domingo, 26 de noviembre de 2017

NUEVE AÑOS EN LA MORGUE: EL HOMBRE QUE HA ABIERTO MÁS DE MIL 800 CADÁVERES


Atropellados, baleados, golpeados, picados, ahorcados, de todo tipo de muertes violentas ha visto Chuy Rivera, que estudió hasta secundaria, pero que por accidente llegó a trabajar al depósito de cadáveres de la ciudad



Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón

No, de plano.
No lo haría ni de chiste.
Ni aunque me pagaran el doble.
No.
Ta cabrón.

Pienso mientras contemplo a Chuy despanzurrando a un muerto con el bisturí sobre la plancha de acero.

“No cualquiera le entra. Dicen ‘sí le entro’, ‘a ver, éntrale, ten el bisturí, éntrale a uno en estado de descomposición. Nomás con esos te quisiera ver’. No le entran”.

Dirá Chuy una mañana que platicamos en la sala de espera, blancas paredes, sillas, un escritorio, un cristo, del Servicio Médico Forense (Semefo) de Saltillo, por donde la gente evita pasar y si pasa, voltea pa otro lado, no vaya a ser.

Chuy hunde el cuchillo y yo estoy estupefacto, sobrecogido, de ver cómo el instrumento aquel resbala, se va como en mantequilla, por el tórax hasta el abdomen del cadáver, dejando al descubierto la carne.

Es el cuerpo de un cuate que la víspera se cayó de un caballo. Parece que andaba bebido, me platica Chuy.

“Ha habido médicos que me han dicho ‘oyes, Chuy, ¿tú qué estudiaste?’, ‘no, nomás la pura secundaria’, ‘pero mira los cortes que haces. Si tú fueras cirujano, hicieras estas cosas allá’”.

Dice Chuy, el orgullo brotándole a raudales.

Jesús Rivera Moreno tiene 49 años, es grandote, fornido, atezado, bigotón, pancita, cabello quebrado, manazas.

Un hombretón que, de no ser por su carácter cordial y sereno, bien podrá encajar en el prototipo del clásico carnicero.

“Aaaah, ¿Chuyote?, ¿el carnicero?”, soltó un ministerio público la tarde que fui a buscar a Chuy a las oficinas de la morgue y todos los que estaban alrededor festejaron la broma.

Aunque hay en el Semefo otros que han dicho de Chuy “es un artista del bisturí”.

No me cabe en la cabeza, no puedo entender, después de ver a Chuy tronar el cráneo a un difunto para sacar el cerebro, que me diga que le gusta su trabajo.

“Me gusta. No me veo en otra cosa”.

Hace nueve años que Chuy llegó, por accidente, a chambear en el depósito de cadáveres de la ciudad.

Entonces le habían ofrecido la plaza de intendente.

Al mes Chuy ya era prosector, algo así como ayudante del médico forense en las necropsias.

O sea, el que te abrirá cuando te mueras de muerte violenta, pa que el doctor revise tus órganos y diga las causas de tu fallecimiento.

“Veía y me decían los médicos ‘acércate, acércate, aquí no cobramos por ver ¿Te quieres enseñar?’, ‘sí’, ‘acércate’, y yo me acerqué”.

Antes Chuy, que apenas y terminó la secundaria, era un camionero que transportaba los
residuos peligrosos de las fábricas; luego el operador de las pipas que succionan la mierda de las letrinas y los baños portátiles que hay en las obras de construcción.

Así es que si alguien le pregunta que si no le da asco eso de trabajar en el tanatorio, dirá que ya está curtido.

“Ocho años en los baños está grave. Los residuos peligrosos, también está algo grave. Yo creo que mi cuerpo ya venía curtido de allá”.

Dice Chuy, sentado detrás del escritorio que hay en la antesala del anfiteatro, sobre el que descansa el espeso libro de pastas gruesas donde se llevan las cuentas de los muertos que día con día, a veces muchos, a veces pocos, a veces ninguno, entran al Semefo.

