Jorge
tiene mucho dinero. Es agricultor y lo mismo siembra maíz, que pepinos, chile
bell, tomates y otras hortalizas. Lo que le sobra es lana y su gusto es
gastársela en camionetas de lujo, del año, las más ostentosas: de soles de
escándalo en accesorios, rines, lámina y fanales.
Ver
los números de la cosecha, la comercialización, el comportamiento del mercado,
las ganancias. Clic, le hacía el signo de pesos en su cabeza y bajaba a sus
ojos. Se ponía brillante esa mirada, como de caricatura, al imaginarse lo que
entraría a sus bolsillos y lo que podría hacer con tanta lana. Ese es su vicio.
Ese y el de comprar camionetas.
Hasta
ese momento en que se topó con esa cuadrilla de matones. Le pusieron un retén
cerca de uno de las empacadoras y se le echaron encima. Déjanos esta
preciosura, compa. Yo no soy su compa y pura chingada les dejo mi camioneta. Le
sacaron tres fusiles y una escuadra. Cerrojaron las armas y dos de los fusiles
oprimieron pecho y cachete izquierdo. Bájale de güevitos: por las malas o por
las malas, como quieres que lo hagamos.
Tomó
las llaves y se las dio. Burlones, todavía le dijeron que si quería que lo
llevaran a algún lado. Él apretó los labios. Sudó y casi emergen las lágrimas
de coraje. Se puso colorado, tembló y quiso mentarles la madre. Dio medio
vuelta y se retiró.
Dos
semanas después, ya calmado luego del boquete amargo que le habían dejado esos
cuatro, se recuperó y dijo voy por otra camioneta. Había llamado a la agencia
de vehículos nuevos y le avisaron que ya estaba ahí la que quería, además de
que era el modelo más reciente, no había en la ciudad ninguna igual. En cuanto
llegó le dieron los documentos, firmó un par y salió de ahí con el orgullo
recuperado y la sonrisa reestrenada.
Dos
días después de lucir esa bestia de acero, plástico y brillos lo alcanzaron
hombres armados. Lo saludaron con desvergüenza, le dieron dos culatazos y le
quitaron el vehículo. Los hombres subieron gustosos, emocionados por el nuevo
juguete. Uno de ellos gritó último modelo y le dio las gracias a Jorge.
Emputado, adusto, sudando frío y con las piernas de papel celofán. Hijos de su
puta madre, rezó.
Cayó
en cama, enfermo de coraje. Se recuperó a la semana pero no dejaba de acordarse
de esos que lo traían en jaque y que le habían quitado dos vehículos nuevos,
recién adquiridos. Decidió entonces comprar una camioneta vieja, destartalada,
con diez años de uso. Barata, pero de buen aspecto y con un motor recién
reparado. Pensó que no les iba a interesar a los malandrines. Esta me la quitan
pura madre.
Ya
lo esperaban. Sonrieron. Esta vez le pidieron que se bajara. Para qué,
preguntó. Es un modelo viejo, no creo que les interese. Además ya me quitaron
dos nuevecitas. El jefe avanzó hacia él y le dijo tan cerca que lo salpicó de
saliva: coche bomba.
(RIODOCE/
COLUMNA MALAYERBA DE JAVIER VALDEZ/ OCTUBRE 5, 2014)
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