi compadre, pero ni modo, me tenía que defender, no iba a permitir que me faltara al respeto con ese cuchillo. La neta le di muchos golpes en el suelo, se lo merecía”, dijo en su declaración preparatoria ante la juez Primero de lo Penal. (Exp. 46/2009).

Al ver que “El Cande” ya no respondía, los teporochos corrieron por todos lados perdiéndose entre la inmensidad del despoblado, mientras el agresor se quedaba solitario en la mitad de la nada y con el muerto enfrente, como pidiéndole una explicación de sus actos.

Durante varias horas, el traicionero amigo jaló el cuerpo del golpeado por la terracería del sector, dejándolo en un campo abierto, aún más despoblado, donde imaginó que nunca sería encontrado por nadie.

Tras las rejas 
Cuando el sol sabatino descubrió la escena, las autoridades ministeriales comenzaron las pesquisas del homicida, investigando afanosamente por todos los rincones del pueblo y logrando resolver el crimen en tan sólo unas horas.

Utilizando el fin de semana como pasarela para entrevistar a los briagos que habían participado en la parranda callejera, el agente del Ministerio Público encargado del caso logró ubicar a Jesús, que confundido tan sólo acertó a esconderse en una cueva perdida de Ramos Arizpe.

Durante la tarde de aquel movedizo lunes, los sabuesos policiacos llegaron hasta el punto donde el asesino pernoctaba, alejado del mundo, asegurándolo para ponerlo a disposición de las autoridades sin encontrar oponencia.

Así, el cuarentón de ilusiones perdidas pisó las rejas municipales mientras gritaba al viento que había matado a su mejor amigo, traicionado por los estragos psicológicos que padecía desde tiempo atrás.

Mientras “El Chuy” afrontaba a la justicia ignorando incoherentemente los motivos de su detención, Candelario era sometido a la autopsia donde la entonces Fiscalía General del Estado daba a conocer que había sido ultrajado horas antes de morir.

Sin embargo, el inculpado no supo establecer si había sostenido relaciones sexuales con su amigo antes de que lo asesinara, por lo que las autoridades lo eximieron de dicha acción, apoyados en el resto de los elementos que tenían como parte de las investigaciones.

Con una mirada perdida que delataba su poca lucidez mental, el criminal eludió su internamiento en el Cereso para varones de Saltillo tras varios días de arraigo, cuando la justicia penal decretó inválida cualquier acción que pudiera ejercer en su favor.

Para regalarle una vida digna, se determinó internarlo durante algún tiempo en el Centro de Salud Mental de Saltillo, donde una vez “rehabilitado” volvió con su gente tratando de hacer una vida normal.

Sin amigos reales ni un futuro que atender, Jesús abandonó su encierro para volver a la simple realidad, donde lo esperaban los recuerdos del triste pasado que intentaría borrar con vino sin conseguirlo, porque la imagen de su inseparable amigo lo perseguía por todas partes sin que pudiera evitarlo.

Un triste final 
Aunque el proceso legal que tenía en contra se había extinguido de manera absoluta, Chuy no volvió a sentir amor por la vida nunca más, cayendo nuevamente en el infierno del alcohol, del que sólo pudo salir utilizando la puerta falsa.

Y es que adolorido por la irreparable pérdida, comenzó su viaje sin retorno al abandonar la casa donde vivía, ante la indiferencia de su gente que ya se había acostumbrado a las constantes escapadas que se daba con el único fin de emborracharse.

Tras una semana de ausencia, los Sandoval se invadieron por la preocupación y comenzaron a buscarlo por todas partes, hasta que una llamada llegó para darles la más trágica noticia que alguna vez hubieran escuchado: Jesús estaba muerto.

Con voz pausada, el juez del ejido 2 de Abril comunicó en tono tétrico que un hombre había sido encontrado sin vida en las inmediaciones de su pueblo, invitando a los potenciales deudos para que acudieran a reconocerlo y le notificaran si se trataba del pariente que buscaban.

Poco después, una comitiva familiar arribó al sitio donde yacía colgado un hombre de aspecto indigente, rompiendo la maleza del lugar se acercaron hasta el árbol de donde pendía el cuerpo putrefacto que identificaron con dificultad.

De esa manera terminó el más fatídico capítulo en la vida de Jesús Sandoval Reyes, el hombre que malgastó su existencia entre los ríos del alcohol que lo llevaron a cometer el asesinato que derivó en la depresión que lo orilló al suicidio en la más completa soledad.

Y es que el no soportar la ausencia del amigo que le brindó los mejores momentos hizo que “enloqueciera” de tristeza, vagabundeando por todas partes hasta encontrar el sitio que tomó como su última escala terrenal, tramitando su existencia de manera tan repentina como drástica.


El detalle: 
Durante varias semanas, Jesús Sandoval Reyes estuvo detenido por el delito de Homicidio simple doloso en contra de Candelario Moreno Alvarado, pero la juez que llevaba el caso extinguió la acción penal en su contra tras comprobar que padecía de sus facultades mentales.

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