Miguel Krebs
Coca Cola, la bebida
patriótica norteamericana, sinónimo de la lucha contra los enemigos de la
libertad y la democracia, símbolo del imperialismo yanqui, estuvo estrechamente
vinculada con el régimen nazi antes y durante la Segunda Guerra Mundial, porque
por encima de toda ideología, lo que prevaleció fue el dinero.
Y Alemania, como toda Europa,
era campo fértil para expandir esa bebida oscura y efervescente, que
necesariamente había que beberla fría, de lo contrario se transformaba en un
desagradable y empalagoso jarabe.
El director de la Coca Cola
Company, Robert Woodruff, le había concedido en 1929 una franquicia como
embotellador de Coca Cola en Alemania a su compatriota Ray Powers, quien a su
vez puso en marcha toda la estrategia logística y publicitaria para posicionar
este producto absolutamente desconocido para los alemanes, bebedores de cerveza
y agua.
Powers, siguiendo los
lineamientos de la casa matriz, comenzó por imponer el slogan “Gustosa y
Refrescante” en bares y puntos de venta donde la Coca Cola podía ser mantenida
a una temperatura de 4º, ya que los refrigeradores familiares todavía no
estaban al alcance de cualquier hogar, y por lo tanto, no estaba posicionada
como producto de consumo familiar.
Por roces entre Ray Powers y
Coca Cola Export Corporation, empresa encargada de manejar la comercialización
del producto en el exterior, cuyas representaciones estaban en Luxemburgo y
Holanda, la conducción de la embotelladora Coca Cola GmbH quedó en manos de Max
Keith, un alemán que tuvo todo el apoyo de la casa matriz debido a que durante
las Olimpíadas de Berlín de 1936 empleó exitosamente una estrategia comercial y
publicitaria que la empresa estaba dispuesta a utilizar nuevamente en próximos
eventos olímpicos.
Keith era un hombre ambicioso
con una fuerte ética del trabajo, exigente con su personal, decidido a aumentar
las ventas de Coca-Cola a cualquier precio, tratando de convertir a cada alemán
en un potencial consumidor de Coca Cola. Su estrategia era complacer a los
nazis por los medios que fueran necesarios, sin que él estuviera afiliado al
partido nacionalsocialista.
Pero el progresivo aumento de
la antipatía hacia todo aquello que estuviera relacionado con los EEUU, empezó
a complicar la comercialización de determinadas marcas y productos
norteamericanos. Hermann Göering, designado sucesor del Führer, presentó en
1933, un plan de cuatro años, cuyos objetivos se encaminaban hacia una
paulatina eliminación de las importaciones de todo producto posible de ser
fabricado en Alemania, con el fin de hacerla autosuficiente, modo encubierto de
prepararla para la guerra, y en ese contexto, Max Keith intentó convencer a
Göering de que Coca Cola era realmente una empresa alemana y que merecía todo
el apoyo del gobierno, pero el obeso Mariscal del Aire se mantuvo inflexible, y
puso trabas a la importación del concentrado, materia prima para la fabricación
de la Coca Cola. La casa matriz no esperó demasiado para tomar una
determinación, y su presidente Robert Woodruff, apeló a sus conexiones con los
bancos en Nueva York para influir sobre Göring, uno de los jerarcas nazis más
corruptos que tuvo el Reich, para que permitiera la importación del
concentrado. Sin embargo, el público en general no relacionaba a Coca Cola con
los Estados Unidos; más aun, Keith ocultó deliberadamente su origen tratando de
imponerla como un producto auténticamente alemán.
Durante el período de pre
guerra Max Keith logró combinar muy bien los intereses de Coca Cola GmbH y la
de los jerarcas nazis, apoyando a las juventudes hitlerianas y a todas las
organizaciones vinculadas con el partido nacional socialista, a través de la
publicidad en medios gráficos, jingles y grandes pancartas en eventos
partidarios inteligentemente aprovechados. Cuando algún jerarca nazi o el mismo
Adolfo Hitler pronunciaba uno de sus discursos, el público asistente a estas reuniones
tenía que pasar forzosamente por una valla en la que figuraba el clásico
slogan:” Coca Cola bien fría”.