¿Quién puede saber adónde va a parar, hasta donde va a llegar o qué es lo que le depara el destino en la vida? Nadie, así es que decido ahorrarme la pregunta, por obvia, pero Chuy, que es un hombre suspicaz, me adivina el pensamiento.

“Nunca llegué a pensar que yo estuviera abriendo cuerpos. Nunca me imaginé ver esto, hacer esto. Yo no me imaginaba que iba a venir a dar a este lugar”.

En el cuaderno de registro de la morgue dice que al año se practican en promedio unas 400 necropsias a cuerpos provenientes de la región Sureste del estado (Saltillo, Ramos Arizpe, Arteaga y General Cepeda).

De esas 400, a Chuy le toca realizar unas 200, y el resto a su compa Pancho Tobías, el otro prosector.


Nunca llegué a pensar que yo estuviera abriendo cuerpos. Nunca me imaginé ver esto, hacer esto. Yo no me imaginaba que iba a venir a dar a este lugar”.

JESÚS RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.

En la morgue hay dos prosectores.

Lo cual significa que si Chuy tiene nueve años trabajando en el Semefo, ha hecho hasta hoy unas mil 800 necropsias, números más, números menos.

Le pregunto a Chuy que si todavía recuerda su primer muerto, arquea las cejas, se lleva la mano al mentón y pone cara como de estar haciendo memoria.

Dice que no.

Han sido tantos.

“¿Miedo?, nunca me ha dado miedo esto. No he tenido miedo. He andado trabajando en las madrugadas, solo, que te dejan solo, que acaban todos y se van y yo me tengo que quedar a hacer mis cosas. Que tengo que suturarlos, coserlos, dejarlos preparados para cuando los vengan a identificar”.

Nomás de imaginarme solo en la morgue con un muerto, a altas horas de la noche, me da la garrotera.

La hora de entrada de Chuy al trabajo es a las 8:00 en punto de la mañana, la salida nunca se sabe y siempre que se halle en casa, descansando, Chuy debe estar al pendiente del celular por si llaman.

“No duermes por estar al pendiente del teléfono. Otra es de que no podemos viajar, estamos las 24 horas, los 365 días del año”, dice.

Mañana calurosa en la sala de necropsias del Semefo.

Estoy mirando a Chuy vestido con una bata color azul hospital, mascarilla antigases, lentes protectores y unos guantes blancos de látex.

Parece tan distinto al Chuy menos aparatoso que he visto otras veces acá afuera, con sus playeras sport, sus blue jeans y sus zapatos de trabajo.

Chuy está cortando, en forma de diadema con el bisturí, el cuero cabelludo de un muchacho que fue arrollado por un cumbiero en calles de la colonia Valle de las Flores Infonavit la noche de Halloween.

Observo las manazas de Chuy despegando y jalando, arremangando por la frente el cuero cabelludo hasta que el casco del difunto aparece a plenitud, brillante y liso, con algunas motas de sangre.

En la sala, un grupo de gente, el forense de turno, Baldomero Guerrero Hernández, “doctor Baldo” como le dicen acá; una perito fotógrafa; Mary, una estudiante de criminología de 22 años, chaparrita, menudita, a la que parece no asustarle nada; y dos agentes de la policía atestiguan la necro.

De vez en vez escucho rumores de voces y de risas.


De buen humor Chuy prefiere tomarse con gusto su trabajo y cuando alguien le pregunta dónde trabaja, él responde que en las carnes frías.

Médico forense:
Un trabajo para las 24 horas y los 365 días del año

El doctor Baldo me está diciendo que Chuy, como los demás empleados del tanatorio, nació para esto.

“Es que les digo que naces para esto… No sabes hasta que llegas aquí. Es como tú, que a lo mejor ibas a tocar guitarra”.

