PEP lo acusó de un crimen que no cometió
Ni un solo sancionado y ningún apoyo ha recibido José
Antonio Arredondo Morán a más de un año y 3 meses de distancia de falsas
declaraciones y abusos de policías que lo involucraron en un homicidio
Ricardo Meza Godoy
Falsos testimonios
durante la noche del 25 de octubre de 2011, transformaron radicalmente la vida
de José Antonio Arredondo Morán, luego de ser acusado por supuestos testigos y
elementos de la Policía Estatal Preventiva (PEP), como el homicida del agente
de la PEP, Carlos Hernández García, caído en el fraccionamiento Vista Hermosa
en Ensenada.
Su detención,
encarcelamiento y posterior liberación ese mismo año, transformó el caso en uno
de los ejemplos emblemáticos de violaciones a los derechos humanos ocurridos en
Ensenada durante los últimos años, donde nadie, salvo el propio Arredondo, ha
sufrido algún castigo.
A mediados de 2012
una serie de declaraciones revivieron el caso. El Procurador de los Derechos
Humanos en Baja California, Arnulfo de León Lavenant, había anunciado que la
PDH emitió recomendaciones a diversas instancias gubernamentales pidiendo
solucionar el caso, deslindar responsabilidades y restituir el daño hecho a
Arredondo. El Secretario de Seguridad Pública Daniel de la Rosa Anaya,
declaraba que el asunto estaba en manos de la Procuraduría General de Justicia
del Estado (PGJE).
Otros
posicionamientos también se hicieron públicos en esas mismas fechas. El 20 de
junio de 2012 la diputada del Partido del Trabajo, Claudia Agatón Muñiz
advertía en un comunicado que “las sanciones que impone la ley deben alcanzar a
policías preventivos y ministeriales que violan derechos humanos de personas
detenidas”, agregando lo siguiente: “La autoridad debe indemnizarlo
económicamente por los perjuicios causados por la detención, tortura y encarcelamiento
injustificado. En Baja California se debe poner un ejemplo de que no se
permitirá la tortura ni la violación del marco legal y de los derechos humanos
de personas por parte de órganos policíacos”.
Las declaraciones
fueron y vinieron a lo largo de un año. Los afectados, la familia Arredondo,
aseguran no haber recibido nada, ni avances del caso, ni siquiera una simple
disculpa por parte de las autoridades.
A un año, tres meses
y 18 días del homicidio, Arredondo Morán habló con ZETA de lo que ha representado
para él lo ocurrido ese día, y cómo a la fecha desconfía de casi todos los
agentes del orden.
La charla con él
tuvo lugar en un café ubicado sobre la Avenida Ruiz, en la zona centro de
Ensenada. Iba acompañado de su padre, José Antonio Arredondo López, y ambos
narraron sus versiones de lo ocurrido el día del homicidio de Hernández García,
el trato que recibieron de agentes municipales, de policías estatales, agentes
del ministerio público, jueces, custodios del Centro de Readaptación Social (CERESO)
de Ensenada, y funcionarios involucrados en el caso.
Arredondo Morán
tiene 30 años de edad, es de estatura baja, poco menos de 1.70mts, moreno
claro, cabello negro corto con cejas gruesas y de complexión delgada. Su padre,
tiene las mismas características excepto la edad, 54 años.
La historia del acusado
El 25 de octubre de
2011, Arredondo se encontraba con un grupo de amigos en un fraccionamiento
cercano al lugar del homicidio del agente. Platicaban y fumaban un poco de
marihuana.
Oficialmente a las
21:30 horas de ese día se había registrado el asesinato. Un fuerte operativo
que involucraba a policías municipales, estatales y federales se implementó en
la zona.
Arredondo y sus
amigos vieron acercarse las patrullas, se asustaron y comenzaron todos a
correr. A él lo detuvieron elementos del Grupo de Reacción Inmediata, conocido
como el SWAT, “me sentaron en una piedra y ahí me dejaron, luego se fueron”,
dice.
Minutos después
volvieron, lo iluminaron con lámparas de mano y apuntaron a sus pies diciéndose
entre ellos que tenía las mismas características que el sospechoso, lo subieron
a una patrulla, lo sentaron en el asiento de enfrente y se fueron hacia la zona
del homicidio.
Al llegar al sitio,
explicó Arredondo, “me dijeron ¡agacha la cabeza!, ¡no volteees!”, al tiempo
que preguntaban a unos supuestos testigos oculares, “¿éste es?”, y la respuesta
fue “sí”.
“Ahí empezó todo mi…
calvario”, dijo Arredondo apretando fuerte su mandíbula hasta hacer resaltar
una vena que le atraviesa el centro de la frente. “Nomás de acordarme me
pongo…”, agregó mientras sacudía el cuerpo.
En el momento en que
los policías municipales escucharon de otras personas que él era el homicida,
el conductor de la patrulla, dijo Arredondo, “volteó y me soltó un codazo bien
fuerte en el ojo”, “¡ya valiste madre cabrón!”, le dijo. Ese sería el primer
golpe de muchos que denuncia haber recibido a lo largo de esa noche.
Arredondo fue bajado
de la patrulla y entregado en medio de una enorme trifulca generada por decenas
de policías entre municipales, federales, estatales, y ministeriales, que se
jaloneaban y se intentaban arrebatar unos y otros la custodia de Arredondo, a
quien le habían tapado el rostro con su propia camiseta y lo llevaban esposado.
A pocos metros de distancia, yacía el cuerpo de Carlos Hernández.
