MÉXICO, D.F. (Proceso).- El sueño sobre el sexenio
de Enrique Peña Nieto duró un año y poco más. Las portadas
triunfalistas, los artículos apoteósicos, los aplausos sin fin. El
presidente que iba a salvar a México. El líder que a base de reformas
iba a mover al país. El equipo que acabaría con la pesadilla de
parálisis y violencia que caracterizó los periodos de sus predecesores.
Así se hablaba, así se celebraba, así se alababa. Pero al parecer el
adormecimiento adulador ha llegado a su fin, como lo ejemplifica la
portada de la revista Forbes donde se afirma que Enrique Peña Nieto está
perdiendo sus mejores años para detonar el crecimiento económico de
México. Que la tasa prometida se ve lejana. Que una burbuja financiera
podría acabar con las expectativas excelsas que Los Pinos generó.
Porque los riesgos están por
doquier, y no sólo se encuentran en los pronósticos de crecimiento
económico a la baja para este año. Basta con ver cómo la Reserva Federal
estadunidense aprieta las condiciones monetarias. O cómo la economía
china se desacelera abruptamente. O cómo Europa enfrenta deflación. O
cómo comienzan a crecer las burbujas en las bolsas, en los bonos
soberanos, en la deuda corporativa, en las materias primas, en el
crédito. Allí, los ingredientes para una crisis, para un estallido, para
una situación peligrosa a nivel mundial que afectaría la estabilidad
nacional. Allí, los retos que crecen en la medida en que la economía
mexicana no lo hace.
Y ante la posibilidad de una recesión global, la tentación
en la que el PRI ha caído recurrentemente. Sexenio tras sexenio.
Decisiones equivocadas impulsadas por el incentivo perverso de incurrir
en déficits públicos para estimular la economía. Irresponsabilidad en el
manejo de las finanzas con el objetivo de comprar elecciones y paz
social. Despilfarro en la utilización de los recursos provistos por la
reforma petrolera. Prácticas priistas del pasado que podrían repetirse
en el futuro. Un gobierno que gasta y gasta y gasta para perpetuar a su
partido en el poder. Un gobierno que actúa conforme a imperativos
políticos en lugar de encarar realidades económicas. Los desequilibrios y
las vulnerabilidades de México, así como su inserción en una economía
global inestable.
Resulta ser que todo lo ofrecido, prometido, negociado,
acordado, no ha sido suficiente aún. Ni la reforma laboral. Ni la
reforma educativa. Ni la reforma fiscal. Ni la reforma en
telecomunicaciones. Ni la reforma energética. Todo aquello que iba
–supuestamente– a transformar la economía, liberalizar el mercado de
trabajo, mejorar la enseñanza, estimular el crédito, fortalecer las
finanzas públicas, romper con los monopolios en telefonía y televisión,
modernizar al sector energético a través de la inversión privada. Todo
aquello que si se hacía bien iba a propulsar a México al Primer Mundo. A
la prosperidad. Al grupo de países emergentes que crecen a tasas
aceleradas. Al lugar que desde el sexenio de Carlos Salinas se nos dijo
que la nación podría y debería llegar.
Pero como argumenta la revista Forbes, los últimos dos
años han sido descorazonadores. En 2013 México cayó en un bache del cual
no ha logrado salir. Pasó de crecer 3.9% en 2012 a sólo 1.1%. en 2013.
Pasó de situarse como una de las economías más dinámicas a nivel global a
ser una de las más alicaídas a nivel regional. Y la pregunta para la
cual no ha habido una respuesta gubernamental clara es: ¿por qué? A
veces se dice que la razón es la economía estadunidense. A veces se
alude al entorno global. A veces se alude al tiempo que tardará la
implementación de reformas que todavía están en el papel. O quizás, como
sugiere Raúl Feliz, del CIDE, el error fundamental fue aprobar todas
las reformas de golpe. Sin priorizar, sin ver cuál era la más
importante, la más urgente, la más necesaria.
Y ahora que finalmente se ha aprobado la que el gobierno
considera detonadora del crecimiento –la energética– habrá que ver si
puede cumplir con las expectativas que creó. La apuesta es enorme, la
eficacia del gobierno es pobre, los retos regulatorios son inmensos, la
posibilidad de que la reforma produzca una cueva de Ali Babá es real. La
reforma se aplicará en un contexto de mal gobierno, de alta
inseguridad, de reglas demasiado flexibles, de leyes que rara vez se
cumplen. Ello, atado a la rapacidad de quienes ven el sector energético
como un botín, puede producir un resultado muy distinto al prometido. Un
resultado donde ganan los inversionistas pero pierden los consumidores;
donde gana el sindicato que preserva sus privilegios pero pierden
aquellos que los quisieran acotar; donde ganan los intereses
corporativos pero pierden los intereses ciudadanos.
Mientras espera que la reforma energética resucite el
sueño edulcorado, el gobierno no ha sabido cómo lidiar con el desplome
en el sector de la construcción, que ha arrastrado a toda la economía
hacia abajo. No ha sabido cómo lidiar con el rezago en 2013 de la
ejecución del gasto público en infraestructura. No ha sabido lidiar con
el efecto contraproducente de una reforma fiscal que socavó el
crecimiento al reducir la capacidad de consumo y la demanda interna. Y
de allí la paradoja: El gobierno tiene más recursos y la economía crece
menos. La recaudación ha aumentado y el consumidor disminuye su gasto al
sentirse exprimido. El “keynesianismo” gubernamental que reinyecte
recursos a la economía y la reactive no ha ocurrido. El reloj corre, el
tiempo transcurre, y México no se mueve.
Porque hay demasiada incertidumbre, porque las intenciones
del gobierno no son claras, porque las preguntas en torno al uso del
dinero público prevalecen, porque las reformas tocan algunos intereses
enquistados, pero no lo suficiente. Por ello las interrogantes: ¿Las
reformas son un cimiento o una sepultura? ¿La estrategia de todo a la
vez desatará el crecimiento o evitará que ocurra? Si no hay resultados
pronto, ¿Peña Nieto recurrirá a la política priista del pleistoceno,
basada en el uso irresponsable del gasto para comprar tiempo? No hay
respuestas en este momento y tardarán en venir. Lo que sí es evidente es
el fin del enamoramiento, el fin del sueño, el fin de la fantasía que
acompañó la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia. La portada
de la revista Forbes no muestra a un presidente rozagante, triunfante,
exitoso. Lo coloca de perfil, con el ceño fruncido, con un gesto
preocupado. Y no es para menos.
/1 de agosto de 2014)
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