Los rituales regresaron por
la puerta grande del Palacio de los Deportes al cierre de la 22 Asamblea
Nacional del PRI. Sin lastres para el Presidente Enrique Peña Nieto para que
decida con quién buscará mantener Los Pinos, la cargada corporativista con las
pancartas de organizaciones y sindicatos, y la clientelar con delegados levanta
manos, llenó un escenario que mostró otro tipo de bufalada, la de los
tecnócratas, que discretamente el sábado se formaron detrás de la persona para
la que parece haber sido confeccionado un traje a la medida con la eliminación
de los candados para la candidatura presidencial en 2018, José Antonio Meade,
Secretario de Hacienda. Invitado a la conclusión del cónclave, captó la atención
y el imaginario de que él puede ser el gran delfín de Peña Nieto. ¿Será tan
obvia la decisión?
Peña Nieto tiene a tres
personas que pueden continuar su proyecto transexenal de reformas económicas.
Uno es Luis Videgaray, Secretario de Relaciones Exteriores, quien fue el gran
operador político de ese pacto, y Meade, quien está cargo de la primera parte
de la consolidación de las reformas económicas. Pero Videgaray está fuera de la
sucesión, cuando menos en este momento, por decisión propia y porque su casa de
Malinalco, cuya propiedad nunca explicó con transparencia, es como tener una
Magnum 357 permanentemente en la cabeza. Otro es Aurelio Nuño, Secretario de
Educación, que fue uno de los negociadores del Pacto por México, la placenta de
las reformas. Nuño tiene enorme cercanía con Peña Nieto, lo que ha sido, hasta
en el estado de México, tóxico para los candidatos priistas. No obstante,
incluso más que Videgaray hoy en día, tiene la total confianza del Presidente.
Él puede ser el elegido por Peña Nieto, pero dentro del juego de símbolos, hay
algo de lo que carece, que ya tiene Meade en este incierto momento para los
aspirantes: instrucciones presidenciales específicas.
De acuerdo con información en
el entorno del Secretario de Hacienda, Peña Nieto le indicó no moverse ni
buscar grupos que lo apoyen, mantener la calma y ejecutar las acciones directas
y prioritarias que le pida. Lo primero, con suma urgencia, fue restablecer la
relación con los gobernadores, que se encuentra rota hace bastante tiempo. Los gobernadores
son parte esencial de la ecuación sucesoria. Durante la primera parte de la
administración peñista, los principales gobernadores afectados por el maltrato
político y presupuestal fueron los priistas, adicionalmente que han sido
algunos de ellos, que se comprometieron con el proyecto de Peña Nieto para
llegar a la Presidencia, los que están pagando el costo de la corrupción
sexenal. Sin el respaldo de los gobernadores no habría ni posibilidades de ser
competitivo en 2018.
Meade hizo caso rápidamente
al Presidente, y realizó también ajustes estratégicos en el equipo hacendario
que pasaron desapercibidos por la mayoría. Trasladó a EEmilio Suárez Licona, de
la dirección de la Unidad de Banca de Desarrollo en Hacienda, a donde llegó de
la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde trabajó con Meade a la
Coordinación de Entidades Federativas. En su lugar entró Mario Govea, quien era
director general adjunto de Coordinación y Política del Sistema Financiero de
Fomento. También promovió a Arturo Téllez, titular del Órgano Interno de
Control de Hacienda, y que trabajó con Meade en las secretarías de Energía,
Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda, a la Dirección General de
Auditoría del SAT. Estas áreas son las que atienden directamente a los estados,
tanto en los apoyos presupuestales como en algo que hoy es más importante,
revisar sus cuentas, detectar las irregularidades, anomalías y, de ser
necesario, trabajar con los gobernadores para ver cómo pueden ayudarlos a
resolver hoyos financieros en sus cuentas que pueden significar, como se ha
visto últimamente, procesos penales en su contra.
No ha sido lo único que ha
construido Meade para su futuro. A diferencia de lo que no pudo hacer Videgaray
porque el Presidente no lo permitió, Meade sí nombró a todos los directores de
la Banca de Desarrollo, colocando en esos cargos a personas muy cercanas a él.
Virgilio Andrade, a quien le dio su primer trabajo en el servicio público, lo
nombró en Bansefi. Llevó a Francisco González al Banco Nacional de Comercio
Exterior. Mario Zamora, a quien le dio trabajo en Financiera Rural por
recomendación de su tío, Francisco Labastida, lo nombró en la Financiera
Nacional de Desarrollo, y la semana pasada fue el coordinador de la Mesa de
Estatutos que eliminó los candados para la candidatura presidencial.
El más significativo, sin
embargo, fue el nombramiento de Alfredo Vara Alonso, en Banobras, porque
significó un desafío a Videgaray, quien había logrado que el Presidente
nombrara directora a la Senadora Ana Lilia Herrera, como premio de consolación
por no haber sido candidata en el estado de México, y Meade, en un acuerdo
extraordinario en Los Pinos, tumbó la designación y llevó a un hombre de
confianza, que trabajó en el Instituto de Protección del Ahorro Bancario, una
institución imaginada y construida por su padre, Dionisio Meade.
La fortaleza de Meade dentro
del Gobierno es poco vista por la opinión pública, pero tiene un alto
significado. Meade no era parte del equipo compacto de Peña Nieto al arrancar
el sexenio, pero la creciente cercanía y confianza, como permitirle armar todo el
equipo hacendario con los suyos, sugieren que no sólo se está en su estado de
ánimo sino que lo ve con el tamaño para consolidar su legado.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva
Palacio/ 17/08/2017 | 01:00 AM)
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