No es lo mismo, pienso, rasguear las cuerdas de una lira, que rajar en media luna con una sierra stryker el cráneo de un cadáver para extraerle la sesera, tal y como lo está haciendo Chuy en este momento.

El sonido de la sierra, que es como el de un avispero, pero amplificado, llena el anfiteatro.

De pronto la atmósfera se ha llenado de un polvo tenue y un olor como a quemado.

Es el hueso, me explica el doctor Baldo.

“Que suelta un polvito le pones ahí”, dice riendo el médico.

Chuy le truena el cráneo al finado con un instrumento en forma de NUEVE AÑOS EN LA MORGUE: EL HOMBRE QUE HA ABIERTO MÁS DE MIL 800 CADÁVERES

 T”, saca la masa encefálica, una como pelota de carne sanguinolenta, y la pone encima de la plancha, junto a la cabeza que ha quedado como un puro huacal.

“Cuando abrimos el cráneo con la sierra todavía queda un poquito pegado, entonces ya nomás le metes la ‘T’ y truenas”, me explica  Chuy como si nada, como si se tratara de tronar nueces o cacahuates.

Tiene fractura de cráneo, coágulos. La hemorragia fue la que le quitó la vida, dictamina el doctor Baldo.

No puedo más, me siento mareado, tengo ganas de vomitar, de salir corriendo, nomás de ver a Chuy abriendo el cadáver en canal con el bisturí.

El acero inoxidable de la plancha, escurriendo bermellón.

“Trae cuatro costillas fracturadas, donde la pasó la llanta. Una costilla le perforó un pulmón.

Sangró por dentro. Tiene una lesión en el hígado”, oigo decir al forense.

Horas después, Chuy me platica  cómo es trabajar con un cuerpo en estado de putrefacción.

“A veces vienen engusanados, pero es más el olor, no tanto los gusanos. Se revisa el cráneo, el cuello. Cuando le da al estómago (con el bisturí), como está hinchado, nada más fffsss, haz de cuenta que avienta un aire. Por eso te pones mascarilla, lentes. Yo siempre me he puesto mis mascarillas de gases y no huelo absolutamente nada, ando trabajando muy tranquilo. Pero como te digo, este trabajo no cualquier lo hace”.

Estoy de acuerdo. Esto no es para mí, no es lo mío, pienso.

Chuy prefiere tomárselo con humor y cuando alguien le pregunta que dónde trabaja, responde que en las carnes frías.

Una necropsia dura en promedio una hora, salvo cuando a la morgue llega un baleado y Chuy tiene que desviscerar el cuerpo y buscar órgano por órgano, hueso, por hueso, el proyectil.


Entonces la necro se alarga entre cuatro y ocho horas.

ARTISTA DEL BISTURÍ


Cordialidad

En el Semefo le dicen a Chuy en broma que es un "carnicero" aunque tiene un carácter cordial
y sereno.

Aprendizaje
Policías y compañeros de trabajo le preguntan cómo sabe tanto del cuerpo humano si no estudió medicina.

Destino
El doctor Baldo comenta que Chuy, como los
demás empleados del tanatorio, nació para esto; lo sabes cuando llegas.

Atardece en la sala de espera de la morgue.

Le pregunto a Chuy que cuáles son los muertos que más le han impresionado.

Me cuenta del cadáver de una señora, cuarenta y pico de años, a la que le arrancaron el rostro, la metieron en una bolsa de esas de basura, junto con los pedazos de piel de la cara, y la tiraron.

“Nunca había visto algo así. El otro compañero, Francisco Tobías, y yo  empezamos a poner los pedazos de piel sobre el rostro y los empezamos a pegar. La señora fue reconocida y dieron con el responsable”, dice Chuy satisfecho.

Pero también, dice Chuy, están los que llegan a la morgue hechos pedazos, cuando son arrollados en la carretera por vehículos a alta velocidad.

