Rosendo Zavala
Saltillo.-
Traicionado por la furia que sentía, ‘El Pinky’ sacó su cuchillo y en una
rápida ofensiva apuñaló a Rodolfo de manera brutal, sacándole la vida para
vengar la afrenta familiar que le habían hecho cuando uno de sus primos había
sido baleado por su victimado.
Sorprendido por su
propio impulso, el vigilante de cantina se escondió entre las sombras de la
noche buscando evadir a la policía sin lograrlo, porque el destino lo alcanzó
cuando las autoridades supieron que se resguardaba en la casa de un tío.
En cuestión de
minutos, Jorge Francisco cambió su hábito de guardián por el de recluso, pues
pasará más de 30 años en prisión tras haber actuado en pos de su gente sin
medir las consecuencias
y todo por defender lo indefendible.
Oscura confusión
Tirado en la
intimidad de su cuarto, El Pinky aprovechaba los últimos
minutos de descanso en casa, pues el fin de semana había
llegado, y con esto la bruma de trabajo que le esperaba en el bar donde se
encargaba de sacar a los borrachos que fastidiaban a los clientes.
Afuera, las calles
de la Chamizal comenzaban a cobrar vida con el vaivén de los jóvenes que
escandalosos gritaban su alegría al viento por el arribo del sábado, que con
frescura se postraba sobre el cielo, bajo el augurio invisible de la tragedia.
Y mientras el
potencial homicida convivía con su esposa frente al televisor que aminoraba los
estragos de su cotidianidad, a unas cuadras de ahí se gestaba la bronca en la
que su primo Édgar padecía los estragos de la maldad ajena.
Esto porque “El Boti”
caminaba con su hermano Julio entre los oscuros rincones de la colonia La
Minita, cuando una turba de sujetos les salió al paso y, repentinamente, un
disparo rompió el silencio que hasta entonces imperaba en el lugar.
Por obra de la
lógica, Édgar cayó desvanecido con el postazo que le había atravesado el ojo,
mientras sus agresores lo veían despreocupados, generando tensión en la esquina
que minutos después se convertiría en campo de batalla.
Sintiendo que su
reloj biológico se aceleraba peligrosamente, Julio sacó con presteza su celular
y reponiéndose al terror que lo invadía, texteó algunas palabras en su teclado,
elevando una plegaria de ayuda que proyectó hasta el infinito virtual, donde
encontró la respuesta que buscaba.
En la colonia de
junto, Bárbara escuchó el sonar de su teléfono y leyó el mensaje que la
sobresaltó en automático, porque estresada narró a Jorge los pesares que
estaban padeciendo los primos atacados por los parranderos que los estaban
vapuleando en esos momentos.
Angustiado por lo
que pudiera pasar a sus conocidos, “El Pinky” se paró como resorte y decidido a
todo agarró el cuchillo que estaba sobre la mesa, corriendo a la calle para
saldar la cuenta que le debían los hombres que ni siquiera conocía.
Brutal cobranza
Acelerando a fondo
la carcacha negra que tenía para hacer sus vueltas, Jorge invadió la
tranquilidad de la madrugada hasta llegar al cruce de Pedro Anaya y Miguel
Miramón, donde con sobresalto detuvo la marcha, tras divisar a Julio que seguía
pasmado en el sitio por lo que le había ocurrido.
Venciendo las
dificultades del momento, el azorado conductor logró subir a El
Boti en su carro para trasladarlo a un hospital, mientras
su acompañante cruzaba llamadas, invocando la ayuda que los
alcanzó de improviso.
Tras comenzar la
odisea sobre ruedas, sus pesares amainaron cuando paramédicos de la Cruz Roja
los interceptaron, y esparciendo su sabiduría sobre el enfermo, lo revisaron
oportunamente, subiéndolo en la ambulancia que con su triste llorar se abrió
paso entre el tráfico nocturno, para llegar al sanatorio donde especialistas
médicos los estaban esperando.
Ya con los
sentimientos en orden, El Pinky se postró frente al volante del compacto
negro y retornó al lugar del ataque, donde lentamente avanzó por la
de Anaya con el afán de ubicar a los agresores de su querido “Boti”.
Fue en la esquina
del ataque donde el vengador divisó las siluetas que buscaba afanosamente,
porque Julio señaló a los tres caminantes como quienes habían atacado a Édgar
con el plomazo que por poco le quita la vista.
Cegado por la ira de
saber que tenía enfrente a los victimarios de su pariente, el vigilante patinó
la llantas del Volare para dar alcance a los trasnochadores, cerrándoles el
paso, para encararlos, sin temer que su integridad que podría desmoronarse en
el acto.
Decidido a saldar
cuentas, Jorge infirió una carretada de insultos a los ofensores, quienes
respondieron de la misma forma, dejando en claro que no se dejarían intimidar,
porque lejos de omitir los agravios, prefirieron atacar a los oponentes, sin
presupuestar lo que ocurriría instantes después.
