Andrés Manuel López Obrador
ya está pensando en el 2 de julio. No es una simple frase de campaña que apoye
su arenga política. En su cabeza ya no está si gana o no la Presidencia dentro
de 57 días, sino lo que viene después. Dice que tiene que meter 12 años -dos
mandatos presidenciales-, en seis -un sexenio, como lo establece la
Constitución- para lograr instalar su nueva República, que describe como “la
cuarta transformación”. No hay más tiempo para su gobierno, concede, porque no
hay, ni habrá, reelección. López Obrador tuvo una noche de revelaciones en una
larga entrevista en una edición especial del programa Tercer Grado, en donde el
candidato antisistémico por antonomasia, el rebelde indómito que quemó pozos
petroleros en Tabasco como expresión de protesta y tomó las calles del centro
de la Ciudad de México porque estaba convencido -hasta la fecha-, que la
alianza PAN-PRI lo despojó de la silla presidencial en 2006, mostró una cara de
político moderado, más en el hábitat de los socialdemócratas del mundo, que del
populismo caudillista sudamericano.
López Obrador se alejó
completamente de los estereotipos en donde lo tienen encasillado, que le ha
construido una imagen de radical y autoritario, que sueña en el pasado sin
pensar en el futuro, sin tropezar con las inconsistencias y contradicciones que
han poblado las últimas semanas a su campaña presidencial. Ese López Obrador
del Tercer Grado, ¿realizó una de sus mejores actuaciones políticas? ¿Trata de
ganar las voluntades que necesita para poder alcanzar la mayoría en el Congreso
que acompañe a su Presidencia y le facilite los cambios que necesita para
romper un nuevo paradigma histórico? Su ambición es que después de la
Independencia, la Reforma y la Revolución, el lópezobradorismo sea el cuarto
movimiento que cambió este país.
Sus planteamientos en el
programa de televisión lo pueden ayudar a que, cuando menos, sobre el 60 por
ciento del electorado que piensa votar por otra opción, lo escuche sin que el
ruido ensordecedor e intimidante de sus fieles en las redes sociales, que
alteran su mensaje y contribuyen a la construcción en el imaginario colectivo
de que López Obrador es un radical irredento que piensa todo el tiempo en
Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, pero actúa como León
Trotsky, donde para renacer hay que dejar todo en cenizas.
Le urgen traductores certeros
de su mensaje, porque nadie escucha puntualmente lo que dice: no habrá
cancelación de la reforma energética ni del nuevo aeropuerto de manera
automática una vez asuma -en caso de ganar las elecciones- la Presidencia.
Revisará contratos y adjudicaciones, y sólo si encuentra corrupción, afirma, se
cancelarán. Quiere cancelar la reforma educativa, pero no regresar la rectoría
de la educación all sindicato de maestros. No habrá expropiaciones, ni nada de
lo que pasados gobiernos vendieron o entregaron a particulares, será tomado por
su gobierno. Lo que pasó, se queda con sus propietarios actuales. Dice que no
perderá el tiempo en ese tipo de batallas, que para la prisa que tiene para
poner en marcha su proyecto de nuevo país, son inútiles. No habrá persecuciones
de políticos o empresarios, como lo ha venido señalando, pero tampoco habrá
impunidad. A los corruptos, si hay denuncia y pruebas, asegura, todo el peso de
la ley. ¿A todos? Incluso a sus familiares, si uno de ellos delinquiera. Las
revanchas y las venganzas, lo ha dicho reiteradamente, no están en su esencia.
López Obrador afirma que esta
elección confronta dos proyectos de Nación, pero no lo ve en términos
económicos y políticos, sino en términos sociales y morales: es de quienes
saquearon al país y viven en su universo de corrupción, frente a quienes, como
él, piensan que en el combate a la corrupción esta el cimiento de la cuarta
transformación. En este sentido, sí tiene a sus enemigos muy claros. Están
principalmente en el Consejo Mexicano de Negocios, que este jueves publicó un
desplegado en varios periódicos de la Ciudad de México donde se quejaban de que
los había calumniado -al decir que estaban interviniendo en el proceso electoral,
lo que es ilegal- y que ese tipo de acciones no contribuyen a la certeza
jurídica ni a las inversiones o la generación de empleo. Es decir, en palabras
de los capitanes de la industria mexicana, o deja de atacarlos, o habrá
consecuencias económicas si llega a la Presidencia.
Las amenazas veladas de un
sector empresarial contra un político de altura no son nuevas. A principio de
los 70’s, varios miembros de lo que después sería el Grupo Monterrey conspiró
contra el Presidente Luis Echeverría, que los confrontó. La polarización en
esos años provocó choques y la muerte del fundador del Grupo, Eugenio Garza
Sada, durante un intento de secuestro de la guerrilla. López Obrador no
establece aún esta analogía, pero la confrontación con los empresarios,
reedición de la que enfrentó en 2006, no para. El candidato los tiene
identificados. Ellos son los que no caben en su proyecto, afirma, y sus actos
de corrupción es lo que construirá un puente entre él y quienes no votaron por
él. La corrupción una vez más, en el centro de la lucha por el cambio. En esto
no hay matices. Pero López Obrador tiene que convencer al electorado que lo
repudia que no es el populista autoritario como lo han pintado, y cambiar su
percepción para que le den el beneficio de la duda que en dos elecciones
presidenciales no se la han concedido.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 04/05/2018 | 04:04 AM)
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