“Ya nomás tratamos de checar si es un hombre o una mujer, porque vienen muy maltratados ¿Aquí cómo vas a decir cuál fue la causa, si viene hecho picadillo?”

¿Los sueñas?, interrogo a Chuy, “gracias a Dios nunca me he grabado nada. Nunca me he grabado caras de las personas. He valorado este trabajo porque de aquí come mi familia”.

Me gustaría saber qué opina la familia de Jesús sobre su trabajo, que no es como hacer una entrevista y escribir la nota: “uno trata de no involucrar a la familia, porque es muy pesado”, contesta.

Chuy no sabía que un arma de fuego de alto poder hiciera tanto daño, hasta que a la morgue de Saltillo empezaron a caer los primeros muertos de la guerra contra el narcotráfico.

Era abril de 2010.

“Les pega el balazo y les revienta porque les revienta. Nunca lo había visto. Donde pega el impacto te deshace. Que les pegan en la cabeza, les volaban medio cráneo. Despedazan a la gente. Les pegaba la bala y les volaba medio brazo, piernas, todo, donde pegara”.

Chuy abre el cajón del escritorio, saca el denso cuaderno con el inventario de occisos que han ingresado al depósito de cadáveres y lee:

395, en 2009; 417, en 2010; 496, en 2011; 489, en 2012; 396, en 2015; 332, el año pasado; 360, en lo que va de 2017.

“Se disparó en 2010, lo más pesado fue en el 2010. Ya ves que hubo muchos colgados, ejecutados. Ya no sentíamos lo duro, sino lo tupido. Nos caían dos veces, tres veces por semana. Lo más que nos llegaron a caer fueron nueve, en un día, la mayoría jóvenes. En el cuarto frío llegamos a tener hasta 50 personas no reconocidas. Era cuando la delincuencia organizada”, recuerda Chuy.


Gracias a Dios nunca me he grabado nada. Nunca me he grabado caras de las personas. He valorado este trabajo porque de aquí come mi familia”.

JESÚS RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.

Hace como seis meses que en la morgue pasó algo que jamás había pasado, al menos en el tiempo que Chuy lleva trabajando aquí.

Resulta que en un fin de semana entraron 20 cadáveres: atropellados, picados, ahorcados.
De todo.

Chuy tenía la guardia.

“Ya no hallábamos la puerta. Sacábamos uno y entraban varios, dije ‘pérenme’”.

Hay una pregunta que desde hace rato me anda rondando en la punta de la lengua, y es si durante las madrugadas que Chuy se ha quedado a trabajar en la morgue, lo han espantado: “Se oyen ruidos. Un toquido en el cuarto frío, pero lo agarramos de broma: ‘no, es que ya se quieren salir, ya se quieren ir, pero ya los vamos a echar pa fuera,  les digo a los difuntos, ya los vamos a mandar a la fosa común’.

Nada más es un toquido, así –dice Chuy y toca el escritorio con los nudillos–. No sabemos si es porque truena el hule espuma o la lámina del cuarto frío. Lo agarramos a juego. No le ponemos mucha atención”.

Qué miedo.

Yo me cagaba, compa, pienso.

El doctor Baldomero me cuenta pitorreándose que años atrás mandaban a la morgue policías municipales con su patrulla para que cuidaran.

“Los oficiales se quedaban en la patrulla, no se querían quedar aquí adentro, fíjate, eran municipales, armados y todo”.

Un mediodía entro con Chuy y el doctor Baldo en la sala de necropsias.

Van a revisar, me han dicho, a un bebé de un mes de nacido que hace unas horas murió por broncoaspiración.

Sus familiares lo habían llevado a la Cruz Roja, donde confirmaron su muerte y lo trasladaron acá.

En una de las planchas veo un bulto pequeño envuelto en una cobija de felpa multicolor.

El forense desenvuelve el bulto y descubre el cuerpo de un crío que parece dormir.


¿Miedo?, nunca me ha dado miedo esto. No he tenido miedo. He andado trabajando en las madrugadas, solo”.

