Sabina Berman
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- Un personaje de una novela no ve la novela que vive. No ve, al
vivirlo, que esa reunión con un desconocido en una café le cambiará la vida de
cabo a rabo. No ve a dónde conducen los nuevos encuentros a los que ahora
asiste con aprehensión y de pronto con pánico. Y no puede ver, ni siquiera
sospechar, cuál será el fin de su historia.
Revisando los
periódicos de los tiempos de Porfirio Díaz, uno se sorprende de la ceguera de
los mexicanos ante su propia circunstancia en 1910.
El país se preparaba
para otros seis años de progreso y estabilidad conducidos por el viejo padre de
la Patria. Un sexenio más para avanzar por el nuevo siglo a la par de las
grandes naciones de Occidente. La cerillera La Central imprime por esos años una
colección de lujo con los rostros de los “héroes vivos del mundo”: don Porfirio
aparece en la cajetilla número 3, sus bigotes de manubrio puntiagudos, la
leyenda “Un estadista admirable” titulando la sinopsis admirativa.
En los diarios de
esos días no hay una sola mención del “sufragio efectivo”. Madero, ese agitador
utópico, ha sido encarcelado. Más sorprendente: en los periódicos no se usa
jamás la palabra “esclavitud”, y menos los analistas políticos la discuten,
obsedidos por escándalos cortesanos del porfirismo.
Eso en tanto uno de
cada dos mexicanos vive por entonces de hecho en estado de esclavitud,
trabajando sin cobrar dinero, durmiendo en galerones con otros peones, como si
fuera un animal de carga, y se muere de paludismo o de exceso de trabajo o de
cualquier idiotez. Los periódicos mexicanos han pactado con don Porfirio no
azuzar al descontento social, y cumplen su parte del trato.
En mayo de 1911
Porfirio Díaz dimite, días después Francisco I. Madero entra triunfalmente a la
Ciudad de México, precedido por un temblor de tierra. Un año después, más de
diez líderes encabezan ejércitos sublevados: ha iniciado la revolución donde el
territorio nacional arderá en un incendio durante diez años y morirán más de un
millón de personas.
Tal vez hoy en México
estamos viviendo una revolución que no acertamos a nombrar y de la que no
logramos ver el contorno. No me equivoco: no propongo que vivimos los
antecedentes de una revolución, sino que ya estamos viviendo la tercera
revolución de México.
Ahí están las
imágenes siniestras. Ya no colgados de árboles, como en la revolución de la
segunda década del siglo XX, pero sí los colgados de los puentes. Ya no los
montones de cuerpos ensangrentados de cara al cielo, pero sí los cuerpos
sangrientos de cara al piso alineados con las manos amarradas a la espalda.
Ahí están también
los ejércitos rebeldes al gobierno. No uniformados, no con lemas políticos, no
con idealismos e ideología, pero sí con armas, sí con estructuras militares, sí
con estrategias, si dejando mensajes al resto de los mexicanos que los
periódicos no publican, sí ajusticiando a dos secretarios de Gobernación, sí
desacatando toda Ley y rompiendo el orden establecido y desbancado al Estado,
sí avanzando por el mapa a golpes de sangre y pólvora, hasta controlar más de
la tercera parte del territorio y acechar las otras dos terceras partes.
Ahí están también
los líderes carismáticos. No los hermanos Flores Magón, no Villa, no Zapata, no
Carranza, no Obregón. Ahora se nombran con sus sobrenombres, El Chapo, El Señor
de los Cielos, La Tuta, La Barbie.
Ahí está también la
ceguera convenida por los medios de información con el gobierno establecido.
Otrora el pacto de ceguera de los periódicos y el dictador se llamaba “lealtad
patriótica”. Hoy se llama pacto por la información responsable y fue firmado
por todos los medios de comunicación con el gobierno recién pasado, excepto por
el semanario Proceso.
¿Qué criterio no
cumple el estado de cosas en nuestro país para llamarse revolución?
Uno solo.
Villa, Zapata,
Carranza, Obregón, encabezaban ejércitos buscando desbancar al gobierno para
hacerse ellos del Poder político y gobernar al país. Los señores del
narcotráfico y de las bandas criminales carecen de esa ambición. No quieren
gobernar, esa responsabilidad sería una monserga para su propósito. Su guerra
es por el derecho a enriquecerse a toda costa.
Derecho a delinquir,
podría ser el lema de nuestra revolución actual. Derecho a robar, derecho a
secuestrar, derecho a matar.
Si la clase
gobernante lo ha hecho un siglo, si roba del erario, como lo sospechaban
nuestros padres y ahora nos lo documentan a diario los periódicos, si encarcela
a quienes le estorban y deja libres a los demás pillos, como documentan las
cifras de la procuración de justicia, si lanza a su ejército contra los
rebeldes y el ejército dispara sin miramientos, los revolucionarios de nuestra
revolución exigen el mismo derecho de corso a pasar sobre la ley y la vida de
los otros para enriquecerse.
Al entrar a la
Ciudad de México, Madero no podría haber imaginado que un año más tarde estaría
contra una pared vendado de los ojos, esperando las balas del escuadrón de
fusilamiento.
El personaje de una
novela no puede imaginar en la hoja 100 lo que ocurrirá en la hoja 300.
Nosotros somos
igualmente ciegos a quién ganará esta sublevación de las clases medias y pobres
por su derecho a delinquir y enriquecerse ilícitamente, como la clase
gobernante.
Twitter:
@SabinaBerman
(PROCESO/ Sabina Berman/ 18 de febrero de 2013)
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