Si bien Coca Cola GmbH
invertía mucho dinero en publicidad, Keith supo aprovechar las oportunidades
para publicar avisos en diarios y revistas cuando sabía de antemano que en la
portada aparecería la imagen de alguna figura importante del régimen, o que en
su interior habría una nota destacada, fuera indistintamente de orientación
antisemita o partidaria. El ejemplo más claro es la presencia de Coca Cola en
el periódico antisemita Der Stürmer, cuyo director, Julius Streiche, había
impuesto en la portada de cada edición, la frase: “Los judíos son nuestra
desgracia”.
Coca Cola también comienza a
relacionarse con el deporte, anunciando en las competencias automovilísticas y
ciclísticas, entregando refrescos gratis a todos lo competidores y cobrando 25
centavos al público asistente. También impone la costumbre de beber Coca Cola
en las competencias deportivas invernales, hábito impensado, donde lo caliente
tenía prioridad, pero sobre la base de una fuerte campaña publicitaria, que
también está presente en las estaciones de servicio de las nuevas carreteras
inauguradas en los primeros años del régimen.
Como sponsor oficial de las
Olimpíadas de Berlín en 1936, Coca Cola instaló puntos de venta en todos los
lugares donde se desarrollaba alguna competencia, pero se vio obligada a
colocar un rótulo en cada botella con la advertencia que el producto contenía
cafeína, cosa que a los alemanes nos les preocupó demasiado, por ser grandes
consumidores de café.
Desde la óptica
nacionalsocialista, hacer un alto en la actividad laboral en base al slogan
americano que proponía una “Pausa refrescante”, para disfrutar de una Coca
Cola, no tenía la misma connotación que en los Estados Unidos. Los yanquis a
través de excelentes ilustraciones mostraban casi siempre parejas o grupos de
amigos en actitud relajada en un bar, en la playa u otro lugar de
esparcimiento, con una clara connotación erótica marcada por el atractivo físico
de los protagonistas donde prevalecían solamente consumidores de raza blanca.
Para los alemanes, el slogan “Mach doch mal Pause” (Haz una pausa) era
equivalente a un breve descanso para relajarse, para conversar, para reponer
fuerzas, pero siempre, en sus lugares de trabajo, fábricas y oficinas.
También el antisemitismo tocó
muy de cerca a la Compañía, poniéndola en una situación muy delicada cuando su
competidor Karl Flach, director de Afri Cola, una bebida refrescante aparecida
en 1931, difunde el rumor que Coca Cola es una empresa de capitales judíos. La
historia comienza cuando Karl Flach viaja a los EE.UU. para visitar distintas
industrias, entre las cuales figuraba una de las embotelladoras de Coca Cola.
Para ese momento se estaban celebrando las festividades judías, y Coca Cola
embotellaba su producto para esa ocasión, con una tapa corona que tenía impresa
en hebreo la palabra “Kosher”, es decir, un alimento que responde a la
normativa bíblica y talmúdica de la ley judía. Flach encontró en ese momento el
argumento justo para destruir a su competidor y se guardó unas cuantas tapas
corona en el bolsillo. De regreso a Alemania, las fotografió e imprimió
millares de volantes en los cuales aseguraba que Coca Cola era una empresa
judía. Este golpe bajo preocupó seriamente a Robert Woodruff, director general
de Coca Cola, ordenándole a Max Ketith que no hiciera pública ninguna respuesta
que pudiera provocar mayores perjuicios, pero sugiriendo que separara a uno de
los integrantes del consejo directivo por su origen judío, cosa que Keith se
negó. Por otra parte, los miembros del partido nazi, ante este rumor anularon
inmediatamente los pedidos habituales que tenían concertado para sus reuniones.