JESÚS RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.

“Mira”, dice conmovido uno de esos empleados de funeraria que suelen colarse en la morgue como Juan por su casa.

El médico dice que no habrá necro, certificarán muerte natural para que de una vez la familia se lleve al nene, lo vele y le dé cristiana sepultura.

Más tarde Chuy me cuenta que es abuelo de dos párvulos: una niña de seis años y un varoncito de cinco meses.

Le pregunto ¿qué siente cuando llega un bebé al Semefo?, responde que le duele.

“De que te aflojas, te aflojas, porque son criaturas que están empezando a vivir, que apenas están saliendo del cascarón”.

Chuy me platica de la vez que llevaron al tanatorio el cuerpo de una niña de dos años, a la que su padrastro mató a puñetazos mientras la madre trabajaba.

“Tenía el cuerpecito todo golpeado y fractura de cráneo. El muchacho la había azotado contra la pared. Dijimos ‘estos golpes, estos moretones, ¿son mordidas? A ver’. Eran los nudillos de las manos del padrastro”.

¿Qué harías si tuvieras en frente a ese malparido, hijioeputa? Lo madreabas, ¿no?, le pregunto a Chuy. “No, no le haría nada. Estás consciente de que vas a ver aquí muchas cosas y te tienes que saber controlar, para eso están las leyes. Allá están las personas que lo van a juzgar. Ya en su conciencia llevará el daño irreparable que hizo a esa familia”.

Una tarde más me veo en la morgue con Chuy, la doctora María del Consuelo Mares, la forense en turno, el perito fotógrafo y dos oficiales de la policía.

Chuy está echando un vistazo a los órganos de un cadáver que yace en la plancha rajado por la barriga.

“No, ta cabrón”, dice un policía gordo y altote, un hombre hecho y derecho, cuando le pregunto que si se atrevería a hacer lo que hace Chuy.

Veo a Chuy separar con las manos enguantadas el corazón, el hígado, la vesícula, los riñones, los intestinos, el colón.

Siento que me voy a desmayar.
Lo dicho: no sirvo para esto.


“Era fumador”, dice Chuy y nos muestra los pulmones renegridos, forrados como de hollín, del muerto, un sexagenario diabético que pereció tras un derrame cerebral y un infarto.

“¿Un cigarrito, carnal?”, bromea la doctora Mares y todos reímos.

Me provoca ñáñaras contemplar a Chuy rebanando sobre la plancha el cerebro del sexagenario, y no sé por qué me imagino a una señora, un ama de casa tal vez rebanando un pedazo de pulpa para el asado.

“Este es el cerebro, este es el cerebelo y acá se aprecia el coágulo que tapó la cerebral media. Fue lo que lo que lo llevó al derrame. Se tronó”, oigo decir a la doctora Mares.

Saliendo de la sala de necropsias le pido a Chuy que me explique cómo carajos es que sabe tanto del cuerpo humano sin haber estudiado medicina.

“Los doctores me prestan libros y me dicen ‘mira, vas a encontrar los órganos así por esto y por esto’.  Lo abres, ves y ya sabes lo que, más o menos, trae la persona”.

Salgo de la morgue a respirar un poco de aire fresco y miro a los familiares de un occiso que trajeron en la mañana, tomando vino en el estacionamiento del Semefo.

Chuy dice que es común que los deudos se pongan a beber afuera de la morgue o lleguen “medio alegres” a reclamar a sus muertos.

¿Has llorado?, le pregunto a Chuy. “Te da sentimiento, porque somos humanos. Te doblas y se te quieren salir las lágrimas. Mejor ai dejo a la gente y me salgo tantito de donde están para poderme tranquilizar”.

En la sala de espera del Servicio Médico Forense, Chuy me platica que los que se suicidan ahorcándose se orinan, eyaculan y a veces defecan.

Quedan, casi siempre, con la mandíbula trabada y la lengua de fuera.