Sabiéndose
superiores en todos los aspectos, los atacantes de Édgar atacaron a Julio con
una lluvia de golpes que no pudo evadir, por lo que Jorge intervino repartiendo
derechazos, tratando de quitárselos de encima.
Ante lo hábil del
guardia para repeler la agresión, dos de los rijosos huyeron, perdiéndose en la
distancia para olvidarse de la trifulca, mientras Rodolfo se quedaba rezagado y
a merced de los primos, que desde ese momento tuvieron las circunstancias a su
favor.
Fatal respuesta
Aturdido por verse
en franca desventaja, el empleado se echó a correr, mientras el vigilante lo
perseguía, con tan buena suerte que de inmediato lo alcanzó, aunque el
infortunado defendió su integridad liándose a golpes con el hombre que
tramitaría su existencia justo en esos momentos.
Entre el intercambio
“de caricias” que los rijosos se brindaban ferozmente, Jorge aprovechó para
sacar el cuchillo que con saña encajó en el pecho de su enemigo, repitiendo la
escena hasta ver que el rival quedaba tendido en un charco de sangre.
Luego de un instante
de cavilación que pareció eterno, el atacante se dio a la fuga, arrojando el
arma en una de las calles aledañas, refugiándose en el domicilio de una
familiar, mientras su adrenalina disminuía junto al temor de sentirse criminal.
Para entonces, una
muchedumbre se arremolinaba en torno al cuerpo del masacrado, que ya no
respondía a los estímulos terrenales, porque había dejado de existir al no
soportar la brutalidad de los navajazos que le había inferido su atacante.
Ante lo contundente
de la realidad, los Arellano se volcaron en llanto hacia los restos del
peleonero fallecido, limitándose a ver cómo las autoridades acudían para da fe
de lo acontecido e iniciaban las averiguaciones en torno al caso.
Con el correr de la
madrugada, El Pinky seguía
protegiendo su libertad bajo la etiqueta de prófugo, porque al tocar la puerta
de su tío en la colonia Nogales, amplió
el accionar del destino, que con el amanecer del sábado
estaba marcado con el sello de la justicia.
De manera
implacable, agentes ministeriales armaron el rompecabezas que pondría fin a las
pesquisas del puñalero asesino, tras localizarlo mientas descansaba en la
vivienda que lo había acogido con la más comprensiva de las complicidades.
Acusado hasta por
los rayos de sol que le apuntaban, el rijoso cedió ante las órdenes de los
policías, que esposado lo subieron en la patrulla blanca, en la que lo llevaron
a las instalaciones de la FGJE, para ponerlo a disposición de las instancias
correspondientes.
Durante los
siguientes días, el joven regordete, de mirada perdida, afrontó su
responsabilidad participando en los interrogatorios a que era sometido por el
fiscal asignado, atendiendo al expediente donde era acusado bajo el delito de
homicidio calificado con ventaja.
Indefendible
Como parte de las
investigaciones elaboradas por la Fiscalía, Héctor salió a escena declarando
que el día de los hechos se puso de acuerdo con Rodolfo para acudir a una
convivencia en La Minita, por lo que al terminar el turno en la tienda donde
laboraban, enfilaron su camino hacia el sitio del evento.
Durante varias horas
estuvieron conviviendo, y ya entrada la noche decidieron retirarse a sus
domicilios, caminando a paso lento por Pedro Anaya, mientras buscaban el taxi
que los llevara de regreso a casa.
Pero el rechinar de
un automóvil los sacó de sus pláticas triviales, pasando de la tranquilidad a
la zozobra, por la repentina nube de maldiciones que los alertaron, divisando a
los rijosos quienes con cuchillo en mano se abalanzaron sobre ellos, sin motivo
aparente.
Con voz entrecortada
por el pesar que lo atormentaba desde aquel fatídico febrero, el empleado en la
frialdad de la oficina declaró no conocer los motivos por los que fueron
atacados de manera tan feroz.
Lejos de preocuparse
por “resolver” el misterio del asesinato de su amigo, se dijo sorprendido de la
actitud de quienes perpetraron la embestida, que dejó como resultado la muerte
del hombre a quien siempre deslindó de cualquier actitud vandálica.
Por su parte, Jorge
aceptó haberse equivocado argumentando que debía afrontar su realidad tras las
rejas por el homicidio calificado con ventaja, que ahora tiene su futuro en
manos del juez segundo del ramo penal.
‘Estoy muy
arrepentido, mi vida cambió de la noche a la mañana, ahora sé que tengo que
cumplir una sentencia en el Penal y todos los planes que tenía se me
derrumbaron repentinamente’, dijo tras su detención.
(ZOCALO/ REVISTA VISION SALTILLO/ Rosendo Zavala/
19/02/2013 - 02:20 PM)
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