BERLÍN.-
Nadie interesado en saber por dónde sigue sangrando Alemania puede visitar
Berlín sin darse una vuelta por el viejo cuartel general de la Stasi, el
Ministerio para la Seguridad del Estado de la extinta Alemania Oriental, que es
el ejemplo más puro de lo que fue la perversión del socialismo legado por José
Stalin en la Unión Soviética, donde sus pupilos provocaron heridas en la
sociedad que durante los 45 años de dominio ruso se espiaron los unos a los
otros, provocando que toda una generación después de la reunificación no haya recuperado
aún la confianza. La Stasi fue una policía política sofisticada con la cual se
controlaba a la sociedad, y cuyo último jefe, Erich Mielke, es descrito como un
funcionario más duro, brutal y criminal incluso que quienes manejaron a la
Gestapo nazi.
El
antiguo cuartel de la Stasi se encuentra en las profundidades del viejo Berlín
Oriental, donde se pueden ver edificios de arquitectura estalinista –inmensos,
cuadrados y grises– sin nadie que los habite y cafés con nombres rusos que
cerraron hace años. La actividad comercial en el barrio donde se encontraba la
Stasi, como muchos otros en Berlín, está deprimida. No hay nada que ver en esa
zona de la capital salvo el edificio 1 del desaparecido ministerio, que tenía
fichadas a 6 millones de personas, espió a más de 2 millones de alemanes y
reclutó a 180 mil de sus ciudadanos como informantes, que reportaban todo lo
que hacían sus vecinos, sus amigos, sus familiares, y en los casos extremos,
incluso sus propios esposos y esposas.
Ahí
estaba el corazón de la Stasi, el acrónimo de Staats (Estado) y Sicherheit
(seguridad), rodeado por lo que fueron los departamentos de inteligencia –el
brazo internacional de la política y la diplomacia–, contrainteligencia –el
espionaje interno–, operaciones sicológicas, financiamiento, tecnología, y el
que revisaba cada una de las cartas y piezas postales que salían o entraban de
Alemania Oriental, convertidas hoy en unidades habitacionales. Nadie que no
sepa qué había en ese hoyo negro conoce la pesadilla que se vivía en el número
103 de la Ruschestrasse.
John
Koehler, que trabajó en Berlín para la agencia de noticias Associated Press y
fue director de Comunicaciones en la Casa Blanca durante el gobierno de Ronald
Reagan, apuntó en su libro La Stasi: la Historia No Dicha de la Policía Secreta
de Alemania Oriental, en 2000: “Los tentáculos de la Stasi probaban cada
aspecto de la vida. Había oficiales trabajando en todas las principales plantas
industriales, y sin excepción, uno de cada persona en cada edificio, era
designado para vigilar a sus vecinos y reportarlos al representante de la
Policía en la zona, que también trabajaba para la Stasi.
“Las
escuelas, las universidades y los hospitales estaban infiltrados. Los doctores,
abogados, periodistas, escritores, actores y deportistas también. Igualmente
eran informantes los meseros y el personal de los hoteles. Los clérigos y las
jerarquías católicas y protestantes fueron reclutados en masa como informantes
secretos, mientras sus oficinas y confesionarios estaban infestados de sistemas
de escucha. Casi 100 mil líneas telefónicas en Alemania Oriental y Berlín
Occidental eran escuchadas 24 horas al día por 2 mil agentes de la Stasi”.
No
había nada de lo que la Stasi no se enterara durante el largo reinado de
Mielke, “El Ángel del Terror”, un comunista de cepa que peleó contra los nazis,
que fue asesino en su juventud, y peleó en las brigadas internacionales durante
la Guerra Civil española. Participó en la Gran Purga estalinista en la Unión
Soviética y en la resistencia alemana contra el régimen de Adolf Hitler. Llegó
a dirigir la Stasi en 1957, y ahí se mantuvo inamovible hasta que prácticamente
lo arrancaron de su austera oficina, ubicada en el primer piso del edificio el
1 en enero de 1990, en la debacle final de Alemania Oriental.
Mucho
dolor causó Mielke a los alemanes. Según los historiadores, fue el arquitecto
de la colectivización de las granjas en Alemania Oriental que forzó la primera
emigración masiva hacia Occidente, que lo llevó a idear, para frenarla, la
construcción del Muro de Berlín, aunque otros expertos sostienen que fue por
iniciativa del líder soviético Nikita Kruschev. Mielke supervisó la creación de
policías secretas al estilo soviéticas y guerrillas en todo el mundo. En México
creó corredores para permitir el escape de aquellos a quienes apoyaban en
América Latina, proporcionándoles pasaportes falsos, e infiltró al Gobierno mexicano.
Mielke,
que llegó a ser considerado la persona más poderosa de Alemania después del
presidente Erich Hoenecker, fue detenido en diciembre de 1989 por peculado, y
en enero de 1990 por alta traición y al igual que el expresidente, por
espionaje telefónico y postal. Finalmente fue juzgado por el asesinato de dos
policías en Berlín en 1931, y durante su juicio apareció ante el tribunal
sentado en una silla y protegido por vidrios blindados. En la cárcel le
proporcionaron un teléfono rojo similar al que tenía en su oficina y sostenía
conversaciones y daba órdenes imaginarias, porque no tenía línea. Sus
facultades mentales iban en detrimento y en noviembre de 1994, el juez
determinó que no estaba en condiciones para enfrentar un juicio. En 1995,
después de mil 904 días en la cárcel, fue liberado. Cinco años después, murió.
El periódico sensacionalista Bild lo reportó así: “Su mal corazón ha dejado de
latir”. Con Mielke murió la Stasi, pero no su nefasta memoria ni infame legado.
(ZOCALO/
ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 03 DE ENERO 2017)
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