Max Keith continuó tenazmente
su campaña de imponer el producto a pesar de estas contrariedades, y sabía como
tocar ciertos resortes publicitarios para lograr revertir la situación. Durante
la exposición de la industria alemana de 1937 llevada a cabo en la ciudad de
Düsseldorf, exposición que estaba reservada a las empresas más leales al nuevo
régimen, se montó un tren de embotellado para que el público comprobara en
directo con que calidad e higiene se fabricaba la Coca Cola Alemana, pero
además, Keith tuvo la brillante idea de colocar el stand pegado justo al lado
de la Oficina de Propaganda del partido nazi, tratando que la gente
inconscientemente los asociara.
Pero el 1º de septiembre de
1939 Alemania invade Polonia; Gran Bretaña y Francia le declaran la guerra al
III Reich y comienzan a escasear todo tipo de suministros debido al bloqueo
naval de ambos países. La materia prima llegaba en forma irregular, y ante la
posibilidad de que se cortara la provisión definitivamente, como ocurrió un año
más tarde, Max Keith trató de sostener a la compañía buscando una rápida solución,
convocando a sus técnicos y empleados para encontrar una bebida alternativa.
Para el verano de 1940, nace Fanta, una bebida ideada por el jefe del
laboratorio de química de la Coca Cola GmbH, Dr. Schetelig, a base de suero de
leche de vaca, cafeína, azúcar de remolacha, restos del mosto de las manzanas
empleadas en la fabricación de sidra y cualquier otra fruta que se pudiera
conseguir, fórmula mejorada sustancialmente al año siguiente, dándole sabor a
limón. La marca Fanta, atribuida a uno de los comerciales de la Compañía, Joe
Knipp, es una derivación de la palabra alemana Fantasie, a la que hacía
referencia Max Keith cuando pidió a sus empleados que dejaran volar su
imaginación o su fantasía, para lograr un nuevo producto que sustituyera a la
Coca Cola. De esta manera, previendo las posibles consecuencias que podría
acarrear la guerra, se logró que Coca Cola GmbH no tuviera que cerrar sus
puertas.
Al comienzo de la Segunda
Guerra Mundial, los soldados alemanes llevaban en sus mochilas alguna botella
de Coca Cola o Fanta, pero cuando el 11 de diciembre de 1941, los EE.UU. le
declaran la guerra a Alemania, se corta definitivamente el suministro del
concentrado para fabricar la Coca Cola, y es sustituida definitivamente por la
nueva bebida, Fanta.
En 1943 durante la campaña de
Túnez, los alemanes logran hacer retroceder a las tropas norteamericanas,
atacándolas a través del paso de Kasserine capturando gran cantidad de
suministros, entre los que había miles de botellas de Coca Cola solicitadas por
el General Eisenhower a la casa central en Atlanta, pero que era imposible
beberla por el intenso calor reinante en África del Norte. Los pilotos de la
Luftwaffe, encontraron la manera de refrescarlas envolviendo las botellas en
paños mojados para colgarlas en las alas de los Stukas, y terminada la misión,
las bebían bien heladas.
Max Keith, siempre le fue
fiel a Coca Cola, y si bien pudo haber usufructuado el invento de la nueva
bebida en beneficio propio, al finalizar la guerra, y con la entrada de las
nuevas autoridades militares norteamericanas, hizo entrega de los beneficios
que Fanta le había dejado desde sus inicios, a su compañía madre, Coca Cola
Company de los EEUU.
Pero también hay un capítulo
oscuro en esta historia, que hace de este directivo alemán un personaje
incondicional al servicio de Coca Cola. Hacia el final de la guerra, cuando sus
obreros tuvieron que marchar al frente de batalla, Max Keith no dudó en emplear
a trabajadores forzados, provenientes de los campos de prisioneros, en su
mayoría prisioneros de guerra, de los campos de concentración y civiles de los
territorios ocupados. Las autoridades norteamericanas, justificaron más tarde
este procedimiento con el argumento que a Keith no le quedaba otra alternativa
para poder mantener en funcionamiento la planta embotelladora. Nunca mejor
dicha aquellas palabras erróneamente atribuidas a Maquiavelo: El fin justifica
los medios.
(EL PORTAL DE LA NOTICIA / REDACCION/ 25 Junio 2017)
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