Yo le comento a Chuy que ¡ah, cómo ha habido suicidios en la ciudad este año! 66, hasta la mañana del 9 de noviembre.

Luego me fumo completito el sermón que Chuy les echa a sus hijos, una muchacha de 22 años y un chaval de 18, cada vez que habla con ellos del tema.

“Creen que esa es la solución, que aquí acaba el problema, no. Aquí está empezando el problema, primero, psicológicamente, para la la persona que te va a encontrar y de ahí el dolor que le estás dejando a la familia ¿Dejaste para que te sepultaran?, ¿cómo van ellos a aceptar lo que hiciste?, ¿cuánto tiempo se van a llevar para aceptarlo?”.

A la 1:00 de la tarde de un martes, asisto a la necropsia de un veinteañero al que sus familiares encontraron colgado de una viga en el patio trasero de su casa.


¿Y USTED TAMBIÉN LO HARÍA? NO ES PARA CUALQUIERA

* En el cuaderno de registro de la morgue dice que al año se practican en promedio unas 400 necropsias a cuerpos provenientes de la región Sureste de Coahuila.
* De esas 400, a Chuy le toca realizar unas 200 necropsias, y el resto a su compa Pancho Tobías, el otro prosector.
* Si Chuy tiene nueve años trabajando en el Semefo, ha hecho hasta hoy unas mil 800 necropsias.

SIEMPRE HAY QUE ESTAR LISTOS

La hora de entrada de Chuy al trabajo es a las 8:00 en punto de la mañana.
La salida nunca se sabe y siempre que se halle en casa, descansando, Chuy debe estar al pendiente del celular por si llaman.

DATOS

MUERTOS POR AÑO

* El número de fallecidos que han llegado a la morgue es:

* 395, en 2009; 417, en 2010; 496, en 2011; 489, en 2012; 396, en 2015; 332, el año pasado; 360, en lo que va de 2017.

* Hace seis meses pasó algo que Chuy no había visto antes: en un fin de semana entraron 20 cadáveres: atropellados, picados, ahorcados.

* Prosector: persona con la tarea especial de la preparación de una disección. En la morgue de la ciudad hay dos.

En la sala de necropsias hay un grupo de muchachas empleadas de la dirección de Atención a Víctimas que vienen por primera vez a la morgue.

Apenas ven que Chuy comienza a abrir el cadáver por el cráneo, se echan para atrás rumbo a la salida.

Entonces recuerdo lo que me contó el doctor Baldo sobre un médico que se desmayó en plena necropsia y jamás volvió a pisar el Semefo.

Mi última tarde en la sala de necropsias del Semefo, Chuy está desviscerando el cuerpo de una joven madre a la que el chofer de un camión de trasporte público le reventó la cabeza tras pasarle las llantas por encima, cuando se voló el rojo del semáforo en una arteria de centro.

La imagen de la muchacha con el cráneo hecho papilla sobre la plancha es escalofriante.

El doctor Baldo me está contando  de un médico que antes de empezar la necropsia se santiguaba y rezaba una oración.

De pronto en la sala se suelta un olor como de gas.

Baldomero Guerrero, quien está cargo la necro, dice que es por el excremento acumulado en los intestinos de la muerta, combinado con el hedor de la carne fresca y la fetidez de la sangre.

Quiero guacarear…

Y eso, dirá Baldo, que las necropsias de estos últimos días han sido tranquilas, a diferencia de cuando caen difuntos en estado de descomposición; o hechos picadillo por vehículos a alta velocidad en la carretera.

“Hay unas horribles”, comenta el doctor Baldo.

“Muchos por eso no le meterían la mano a un muerto”, secunda Chuy.
Yo, ni aunque me doblen el sueldo, pienso.

"Es que les digo que naces para esto…
No sabes hasta que llegas aquí”.

Baldomero Guerrero, médico forense.


No hay comentarios:

Publicar un comentario