Los policías
municipales entregaron a Arredondo a los agentes de la PEP, entre los que se
encontraban los que acompañaban a Hernández esa noche. Lo subieron a la caja de
un pickup de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado y salieron del lugar
a toda prisa. En menos de tres segundos de que arrancara la patrulla, que se
dirigía a las instalaciones de la PEP en Ensenada, a Arredondo ya lo iban
golpeando, y de ello fueron testigos todos los policías en el lugar.
“Me traían agarrado
del cuello, casi me desmayo”, explica Arredondo quien además dice, le dieron
patadas en sus partes nobles. En las instalaciones de la PEP dice haber sido
objeto de más golpes, golpes constantes en su cabeza, en el cuerpo, que le
atestaban los mismos oficiales estatales con sus puños y con sus armas, todo en
presencia de un oficial de la policía municipal. “Me decía, ‘¡valiste verga
hijo de tu puta madre!’”.
Luego de la golpiza,
que estima duró unas cuatro horas, explicó que lo metieron a un cuarto donde se
encontraba un solo agente de la PEP, “tengo ganas de pegarte un madrazo”, fue
lo que escuchó del oficial. “Luego entró una persona que dijo era el
subdirector de la PEP, me dijo ‘cuéntame tu historia’, le platiqué todo, desde
que me agarraron, lo que estaba haciendo, todo [...] y al final me dijo,
‘¿sabes qué?, tú fuiste, no te creo nada’”.
Después del que dice
era el subdirector, dos personas de la Procuraduría General de la República
ingresaron al cuarto, le tomaron fotos, lo interrogaron nuevamente. “Luego
entró un químico con un maletín, con un algodón me tomó muestras aquí en las
manos, en la cara y se fue”. Me suben otra vez a una patrulla, un pickup, con
un PEP que me iba pegando todo el camino y fuimos con un doctor, ahí en
Pórticos. El doctor me revisó ¡y declaró que no tenía nada!”. Luego lo
trasladaron a las oficinas de la Subprocuraduría de Zona de la PGJE en Calle
9na e Insurgentes. Su familia pudo verlo hasta la mañana siguiente, el día 26, sus dos padres
acudieron a las oficinas de la subprocuraduría, fue su mamá la primera que
ingresó a verlo. Impactada por el estado de su hijo la señora se desvaneció al
salir de las instalaciones de la Subprocuraduría y se puso a llorar, “yo no
sabía qué pasaba”, explicó el padre de Arredondo Morán, “¿qué pasa?, le
pregunté, ‘está todo golpeado’”, dijo.
El estado de salud
de Arredondo era tan delicado, que las mismas autoridades del CERESO luego de
su traslado, se negaron a recibirlo con un reporte de buen estado de salud.
Nuevas revisiones médicas tuvieron que hacerle para que lo dejaran ingresar.
“Le asignaron una
abogada de oficio”, narra su padre, “y me dice, el caso de su hijo está bieeen
problemático porque todos lo acusan, le recomiendo que contrate un abogado”,
hace una pausa y dice, “¿pero qué no es ella una abogada?”.
Ahorros, artículos
personales, todo el dinero que pudieron juntar lo canalizaron para contratar un
abogado externo. De oficio mecánico, Arredondo López dice que tuvo que dejar de
rentar el espacio donde tenía su taller mecánico y dedicarse a trabajar a
domicilio para ese dinero destinarlo a la defensa de su hijo. “No se dan cuenta
que nos cambió la vida a toda la familia, es una injusticia”, dijo.
El 3 de noviembre de
2011, en base a únicamente las declaraciones de testigos, pues los resultados
de la prueba de rodizonato de sodio resultaron negativos y no existía ninguna
evidencia adicional, Arredondo había recibido el auto de formal prisión por
parte del Juzgado Tercero de lo Penal y permanecería recluido en el CERESO.
“Incluso adentro los custodios me hostigaban, siempre que me veían me decían
‘ahí viene el matapolicías, ¿qué se siente matar un policía?’ y cosas así”,
refiere Arredondo Morán.
Para su suerte, el
29 de noviembre, el grupo SWAT de la Policía Municipal (el mismo grupo que lo
detuvo en un principio), escucharía el testimonio de un violento sujeto que
detuvieron ese día, que cambiaría completamente la historia y todas las
versiones y testimonios que hasta entonces había contra Arredondo. José Santos
Guzmán, alias “El Tito”, confesó haber sido el homicida de Carlos Hernández
García, narrando con lujo de detalle todo lo ocurrido aquella noche.
Pese a la confesión
del sujeto, Arredondo permanecía encarcelado. La aceleración del proceso,
explicó su padre, vino luego de que él mismo abordara al director de control de
procesos de la PGJE, César Santiesteban Gastélum, exigiéndole la liberación de
su hijo o armaría un escándalo en medios de comunicación. “Ya había tenido
suficientes injusticias”, dijo.
–¿Qué esperan
ahora?, pregunta ZETA.
“Que se repare el
daño que nos hicieron, de plano se les pasó la mano, ¿quién les autoriza a
golpear sean culpables o inocentes a los detenidos? Las actitudes de todos
fueron siempre prepotentes [...] 27 lesiones le registraron, hasta con una
regla de papel midieron cada herida y golpe. En los careos se desmayaba, nunca
fueron los pepos, nunca se presentaron a los careos [...] no ha habido un solo
castigo, nada, siguen circulando los mismos pepos, los hemos visto.
Económicamente nos dejaron bien jodidos”, dijo Arredondo López.
(SEMANARIO ZETA/ Ricardo Meza Godoy/ febrero 18, 2013)
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